Edimburgo, la ciudad de los mitos

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Edimburgo, la ciudad de los mitos

Desde la famosa Milla Real toda la ciudad parece de color gris. Cielo, luz, calle y edificios se ponen de acuerdo para crear un paisaje suntuoso pero profundamente sobrio. Con 1.814 metros, la longitud de la milla escocesa, esta vía presume de construcciones cinceladas a lo largo de nueve siglos y de contener historias sorprendentes. La leyenda de la pequeña Annie, Mary, Reina de los Escoceses, el médico George Rae, el poeta nacional por excelencia George Burns o el perro Bobby... Es difícil saber dónde acaba la realidad y dónde comienza el mito en la calle que vertebra la parte antigua de la ciudad. A un extremo la tremenda fortaleza de Edimburgo, al otro el palacio neoclásico de Holyrood y en el medio la Catedral de Saint Giles, The Hub, la iglesia reconvertida a centro neurálgico del Festival de Edimburgo, y una enorme escultura del filosofo David Hume. El Hume de la Royal Mile es vigoroso y tiene la terribilitá de las composiciones de Miguel Angel. La rotundidad de su porte y su respetable pátina verde contrastan con un dedo gordo del pie increíblemente dorado e increíblemente brillante. Turistas, chistosos y niños se acercan todos los días a tocar el famoso dedo de Hume para ver si se les contagia algo de su sabiduría, de ahí la mutación.

Es difícil saber dónde acaba la realidad y dónde comienza el mito en la calle que vertebra la parte antigua de la ciudad

Debajo de todos estos edificios hay otro Edimburgo subterráneo. Y esto no es leyenda. Las murallas de la parte antigua evitaron invasiones, protegieron de epidemias y dieron estabilidad a la comunidad pero se cobraron un precio alto. Puesto que la expansión horizontal no era posible la ciudad empezó a crecer en vertical. Por arriba, altos y precarios edificios dispuestos a caerse en cualquier momento, por abajo un mundo subterráneo y oscuro en el que la insalubridad y la falta de ventilación eran el marco ideal para la propagación de enfermedades. En un mismo edificio podían convivir todas las clases sociales. Los ventilados y más seguros pisos intermedios eran los reservados para los más pudientes. Los superiores, más baratos y hacinados, veían la luz del sol, pero a cambio sentenciaban a muerte en caso de uno de los muy frecuentes incendios. La peor parte se la llevaban los que vivían por debajo del nivel de la calle, donde se concentraban los estamentos más castigados de la sociedad. De todo ese entramado de calles es visitable hoy en día el famoso Mary Kings Close, por el que nos adentramos en la barriga de Edimburgo. Vivir para ver. Terribles las condiciones en las que vivían las clases humildes y medias de una ciudad que triplicó su población intramuros en el XVI.

Edimburgo, la ciudad de los mitos

Dicen que Edimburgo es una ciudad de fantasmas y que es uno de los grandes puntos calientes de la  actividad paranormal. No sabemos si es cierto pero, desde luego, el marco es digno de una película de Tim Burton. La ciudad tiene tantas historias que contar que bien se pueden seleccionar unas cuantas de ellas con tintes siniestros. Y eso es lo que hacen muchos de los servicios turísticos con base en Edimburgo, organizar tours del miedo en los que en pocas horas se visita lo que da más repelús. La estrella de todos estos recorridos es el precioso Cementerio de Greyfriars, donde se supone que pasan un montón de casas raras. Los turistas son alertados de que es habitual salir con moratones y pequeños cortes provocados por el poltergeist  de George Mackenzie, el Sangriento, quien en el siglo XVII torturó y mató a cientos de personas en este mismo lugar.

Edimburgo se acicala ahora para la próxima edición de su conocido Festival. En los meses de verano, y en especial en agosto, la ciudad aglutina el Festival Internacional, con música, danza y teatro, El Fringe, similar al anterior, el Festival de Cine dedicado al séptimo arte, y el llamado Military Tattoo, de corte militar y emplazado dentro de la fortaleza.  Literalmente cada rincón del casco antiguo alberga algún evento que da color a un verano corto pero muy intenso. Las entradas se agotan meses antes, la población se multiplica por tres y los hosteleros hacen literalmente el agosto durante las semanas veraniegas. Ya habrá muchos meses por delante para volver a la calma y a la introspección de esta ciudad eterna.

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