La escala humana
Raquel Lombas
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Teoh Chin Leong. 123rf
Hace unos años estuve de vacaciones en Moscú. La ciudad es deslumbrante y enorme. La Plaza Roja, el Kremlin, los almacenes Gum, el Metro… todos esos lugares son tan descomunales que tomas conciencia de lo pequeñas que somos las personas. Cruzar esas inmensas avenidas constituye un triunfo, sobre todo cuando el viento helado se te cuela por las bisagras de la ropa. Ahí te das cuenta de que la capital rusa no está pensada para ser vivida por las personas, sino como emblema de un imperio. Algo que va muy bien para sacar pecho, sobre todo si se da la circunstancia de que eres zar, líder soviético o Vladimir Putin, pero que tiene que resultar demoledor si eres un simple ciudadano que vive allí. Las ciudades levantadas por y para las personas necesitan, entre muchas otras cosas, una escala distinta. Más adaptada a un conjunto social heterogéneo, conformado por niños, mayores, adultos y personas con necesidades especiales.
Todos los indicadores apuntan a que las áreas urbanas seguirán creciendo en las próximas décadas hasta concentrar el 80% de la población mundial. En 2050, casi todos viviremos en megaciudades de más de 10 millones de habitantes. ¿Es posible mantener la escala humana en una urbe de dimensiones épicas? Los expertos en planificación urbana dicen que sí, aunque no vaya a resultar nada fácil. Jan Gehl, responsable de la peatonalización de Times Square, lleva estudiando desde hace años las fórmulas para elevar la calidad de vida de los habitantes de las grandes urbes. Según este experto, el nuevo modelo de ciudad combina dimensiones más humanizadas con sostenibilidad y espacios públicos concebidos para la gente. Nada que ver con esa imagen de ciudad futurista, fría y aséptica que acude a nuestra mente cuando imaginamos cómo será el futuro.
La visión de Gehl y de otros expertos que están investigando cómo serán las ciudades del futuro, es más cercana a ese centro de Melbourne, cuyos callejones oscuros y un poco sórdidos han evolucionado hacia espacios abiertos y llenos de vida, poblados de cafés, galerías y jardines donde la gente sale a pasear o simplemente a leer un libro. O a esa Copenhague, de la que el propio Gehl es artífice, ciudad pionera en soluciones inteligentes y en tecnología verde. Una y otra aparecen en The Human scale, documental en el que se habla de un espacio urbano cada vez más amable, que se vale de la tecnología para humanizarse.
Una “ciudad inteligente” no lo es por el hecho de disponer de muchos dispositivos interconectados. Lo es cuando es capaz de responder con agilidad a las necesidades de quienes la habitan de forma sostenible y eficiente
El concepto de smart city suele asociarse al desarrollo tecnológico. Y aunque es indudable que big data, Internet de las cosas o inteligencia artificial tienen mucho y bueno que aportar a estos macro espacios que se avecinan, conviene no olvidar que una “ciudad inteligente” no lo es por el hecho de disponer de muchos dispositivos interconectados. Una urbe es inteligente cuando es capaz de responder con agilidad a las necesidades de quienes la habitan de forma sostenible y eficiente. La tecnología es solo un medio para para conseguirlo, nunca un objetivo per se. Fijarse de forma aislada en la faceta tecnológica traiciona el concepto mismo de smart city, mucho más social, amplio y ambicioso.
Los nuevos modelos de ciudad están desmontando la planificación urbana heredera de Le Corbusier, con la que convivimos durante buena parte del siglo XX. Frente a la planeación urbana centrada en el uso del coche, en la que las aceras son un intervalo sucio y condenado a desaparecer, se está volviendo la mirada a un concepto mucho más orgánico y “vivible” del espacio urbano. En este la vía pública se estructura en manzanas de dimensiones reducidas que generan numerosas esquinas y cruces de vías. Cada una de ellos es un pretexto para saludar al vecino y hablar del tiempo. Como en una película italiana de los 50, en la que las calles van más allá de ser escenario y adquieren una identidad propia en calidad de personaje secundario. Los edificios miran a las aceras y la gente las transita, lo que las convierte en un contexto seguro, vigilado por mil ojos. Las vías públicas se convierten así en un vivaz ecosistema que favorece el intercambio entre personas de distintas edades, orígenes y necesidades. Esta ciudad, profundamente humana, fue la que soñó la visionaria urbanista Jane Jacobs hace 60 años. Feroz crítica de la planificación centralizada propia del modernismo, su obra más conocida Muerte y vida de las grandes ciudades está más vigente que nunca y es referencia obligada en cualquier proyecto de nuevo urbanismo. Hasta Barack Obama se empeña en rescatar a esta figura denostada durante muchos años por su espíritu disidente y contestatario. Jacob aúna muchos aciertos. Seguramente el más importante de ellos es recordarnos que la ciudad ha de estar pensada para que las personas vivamos un poco mejor, diseñada desde el sentido común y el bien de la colectividad.
250.000 farolas no pueden estar equivocadas
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La farola, ese clásico del mobiliario urbano, está destinada a jugar un destacado papel en las smart cities que vienen. Por un lado, puede ser el detonante de importantísimos ahorros energéticos, en algunos casos superiores al 70% del consumo eléctrico actual. Una ciudad íntegramente iluminada durante toda noche es un auténtico despilfarro que seguramente dejaremos de ver dentro de muy poco. El sistema de alumbrado constante será paulatinamente sustituido por luminarias adaptativas y con tecnología Led, que solo ofrecerán luz cuando pasen peatones o vehículos. Algo aparentemente tan sencillo como esto es un potente optimizador de recursos, a la vista de que una ciudad como Barcelona tiene más de 160.000 farolas y Madrid nada menos que 250.000.
Pero la aportación de la farola a la ciudad inteligente no se acaba ahí. La farola urbana está pasando de dispositivo unifuncional a multifuncional. Antes solo dispensaba luz, ahora puede ofrecer múltiples prestaciones de lo más diverso, tanto para los ciudadanos como para los ayuntamientos. La columna Shuffle, un desarrollo de Schréder, líder en soluciones de iluminación y soluciones inteligentes, junto a la tecnológica Huawei, ya incorpora fotocélulas y sensores de detección de presencia, cámaras de circuito cerrado de televisión, altavoces, WiFi o cargadores portátiles para vehículos eléctricos, y además está conectada en todo momento a Internet, por lo que puede aportar información valiosa sobre lo que está sucediendo en su entorno. Un aparato así de complejo está llamado a ser en uno de los grandes ejes conductores de la ciudad hiperconectada que damos en llamar “inteligente”. 250.000 dispositivos como este, a lo largo y ancho de una ciudad, van a remodelar el paisaje urbano hacia un nuevo modelo, en el que la eficiencia y la sostenibilidad permitirán cubrir las necesidades de una población creciente con, prácticamente, los mismos recursos de ahora.