Dejad que los niños se acerquen a mí. 200 años del Museo del Prado

200 años años del Museo del Prado

M.ª Ángeles Pedrosa Nuño
Licenciada en Derecho. Máster en Tributación/ Asesoría Fiscal por el CEF.-

Ocio y cultura

El retrato siendo aún niña de la infanta Margarita de Austria inmortalizado por Diego Velázquez -posiblemente el pintor español más importante de todos los tiempos- en su sobradamente conocido cuadro de “Las meninas” es el estandarte del Museo del Prado, nuestra primera pinacoteca, considerada entre las diez más importantes del mundo.

La infanta Margarita era en el momento de ser retratada una niña, y niñas eran también las meninas que la acompañaban. Pues bien, los niños representan uno de los intereses de la política de acercamiento del Museo a la ciudadanía.

Desde que el Museo abrió sus puertas en 1819, entre otras, con la vocación de que la ciudadanía tuviera acceso al patrimonio pictórico real, “que fuera patrimonio de todos” -como lo expresaríamos en términos actuales-, ese espíritu está presente en quienes personalizan la gestión de la institución, siendo los niños uno de los colectivos de especial énfasis en la actividad social del museo.

Durante este año 2019 se celebra, por todo lo alto y como no podía ser menos, el bicentenario de la apertura de la institución, noticia más que conocida por todos aquellos cercanos al arte y por la opinión pública en general, por cuanto es un hecho de gran relevancia mediática gracias, entre otros, al buen hacer que desde la Dirección del Museo se está haciendo por promocionar el evento, que no es solo para ellos, sino que es un acontecimiento que nos enorgullece a todos.

Pues bien, no hay mejor momento para ensalzar la política de acercamiento del Museo hacia los niños: no hay mejor futuro para el Museo que irlo “fabricando”, ir trabajando día a día en abrir sus puertas a nuestros pequeños -meninos-, para que de un modo natural lo sientan como su casa, que lo es… Algún día ellos serán adultos responsables y llevarán a sus propios hijos a ese lugar tan especial que lo fue para ellos en su niñez, y defenderán con valentía el cuidado que institucionalmente deberá seguirse procurando al Museo, como el gran tesoro de todos que es.

Pero sin hacer elucubraciones sobre tiempos futuros, lo cierto es que a día de hoy el Museo abre casi constantemente sus puertas a los niños, preparándoles actividades sobradamente interesantes que dejan boquiabiertos a mayores y menores; ¡qué suerte poder ser papá o abuelo y poder acompañar a los chiquillos!, y “colarse” en esas brillantes lecciones de historia, de luz, de color, de perspectiva… y aprender un poquito más para luego pasear por las salas y buscar ejemplos de la lección recibida o, sencillamente, sorprenderse cuando se encuentran, y sentirse plenamente realizado por saber entender mejor lo que se tiene frente a los ojos.

Pero no nos engañemos, los protagonistas son los niños y los niños que participan en esas actividades son niños respetuosos -con el Museo y con su contenido y en la vida en general-, con avidez -incluso podría decirse voracidad- por aprender todo aquello que se les quiera explicar… pero también son niños instruidos -en la vida, en las nuevas tecnologías, en ciencia…-, perspicaces e inteligentes -que constantemente sorprenden por lo que saben impropiamente para la edad que tienen o por la conexión de ideas que apuntan, o sencillamente por su creatividad-. Tal vez ninguno de ellos sea uno de los grandes de la historia cuando crezca, pero representa una de las cosas más preciadas de la niñez: la mente abierta a la información y la capacidad para aprender y relacionar.

Lo cierto es que participar en esas actividades como adulto te hace sentir en una pequeña cápsula de bienestar, donde el saber y los principios del buen comportamiento social lo son todo, y lo fantástico es que lo hacen posible unos niños de aproximadamente 10 años, con la siempre protectora mano de los profesionales del Museo del Prado.

En este año de celebración para el Museo su actividad hacia los niños se ha intensificado, con suerte para todos, especialmente para quienes viven en Madrid que, a bien poco tiempo de su casa, pueden ponerse en la puerta de Murillo y dejar que un mundo maravilloso les envuelva, un experto en arte les dé lecciones que nunca aprenderían si no se especializaran en ese conocimiento muchos años más tarde, y colarse en los talleres de los sótanos del edificio a construir algún artificio con unas tijeras, unos papeles, o unas pinturas como los del cole y poco más, o a realizar un experimento que ponga en praxis los conocimientos adquiridos en las plantas de arriba, donde están, para el disfrute y orgullo de todos, las mejores obras de nuestros pintores, aquellos talentos que desde hace siglos supieron, a veces por intuición, a veces por formación en la itálica cuna del arte, ser capaces de representar la realidad que tenían ante sus ojos, superando las dificultades técnicas que ello suponía, verdaderos genios que formarán para siempre, ellos sí, parte de nuestra historia.