Chaplin vs Charlot

CINE

Javier de la Nava
Profesor del CEF.-

Chaplin vs Charlot
Foto de Stock.xchng

En este año repleto de conmemoraciones centenarias, una no nos debería pasar desapercibida,  los 100 años del estreno de Haciendo por la vida (Making a living), primera aparición cinematográfica de Charles Chaplin. Si bien el vagabundo Charlot no apareció hasta su siguiente película Carreras de autos para niños (Kid Auto Races at Venice), calificada por la crítica como “la película más divertida rodada nunca”. El cine, en sus albores, ya tenía su cómico, un bufón con gestos extraños, caídas acrobáticas o rápidos puntapiés. Chaplin y Charlot, persona y personaje, se fundieron.

Charles Spencer Chaplin nació en un mísero barrio del Londres imperial, el 16 de abril de 1889, cuatro días antes que su parodiado Hitler en El Gran Dictador. Poco después,  su padre abandonó a su madre, Hanna, alcohólica y demente, que malvivía como actriz y cantante.  Con apenas cinco años, debuta en el teatro, sustituyendo a su propia madre que se había quedado afónica. Chaplin la llevó de la mano al manicomio del que la rescataría años más tarde para instalarla en una lujosa  mansión de Beverly Hills. Hanna no reconocía a aquel joven que la visitaba, pero agradecida metía trozos de pan y carne envueltos en periódicos en los bolsillos de su chaqueta. En su limusina,  entre lágrimas, Chaplin los mordisqueaba recordando su infancia y adolescencia, durmiendo en aceras o portales entre escombros y basuras, estancias en lúgubres orfanatos, alimentándose de restos de comida podrida del mercado de Convent Garden. Desgarbado y enclenque, apenas creció por lo que fue rechazado como soldado  en la I Guerra Mundial.

Dotado de prodigiosa memoria fotográfica, imitaba posturas, gestos y movimientos para  ganarse unas monedas, a los 12 años consiguió trabajo en una compañía teatral, con la que viajó a Estados Unidos. A la troupe de Fred Karno, también pertenecía Stan Laurel, el “Flaco”. A finales de 1913 firmó su primer contrato cinematográfico con Keystone, un pequeño estudio que distribuía alocadas películas cómicas en barracas de feria. A su director Mark Sennet no le gustó su actuación en Making a living, “tienes que crear un personaje que sea solo tuyo”. Chaplin afligido por la bronca entró en el almacén de vestuario de la Keystone. Metió sus patas de alambre en unos enormes pantalones y se puso un descolorido y apolillado chaqué; hizo sobresalir sus rizos de un abollado sombrero hongo; y se calzó grandes botas. Necesitaba arquear las piernas para andar y un bastón le ayudaba a no caerse. Para aparentar más edad recortó las puntas de  un bigote postizo. Era el 5 de febrero de 1914, había nacido Charlot, un mito.

Sus películas denuncian una sociedad injusta e inhumana a través de la risa

Su controvertida personalidad le canjeó poderosos enemigos que no aceptaron su tono crítico con la sociedad. El informe del FBI sobre Chaplin, 1.900 páginas, le calificaba de cruel, megalómano, despótico, corruptor de menores, neurótico perfeccionista, o sádico. Además, le acusaba de burgués, nihilista, comunista, anarquista e iconoclasta. Seductor irresistible (se casó cuatro veces y tuvo ocho hijos), se le atribuyen docenas de conquistas sentimentales. Harto de persecuciones y rechazos,  en 1952, se exilió en Suiza. En su casa de Corsier-sur-Vevey falleció el día de Navidad de 1977. Pero no descansó en paz, su cadáver fue desenterrado y colocado en algún lugar desconocido.

Aquel hombrecillo desgarbado, de dulce y penetrante mirada azul, desarmaba con una sonrisa y conmovía a todos. Intervino en 79 películas, la última Un rey en Nueva York, en 1957. Más tarde, en 1967, con 78 años, dirigió La condesa de Hong Kong, protagonizada por Sofía Loren y Marlon Brando. Millones de espectadores vieron, y ven hoy, con satisfacción sus obras. Charlot sigue vivo en la memoria del cine como el pícaro vagabundo ingenuo que con irónica elegancia se burla de los agentes o de magnates corruptos. Sus películas denuncian una sociedad injusta e inhumana a través de la risa, en ocasiones congelada al ver el refinamiento burgués con el que engulle los cordones de sus botines raídos en La quimera de oro, los Tiempos modernos en donde reina la estulticia, su valiente denuncia del capitalismo en Monsieur Verdoux, del nazismo en El Gran Dictador, o de la caza de brujas en Estados Unidos en Un rey en Nueva York,  quién no recuerda al payaso Calvero en Candilejas. Garcia Lorca dijo que sus películas, llenas de pequeñas obras de arte, “se interiorizan tan profundamente, que es difícil contar lo que se ha visto”. Como difícil resulta separar Chaplin de Charlot.

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