¿Fue tan terrible el desastre del 98?

Batalla colonia Española contra EEUU

Ocio y cultura

En 2023, se cumplen 150 años del ingreso en el ejército de Santiago Ramón y Cajal (el futuro Premio Nobel), con 21 años, como médico militar, participante en Cataluña en la tercera guerra carlista y, después, en Cuba, de donde trajo un diagnóstico pesimista. Y 125 años de la pérdida de Cuba y Filipinas.

El acorazado Maine se hundió en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, a consecuencia de una explosión de origen indeterminado. Un total de 266 marineros estadounidenses perdieron la vida en el accidente. El Maine había llegado a Cuba para proteger las vidas y los bienes de los ciudadanos norteamericanos que vivían en la isla, con ocasión de la guerra colonial que libraban las tropas españolas y los revolucionarios.

Estados Unidos necesitaba una excusa para atacar a España y la encontró en el Maine, una detonación que se ha demostrado que fue de dentro del buque para afuera y no al revés. De inmediato se echó la culpa a España, la prensa amarilla se cebó. Hubo una crisis diplomática y, aunque se trató de un accidente en el que nada tuvo que ver nuestro país, todavía sigue resonando la frase: “Más se perdió en Cuba”. Expresión adyacente a la de “los últimos de Filipinas” pues, en el mismo año, en el 98, dejaron de ser españolas estas islas.

La pérdida de las colonias españolas en el cono sur a principios del siglo XX no causó una conmoción de este nivel, aunque las pérdidas económicas fueran mayores. En vísperas de 1900, España era un país básicamente agrario, pues el campo aportaba la mayor parte de la renta nacional. Así, la población activa dedicada al sector primario era del 67 %. En la década de los 80 del siglo XIX se aceleró el proceso de traslado de población hacia Madrid y las ciudades de levante y del norte, debido a las expectativas de empleo que generaba el crecimiento industrial y de los servicios. En estos años se inició también la emigración hacia el norte de África, por desplazamientos militares, y a Iberoamérica, en busca de porvenir, tendencia que se acentuaría a comienzos del XX.

La derrota del 98 supuso la pérdida de autoestima nacional. Hay estudios que subrayan que esta autoestima colectiva no se recuperó hasta el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea en 1986. Sin embargo, desde el punto de vista económico no se puede decir que fuera tan funesto el 98.

En primer lugar, se sustituyó un modelo colonial por otro nacional. En los años 80 del siglo XIX los terratenientes adoptaron medidas proteccionistas como las de la burguesía catalana, y en los 90, los empresarios siderúrgicos vascos y los responsables de la minería asturiana se adhirieron a este bloque que buscaba la inversión en el interior.

La moneda en curso era la peseta, desde el 19 de octubre de 1869. En 1882 se había producido la caída de cotización de la peseta. Tras el desastre del 98 y la repatriación de capitales, una ley de agosto de 1899 transformó el Banco de España en una institución al servicio de la política monetaria y de la banca privada, en vez de servir “solo” para tapar los agujeros de la Hacienda. La institución pasó a controlar la emisión de billetes y la circulación fiduciaria, consiguiendo limitar la inflación y la estabilización de la peseta.

En estos años emergió la banca privada, orientada a captar el pequeño ahorro a través de una extensa red de sucursales para invertirlo en la industria. De este modo, al Banco de Bilbao (1859) se agregaron el Guipuzcoano (1899), el de Vitoria (1900), el de Vizcaya (1901), el Hispanoamericano (1900), el Banco Mercantil de Santander (1899) y el Banco Español de Crédito (1902). La economía española siguió dependiendo en gran medida del capital extranjero hasta que, durante la Primera Guerra Mundial, aprovechando la neutralidad en el conflicto, se produjo una emancipación.

Si tenemos en cuenta estos indicadores, en 1898 España sufrió una derrota, no un desastre. Pero se puso fin al imperio, aquel en el que no se ponía el sol, y empezó la Edad de Plata de la cultura española, con las generaciones del 98, del 14 y del 27, buscando respuesta a la crisis mediante la filosofía, la novela o los poemas.

Donde sí supuso un cataclismo fue en la conciencia. Entre las familias pobres, cuyos hijos habían sido enviados a luchar por no haber podido pagar las 2.000 pesetas que excluían de las quintas, se fue extendiendo la amargura. Además, la pérdida supuso la disminución de los ingresos y el fin de los mercados privilegiados que estas representaban. En adelante, mercancías como el cacao, el café y el azúcar tendrían que comprarse a precios internacionales. La epopeya de Baler todavía es estudiada en las escuelas de guerra de todo el mundo y, en el cine del franquismo, fue exaltada, con la película Los últimos de Filipinas (1945), film para el que se compuso la canción “Yo te diré”.