Lo mejor de la arquitectura española en un solo monasterio: Uclés

Nave central de la iglesia

Jorge Rejón Díez
Máster en Edición por la UCM.

Ocio y cultura

A una hora de Madrid en dirección sureste, se alza en medio de la meseta castellana un lugar excepcional donde admirar la mejor arquitectura clásica española, el Monasterio de Uclés, un edificio de solemne belleza monumental en la provincia de Cuenca.

A todo aquel que tenga interés en la historia, el arte y en especial en la arquitectura le recomendamos acercarse a un pequeño pueblo, Uclés, no muy lejos de la ciudad de Cuenca, en la que podrá admirar su excepcional monasterio, testigo de grandes momentos de la historia de España, y que hoy sorprende al viajero por su monumentalidad y la pureza de su arquitectura.

Dejando a un lado el relato histórico, queremos poner en relieve en estas líneas lo que nos parece lo más destacado del conjunto: su arquitectura. Como buen edificio castellano, su estilo es sobrio y a la vez solemne, donde la sencillez de los volúmenes va pareja a la solidez del conjunto. A esto hay que añadir la acusada falta de mobiliario, que ha ido sucumbiendo por los acontecimientos históricos, guerras de por medio, lo que proporciona al visitante una visión de las estructuras limpia de distracciones.

Por otra parte, se trata de un conjunto en el que se puede hacer un repaso de los estilos más característicos de la arquitectura española, aquellos que se desarrollaron desde el siglo XVI hasta comienzos del XVIII, y que conforman lo más sobresaliente del arte hispano.

El estilo plateresco es el propio de la parte más antigua (foto 1)

El monasterio comenzó a construirse, por iniciativa del rey Carlos V, en 1529. Era el momento en el que en España el arte gótico estaba dando paso al primer estilo arquitectónico del Renacimiento, el plateresco, en el que comienzan a usarse los elementos de la arquitectura clásica: el arquitrabe y el arco de medio punto, con el añadido de una profusa decoración que desbordaba los marcos, imitando el trabajo de los orfebres o plateros, de ahí su nombre.

Nave central de la iglesia, de solemne estilo clasicista (foto 2)

Junto con el claustro, la iglesia es la parte más sobresaliente del conjunto. Construida ya en época de Felipe II, sus arquitectos habían aprendido los principios del arte clasicista de Juan Herrera, arquitecto que impuso su impronta en otro monasterio, el de El Escorial, hasta el punto de que se suelen conocer sus edificios, y los que lo imitan, con la denominación de herrerianos, en preferencia a clasicistas.

La iglesia, de una única nave y con el coro elevado a los pies, con cúpula semicircular en el crucero, irradia robustez y solemnidad a partes iguales. Sus pilastras clásicas y arcos de medio punto, de desnuda piedra caliza, le otorgan una elegancia serena, reforzada por la significativa falta de imaginería, que hace que el visitante centre su atención en los elementos constructivos. Un espacio que hace que cualquier acto religioso se revista de grandeza y trascendencia.

El claustro despliega toda su monumentalidad barroca (foto 3)

Desde la Edad Media, los monasterios presentan un esquema constructivo muy bien definido, siendo el claustro un elemento central, en torno al cual se organiza el resto de espacios y, por extensión, la vida monástica de sus ocupantes. Sin embargo en el monasterio de Uclés el protagonismo del claustro es absoluto. Sus dimensiones nos hacen pensar en que nos encontramos más en un alcázar que en un edificio religioso.

Construido en el siglo XVII, su factura barroca hace de él un espacio cargado de teatralidad, empezando por las grandes y robustas pilastras, que soportan 36 arcos de medio punto, duplicados en una segunda planta con vanos cerrados con ventanas, para un mejor aprovechamiento de la planta superior. Los elementos decorativos labrados en la propia piedra son muy propios también del estilo barroco.

Entrada principal de bella factura barroca (foto 4)

Hemos dejado para el final la entrada principal al edificio, cuya portada fue el último elemento en construirse (1735). El barroco estaba alcanzando ya su máximo, y final, desarrollo compositivo, dando lugar a un estilo propio que en España se conoce como churrigueresco, por los hermanos Churriguera, renombrados arquitectos de la época.

En estos momentos la mayor parte de la decoración de las fachadas se concentra en torno a la portada, donde se suele desplegar todo un discurso narrativo relacionado con el uso del edificio, una auténtica declaración de intenciones, que en esta ocasión tiene al apóstol Santiago como escultura destacada en la parte superior, pues el lugar era la sede principal de la orden de caballería de Santiago.

Un espacio, en definitiva, que fascinará a todo aquel que se acerque, en especial si gusta de la arquitectura y del arte en general.