Peregrino en excedencia

Catedral de Santiago

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Ocio y cultura

Desde hace quince años hago tramos de algún Camino de Santiago. Al principio iba acompañado, pero las últimas veces he vencido miedos y asumido caminar en solitario, enriquecedora experiencia. Tras el parón impuesto por la pandemia, el pasado octubre volví a vivir sensaciones que llevan al pensamiento a divagar a través de caminar y del escribir: el paseo urbano es poesía, la excursión relato y la travesía novela.

No hay forma única de caminar hacia Santiago: hay peregrinos religiosos y ateos, turistas y místicos, quien duerme en albergues o en lujosos hoteles, quien ansía llegar o prefiere desviarse. El Camino libera y serena, descubre lo que somos y descarga los pesos del alma.  Es un regalo de la Historia desde aquella noche en la cual un ermitaño, bajo una sinfonía de estrellas, descubrió un sepulcro que cambiaría la historia de Europa. Muchos peregrinos alargan la ruta hasta Finisterre (finis terrae) para contemplar emocionados una inigualable puesta de sol. Allí concluyen los caminos terrenos y, en el horizonte, el cielo se funde con un mar bravío semillero de leyendas. 

El Camino se ha convertido en flujo de masas, en especial en su última parte, los ciento diez kilómetros desde Sarria (Lugo) a Santiago que permiten obtener la “Compostela”, documento acreditativo de la peregrinación. En 2019 hubo 20.000 bicicletas y 348.000 caminantes, 51 % mujeres, contraste con las 3 mujeres por cada 10 hombres en los años noventa. La evolución refleja su puesta de moda: en 1982 hubo 120 peregrinos; 5.000 en 1990; en 1997 más de 25.000, duplicados tres años después; y en 2010 un cuarto de millón de personas. Cada vez hay más peregrinos en sillas de ruedas, 100 al año.

Más allá de datos y consideraciones sobre el fenómeno de la peregrinación, está la profunda experiencia de personas que descubren o reencuentran valores como el amor, la amistad, la bondad, la esperanza o la paz interior. Cada caminante tiene sus propias motivaciones o no tiene ninguna. He coincidido con quienes no sabían por qué estaban allí o lo asumían como edulcorado viaje de aventuras, reto físico por recorrer una larga distancia, cada vez con más medios que lo facilitan. Siglos atrás, peregrinar suponía arriesgar la vida pues acechaban peligros y enfermedades. Así, a la vera del camino, surgieron aldeas y hospitales donde se atendían cuerpos doloridos y heridas del alma.

En su origen, la peregrinación fue una sensacional estrategia de comunicación. El reino de Asturias necesitaba contar con protección divina en su lucha contra el poderoso emirato de Córdoba. En el año 830, se anunció el hallazgo de la tumba del apóstol Santiago. Era el acicate. La lucha contra el infiel se potenció por la aparición del apóstol a lomos de un caballo blanco en la batalla de Clavijo. El rey astur Ramiro I ordenó peregrinar hasta aquella tumba. Así nació el Camino Primitivo. Monjes cronistas lo relataron y tres siglos después miles de personas en Europa se movilizaron. Antiguas calzadas y puentes romanos se utilizaron y se fundaron villas y monasterios que acogieron gremios y generaron Arte. El auge de la peregrinación se produjo entre los siglos XII y XV, florecimiento del Románico y el Gótico. El Románico invita al recogimiento espiritual, verdades ocultas entre las piedras centenarias de sus templos. Las agujas de las catedrales góticas de León y Burgos señalan la belleza infinita.

Decidido a emprender el reto, toca elegir cuál camino afrontar y dónde iniciarlo. El Camino Francés es el más transitado y Saint Jean au Pie de Port (Francia) su comienzo formal. Penurias y alegrías, sonrisas y sufrimientos, se mezclarán durante la ruta. Su primera etapa, hasta Roncesvalles, veinte kilómetros con desnivel de mil trescientos metros, es emprendida cada año por 60.000 peregrinos. A nuestros pies, pueblos blancos y rojos despuntan entre compactos bosques y verdes praderas moteadas de ovejas. En el cielo, elegantes águilas dibujan circulares vuelos. Cerca de la Virgen de Biakorri, una losa con el número 198 cincelado indica la entrada a Navarra.

La Historia late y la leyenda configura el paisaje. En Roncesvalles se halla el Silo de Carlomagno, osario de los francos caídos en la terrible batalla. Pero en realidad recoge huesos de peregrinos muertos a partir del siglo X, unos envueltos en ventiscas de nieve, otros devorados por los lobos. La Colegiata alberga una capilla románica y el sepulcro de Sancho III con las cadenas que trajo de las Navas de Tolosa. El albergue es un antiguo hospital, la casa Itzandegia (de los boyeros o carreteros), gran nave gótica del siglo XII. En un pasillo, una larga mesa exhibe todo tipo de enseres: una lona exterior de tienda de campaña, peines, linternas, desodorantes, protectores, cazos de hojalata, dos tapetes de ganchillo rosa, suelas de repuesto o una garrafa de agua de Lourdes. Son objetos perdidos (castellano), objetos encontrados objets trouvés (francés) y objetos perdidos y encontrados Lost & found (inglés). Un cartel indica “Deja lo que te sobra y coge lo que necesites”. En la biblioteca del peregrino, cementerio de abandonados libros, los hay de todos los idiomas y géneros literarios, incluso ediciones delicia de algún librero. Al desprenderse de lo superfluo, los peregrinos caminarán más ligeros.

Entre los templos románicos, pedagogía divina en el medioevo, que encontraremos a lo largo de la ruta, embelesa por su sencillez la iglesia de Santa María de Eunate, cerca de Puente la Reina, nudo vital en las guerras carlistas. Este pequeño edificio de piedra de forma octogonal, rodeado por un austero claustro abierto, brota en medio de la nada. Su nombre en euskera significa “cien puertas”. Según una leyenda lo construyeron los templarios, monjes-soldados que protegían a los peregrinos. Otra dice que la Orden de San Juan de Jerusalén auspiciaba un hospital cercano y el templo era su capilla.

Me gusta entrar en las solitarias iglesias apostadas a la vera del Camino. Sus oscuras paredes se hinchan y deshinchan con la tenue luz de las velas. El suelo de madera brilla. En tiempos del Metaverso, parecen salidas entre los fósiles de la tierra. “Se siente el viento que provocan las alas del Ángel de la Historia, que vuelve su rostro hacia el pasado y es empujado de espaldas hacia el futuro”, escribe Walter Benjamín.

Los misterios envueltos por un halo de eternidad se han valido de la música, lenguaje universal, para sintonizarnos con el cosmos, acompañar nuestros silencios y escuchar voces de vida, más allá de lenguas y culturas. El Camino ha inspirado cánticos sacros y profanos. Los juglares medievales contaban y cantaban bellas o trágicas historias.

Para alcanzar las metas soñadas, necesitamos instrumentos que nos orienten. Durante siglos la peregrinación fue una auténtica aventura, sin saber por dónde ir. Ultreia et Suseia (hacia adelante y hacia el cielo) se saludaban los peregrinos. El Camino Francés (descrito por el Liber Santi Iacobi, uno de los cinco libros del Codex Calixtino) se había perdido hacía cuatro siglos. En la década de los setenta del siglo XX, Elías Valiña, párroco de O´Cebreiro, aldea lucense entrada a Galicia, descubrió que frente a esta iglesia prerrománica pasaba una ruta de peregrinación y se propuso recuperarla. Así nació la flecha amarilla. Con pintura utilizada en carreteras próximas, pintó fachadas, farolas, árboles, o el suelo con este símbolo con el fin de orientar nuestros pasos. Verlas alivia y tranquiliza. Hoy, la flecha amarilla es parte del alma de los peregrinos e icono jacobeo.

A los caminantes que asisten a la vespertina misa del peregrino en el santuario de Santa María la Real de O´Cebreiro, tras la bendición, el franciscano Paco Castro, párroco actual, entrega una pequeña piedra sobre cuyo fondo negro resalta la amarilla flecha. En su libro La senda de la vida, fray Paco escribe: “Esta piedra te hará recordar la experiencia vivida en el Camino. Es símbolo de tu vida, puedes tirarla o hacer que sea cimiento sólido de tu nueva vida. La flecha indica una dirección: el Amor. Solo el amor puede dar sentido a tu vida cotidiana allá en donde estés. El alma del Camino es hacer el bien, cuanto más mejor. No lo dudes, el Amor sostiene la vida. Dios es amor”.

En un santuario confluyen lo humano y lo divino, místico espacio para expresar lo que se calla por pena, tristeza, miedo o timidez. En el santuario prerrománico de Santa María la Real de O´Cebreiro, en lo alto de la montaña, un humilde altar de piedra recuerda a quienes caminan en la eternidad. Patrimonio de leyendas entretejidas, alguna señala al Cáliz de O´Cebreiro, joya histórica que data del siglo XII, como el anhelado Santo Grial y este puerto de montaña como el auténtico Montsalvat (monte de salvación).

Aquí inicié el pasado octubre mi tramo de camino. Melancólico otoño, sinfonía de colores: naranjas, marrones, verdes y amarillos. El amanecer teñía de rojo y morado las nubes bajas y la niebla se deslizaba a ras de tierra aquella fría mañana. En el bosque, entre gruesas raíces y ramas caídas circulaba un arroyo cantarín. Hermosura agreste de brumas, tojos y helechos. Veo los cortos vuelos de los petirrojos y a los mirlos recibir la jornada con sus cantos. Es mi momento predilecto del día, “momentos de sombra larga”, al darnos el sol en la espalda, nuestra sombra se alarga, alarga, alarga….

Estos días no ha dejado de llover e inmensas nubes te envuelven. Distingues varios tipos de lluvia: lluvia arrasadora e implacable, agua arrojada con fuerza voraz; monótona lluvia que acompaña la fatiga de los peregrinos; lluvia fina e invisible que empapa los huesos y licua el pensamiento. El anhelo de reposo en la cercana meta las soporta.

Peculiares personajes han transitado por las rutas jacobeas a lo largo de la historia. Peregrinos perpetuos, vividores y pícaros que se aprovechaban de la bondad de otros. El Códice Calixtino alerta sobre bandoleros que exigían forzoso portazgo y posaderos que esquilmaban al caminante. En algunos puntos, los peregrinos medievales se agrupaban para defenderse. Hubo normas para detectar a peregrinos que tras concluir su Camino malvivían en Compostela. A los tres días de estancia se les consideraba forajidos y debían abandonar la urbe so pena de cárcel y latigazos. Eran los “gallofos” (“gallofa” era un caldo pobre -agua con verduras- que monasterios y conventos ofrecían a los mendigos). En tiempos recios, la peregrinación era forma de vida, huida y búsqueda.

Aceptar nuestras limitaciones y afrontarlas nos permite avanzar y superar dificultades. Víctor Frankl, psiquiatra vienés, sufrió el horror nazi. En El hombre en busca de sentido señala: “Mantener viva la llama de la esperanza es decisivo en la vida. El sufrimiento nos hace más fuertes, justos y solidarios”. El esfuerzo sobrecarga los pies y daña con ampollas, rozaduras o calambres. Junto al dolor, aparece la enseñanza de lo fraterno y la acogida. En ocasiones hay que abandonar, pero el Camino queda ahí y se podrá retomar. Peregrinar es convivir. No transitamos solos por el camino de la vida, seguimos las huellas de anteriores peregrinos y trazamos la senda para quienes vendrán. En este tránsito necesitamos maestros que orienten y consuelen, instruyan y desvelen arcanos secretos. La existencia no es un camino abocado al fracaso sino proyectado hacia un horizonte de esperanza. En tiempos en los que lo material y el “yo” son los ídolos, solo nuestra capacidad interior puede transformar la vida en algo bello.

En Lavacolla, a las afueras de Santiago, los peregrinos de origen franco se lavaban en el río del mismo nombre para entrar aseados a la ciudad. Limpios de cuerpo, símbolo externo de purificación interior. La proximidad de la meta final hace recordar momentos duros. Como en la vida, cada paso puede traducirse en dolor, desesperación o tristeza. Los últimos kilómetros de las etapas se andan más con la “cabeza” que con los doloridos pies. El Camino es un cóctel de cuatro elementos: físico, psíquico, emocional y, para algunos, espiritual. Es aditivo y engancha. Los que lo terminan afirman que ha merecido la pena y comunican el gozo por el reto superado. Si pueden, repetirán.

En la Plaza del Obradoiro, la ruidosa masificación ahoga la magia del momento íntimo de la llegada tras prolongado esfuerzo. Bien Cultural Patrimonio de la Humanidad, la Catedral se comenzó a construir en 1075. En la Edad Media, Santiago, referencia cristiana de Occidente, se situó a nivel de Jerusalén o Roma. En la actualidad, peregrinos y turistas miran atónitos el coro de piedra, el sepulcro o el botafumeiro, incensario de plata que cuelga desde lo alto. Se puede visitar el Pórtico de la Gloria realizado por el maestro Mateo, con el tímpano presidido por el apóstol Santiago. Su reciente restauración devolvió la policromía a sus figuras. Solo 25 personas en cada uno de los ocho turnos diarios establecidos lo pueden visitar. Grupos de 15 personas pueden subir a la Torre Norte o de la Carraca para ver toda la ciudad. El sepulcro del Santo es el lugar de mayor recogimiento. A hora temprana, abre antes de las siete de la mañana, la Catedral está vacía y en silencio. Entonces parece más grande y majestuosa.  Cuando la luz de la tarde atraviesa los vitrales, la nave central parece un caleidoscopio.

Superada la prueba, el peregrino redescubre mensajes ocultos. Somos más que física o biología, sentimos y expresamos sentimientos. Recuperar la espiritualidad cambia nuestra intrahistoria y el Camino sería la génesis del cambio. Es un foro abierto que lleva a muchas personas a expresarse tal cual son, sin máscaras, sin composturas, miedos, ni complejos. Coaching emocional que permite reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos y descubrir el arte de hacer el bien frente a la soberbia, la prepotencia y el egoísmo. Transformación e introspección sustentan nuestra vida e ideales: amor, esperanza, paz y amistad.  Añoraba volver a caminar y llegar a Santiago, piedra lavada por la lluvia, ciudad “almada”, faro y guía para personas que se sienten perdidas.

Bendición del Camino

Que el Amor sea luz de esperanza en tu caminar.

Que la paz sobreabunde en tu corazón.

Que la bondad sea tu huella en esta vida.

Que la fe te afiance frente al misterio de la vida.

Y llegado el momento de alcanzar la meta: el Amor,

Dios te abrace eternamente.

Sé feliz y haz felices a los demás.

Ultreia et Suseia. ¡Buen Camino!