Valores, emociones y liderazgo

De Hitler a la Madre Teresa, pasando por Steve Jobs

Cristóbal Táuler San Miguel
Socio Fundador y Director ejecutivo en LiDERA3 y Aprender y Educar
Director de RR.HH. y Formación en Fundación Alia2
Formador y conferenciante para empresas e instituciones

Valores, emociones y liderazgo
Woodsy. Rgbstock

Si pensamos en individuos concretos universalmente reconocidos como grandes líderes, encontramos todo tipo de personalidades que, dicho sea de paso, ejercieron su liderazgo con motivaciones y objetivos muy diferentes. Desde un experto estratega militar como Napoleón Bonaparte, hasta el icono del pacifismo encarnado en Mahatma Gandhi.

Barack Obama ejerce su liderazgo en virtud de la potestad que le han conferido las urnas de un sistema democrático, mientras que Martin Luther King lo hizo a través de la autoridad moral con la que fue espontáneamente reconocido por miles de personas.

Hay líderes que destacan por su bondad y otros por sus conocimientos técnicos o por su capacitación profesional. Sea como fuera, nadie pone en duda que el liderazgo de la madre Teresa de Calcula no tiene nada que envidiar al ejercido por Steve Jobs. Lo mismo cabría decir, en el ámbito deportivo, si nos fijamos en profesionales tan diferentes como Pau Gasol o José Mourinho.

Todas las personas mencionadas hasta ahora son reconocidas por su liderazgo y, en muchos casos, también son admiradas como ejemplos dignos de imitación. Sin embargo, ni siquiera este último aspecto resulta esencial para poder hablar de la presencia de un líder. De hecho, desde mi punto de vista, entre los grandes líderes de la historia, habría que incluir a personas cuyo legado únicamente cabría calificarse de abominable.

Hay muchos rasgos deseables que podríamos incluir en el perfil de un líder excelente. Sin embargo, no todos tienen la misma importancia, ni mucho menos, resultan imprescindibles en el ejercicio del liderazgo. ¿Cuál es entonces la esencia del líder? ¿Dónde radica la fuerza de su magnetismo?

En una primera aproximación podríamos preguntarnos acerca de las características de los empleados de éxito. ¿Cómo los identificamos? ¿Qué es lo que nos lleva a decir de una persona que se trata de un profesional competente? Las cualidades deseables de los empleados de éxito pueden sintetizarse en tres grandes aspectos: conocimientos, habilidades y experiencias.

¿Son estas las cualidades del líder? ¿Hemos resuelto el problema? Evidentemente no, porque no es lo mismo ser un trabajador competente que un líder excelente. Pero algo hemos avanzado puesto que ahora tenemos un punto de partida, porque si un líder no es un buen profesional, estamos apañados.

El sustrato sobre el que se construye el liderazgo ha de ser la competencia profesional. Dicho de otro modo, un líder debe poseer los conocimientos, habilidades y experiencias que le permitan destacar por su cualificación en el ámbito en el que desarrolla su actividad. No se trata de rasgos definitivos pero, sin lugar a dudas, son características indispensables.

Como queda dicho, la excelencia profesional no es garantía de éxito en el ejercicio del liderazgo. Para buscar la esencia del líder hemos de dar un paso más y preguntarnos por la definición del liderazgo. ¿Qué es lo que distingue a un líder del resto? ¿Qué lo hace especial?

La esencia del líder está en su capacidad para lograr la implicación emocional de sus colaboradores en una misión conjunta

El liderazgo es la capacidad de inspirar a los demás, moviéndoles a trabajar con pasión en orden a la consecución de una meta común. Por eso el líder es mitad movilizador de personas, mitad conseguidor de resultados. Una persona capaz de influir en sus colaboradores de manera que se impliquen con entusiasmo en un objetivo determinado.

La esencia del líder no se encuentra en un elevado número de seguidores, ni tampoco en el prestigio, la simpatía o el poder jerárquico. La esencia del líder está en su capacidad para lograr la implicación emocional de sus colaboradores en una misión conjunta.

Y ahora la pregunta clave: ¿Qué tienen en común Hitler y la madre Teresa? ¿En que se parecen Pau Gasol y Mahatma Gandhi? ¿Dónde encontramos el nexo de unión entre Napoleón y Steve Jobs? La respuesta está ni más ni menos que en las emociones. Un líder es aquella persona capaz de influir en los demás hasta el punto de lograr el máximo desarrollo de sus potencialidades, llevándolas al desempeño excelente en su esfuerzo por alcanzar la meta establecida.

Un estratega militar, un político, o un santo, serán líderes excelentes si son capaces de lograr implicación emocional en torno a un proyecto concreto. En otras palabras, del mismo modo que no se puede hablar de una motivación profunda y duradera basada exclusivamente en aspectos materiales, tampoco cabe hablar de liderazgo inspirador prescindiendo del ámbito emocional.

Las cualidades de la inteligencia emocional deben estar presentes en el líder. Un líder sólo puede serlo si ejerce su liderazgo de un modo emocionalmente inteligente. Esto implica la presencia de cuatro rasgos personales irremplazables: autoconciencia, autorregulación, empatía y habilidades sociales. La competencia y el prestigio, unidos a la inteligencia emocional, suponen capacidad de influencia y, por lo tanto, liderazgo. 

¿Y qué ocurre cuando esa capacidad de influencia se pone al servicio del mal? En ese caso, no cabría hablar de falta de liderazgo, sino de un liderazgo carente de valores. La inteligencia emocional es el factor clave en el ejercicio del liderazgo, pero para que el liderazgo sea  inspirador, es condición indispensable la presencia de arraigados valores personales.

Los valores personales, como la prudencia o la justicia que guían la toma de decisiones, o la honradez, la sinceridad y la lealtad, inseparables del comportamiento ético, son claves para un liderazgo excelente. De hecho, son precisamente esos valores encarnados en la persona del líder, los que nos permiten hablar de un verdadero liderazgo inspirador.