"El futuro será de las ciudades, pero de unas ciudades reconvertidas"

Entrevista. JOSEP VICENT BOIRA MAIQUES. Profesor del Departamento de Geografía de la Universidad de Valencia

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Nacido en el barrio marinero del Cabanyal-Canyamelar, Valencia, en 1963, Josep Vicent Boira Maiques es Doctor en Geografía por la Universidad de Valencia de la que es profesor. Además de ampliar estudios en diversas universidades italianas, ha sido profesor visitante en la Miami University (Oxford, Ohio) y pertenece a la Association of American Geographers. Es autor de numerosos trabajos de investigación y colabora habitualmente en diversos periódicos y revistas especializadas. Tiene en su haber diversos premios como, entre otros, el  premio Octubre por su ensayo Joan Fuster, el Premio Demetrio Ribes de Ingeniería, Urbanismo y Obras Públicas de la Generalitat Valenciana y el Premi d’Assaig Polític Ramon Trias Fargas por un ensayo sobre las relaciones económicas entre Catalunya y Valencia: “La Commonwealth catalana-valenciana. La formació de l’eix mediterrani al segle XX” (Edicions 62, 2010). En el año 2012 publicó Valencia, la tormenta perfecta (RBA editores) que ha tenido amplia repercusión en la sociedad valenciana.


Foto de Prats i Camps

En un reciente artículo reivindica la ciudad frente al ocaso del estado-nación. ¿Puede comentarnos esta teoría?

La reflexión que hago en ese texto, que ahora estamos desarrollando en un artículo para un libro colectivo europeo sobre la crisis en las ciudades, es que será imposible salir de esa crisis si no se produce un cambio de escala; sin esa premisa no será factible tampoco un cambio en el perfil productivo de un sociedad industrial a una postindustrial. Las ciudades serán protagonistas de procesos productivos nuevos, y por otra parte la ciudad es la única escala geográfica que puede responder más ágilmente a todas las  demandas.

Las asignaturas pendientes de las ciudades son dos: la microescala y la megaescala. Hasta ahora han ido funcionando en una escala intermedia que parecía resolver todos los problemas. Ahora se presentan nuevos retos. Por un lado la micro-escala, la de los  individuos, la de las calles, la de la vida cotidiana… Casos como el de Can Vies en Barcelona nos demuestran que esa microescala está poco atendida. Y por otra parte la mega-escala: una red de ciudades, o regiones urbanas, o lo que la ONU definía como el futuro de las ciudades: los corredores urbanos, las megarregiones. Es en ese juego de escalas engarzadas donde se está jugando el futuro de nuestras ciudades.

Las ciudades podrán llevar a cabo esta labor frente a unos estados que no pueden responder a esa nueva estructura. De ahí la idea de que el futuro será de las ciudades, pero de unas ciudades reconvertidas.

¿Podemos pensar entonces que nuestras ciudades están obsoletas?

Sí, sobre todo en su gobierno y en su concepción. En la actual situación hay que cambiar la manera de abordar las ciudades. La idea, aún vigente en muchas urbes, como por ejemplo Valencia, es que las fronteras municipales determinan el gobierno de las ciudades. Josep María Pascual, experto en estrategias urbanas, dice que la estrategia ha de definir los territorios, no los territorios la estrategia. Un alcalde actual puede poco menos que limitarse a ordenar lo que tiene en su término municipal, pero esta no es la auténtica realidad de las ciudades. Debemos no solo abordar el cambio de perfil productivo sino también resolver esa disonancia.

No puede haber en ese nuevo perfil una contradicción entre la ciudad y la estructura estatal.

Una cosa son las tendencias globales que llevan a una competencia entre ciudades, que curiosamente está llevando a aplicar recetas similares en la mayoría de ellas. Todas quieren competir por el turismo internacional, todas quieren atraer la innovación, etc. Así, se está generando una cierta retórica sobre emprendurismo, ciudades verdes, etc. Mi opinión es que la solución vendrá de la mano de los recursos endógenos de cada ciudad, de su propio perfil social y productivo. Un nuevo modelo de ciudad a partir de sus propias raíces, de su historia y de su entorno.

Se tiene la impresión que entre la ciudadanía no existe, o no trasciende, un auténtico debate urbanístico.

Realmente es así, pero tampoco desde la administración se hace nada por trabajar en este campo. Yo he tenido experiencias para aplicar procesos o métodos de participación ciudadana y he observado que apenas se ha avanzado. En muchas ciudades el único canal de participación son los 30 días de alegaciones después de presentado un proyecto. Yo he participado con alegaciones en el caso de la Dársena del Puerto de Valencia y para el ciudadano medio el proceso se ha convertido en un puro trámite burocrático, complicado de comprender, por su tecnicismo, por su lenguaje, por su retórica.

Si uno analiza la información que ofrecen los ayuntamientos, esta se circunscribe al ámbito de barrio o distrito. Es imposible que el ciudadano se reconozca en todos ellos, como por ejemplo en Valencia, donde existen 98 barrios, salvo en alguno de ellos, como el Cabanyal o el Centro histórico que tienen unos límites muy precisos. Mi experiencia me dice que la percepción de la ciudad por sus habitantes es completamente distinta a la de los técnicos o los políticos.

¿Existe un modelo ideal de ciudad?

No, pero existen factores ideales y se puede comprobar cuáles están o cuáles faltan. Existen unas ideas concretas, demandadas por los ciudadanos, que nos podrían acercar a la ciudad ideal: conceptos básicos que empaparan la actuación pública, como por ejemplo, la densidad, la diversidad, la pluralidad, barrios que no sean monofuncionales, calles o barrios más amables para la movilidad…y que nos permitirían avanzar hacia una ciudad más humana.

Mi experiencia me dice que la percepción de la ciudad por sus habitantes es completamente distinta a la de los técnicos o los políticos

En relación con este tema, ¿cómo afecta la estructura comercial de hoy en día a los ciudadanos?

Por ser el ejemplo que mejor conozco citaré de nuevo el caso de Valencia. El efecto es dramático en algunos barrios, como el ya citado del Cabanyal, que con una población de 21.000 habitantes es un desierto comercial. La gran mayoría de bajos comerciales están abandonados y es imposible, por ejemplo, comprar un libro. Y no es un caso único. La actividad comercial más pujante se concentra en unos pocos barrios y, claro, en los centros comerciales. Es un caso evidente de lo que Edward Soja denomina “injusticia espacial”, como explica en su último libro que he prologado en su traducción española (Buscando la justicia espacial, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2014). Soja nos acerca a esta idea que lo justo y lo injusto tiene una dimensión espacial, de la misma manera que cualquier decisión espacial es justa o injusta.

El futuro será de las ciudades, pero de unas ciudades reconvertidas
El Cabanyal. Foto de Joanbanjo. Wikimedia commons

Esto supone un notable perjuicio especialmente para personas con movilidad limitada, como la tercera edad.

En efecto, y ello nos acerca al perfil de un buen número de ciudades norteamericanas, en lo que ellos denominan food deserts. En algunos barrios o zonas suburbanas  es ya imposible comprar alimentos frescos, con las consecuencias higiénicas, sanitarias e incluso sociales que ello conlleva. En contraposición a lo que antes hablábamos de la “ciudad ideal”, podemos hablar también del “infierno urbano”. Esto nos lleva a pensar que deberíamos aprender de lo que debemos evitar.

En su libro Valencia, la tormenta perfecta y en sus conclusiones, habla de que la ciudad ha de recuperar la “modestia” para recobrar su identidad. ¿Puede ampliarnos esta idea?

Los americanos tienen un concepto que a mí me gusta mucho: back to the basics. Nuestro futuro, y no solo en Valencia, es volver a las cosas simples y sencillas pero que funcionen. Sería un magnífico lema para unas elecciones municipales: hacer pocas cosas pero bien hechas. Hay que replantear los objetivos. Diría más: hay que poner en duda todo: en urbanismo, en economía, en transporte, en cultura, etc. Saber qué hay que hacer y aprovechar lo que tenemos. La modestia de la que yo hablo (y que para toda España propone un autor que yo admiro: Enric Juliana) es una andanada directa contra la retórica, que tan bien conocemos en nuestra sociedad.

Y en el caso de Valencia y otras ciudades podemos decir que estamos bien situados: disponemos entre otras cosas de buenas infraestructuras de transporte y de hitos arquitectónicos ya construidos, a los que hay que dotar de contenido, sin que por ello pierdan su atractivo turístico. Citaré solo el caso de la Ciudad de las Artes y las Ciencias cuyo proyecto inicial era convertirse en centro de referencia de investigación y promoción de las artes y las ciencias. Sin embargo, las personas que producen ciencia y arte quedaron marginadas y no hablo solo de procedencia universitaria sino en general de toda la sociedad valenciana.