¿Es posible el renacimiento de nuestros valores y tradición humanista?

Bolda del mundo en equibrio sobre la cúspide de una montaña

Javier Cabo Salvador
Doctor en Medicina y Cirugía Cardiovascular. Director de la Cátedra de Gestión Sanitaria y Ciencias de la Salud de la UDIMA. Catedrático en Investigación Biomédica de la UCNE. Miembro de la Academia de Ciencias de New York.

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“Procura ser un hombre de valores y el éxito llega solo" (Albert Einstein)

Si de las muchas acepciones y significados de la palabra humanismo, nos quedamos con el de “actitud vital que concibe de forma integrada los valores humanos”, destacando ante todo el valor del hombre frente al resto de realidades, ¿es posible el renacimiento de nuestra tradición humanista en la sociedad actual en que vivimos, con pérdida de los grandes valores clásicos de la humanidad?

Bajo la presidencia de Víctor Hugo, en 1869, se celebró en Lausana, el Congreso de la Liga de la Paz y la Libertad bajo el lema si vis pacem, para libertatem (si quieres paz prepárate para la libertad), donde se intentaron fijar las bases de una organización federal para Europa, creando unos Estados Unidos de Europa, con la idea de “aunar juntos las fuerzas con el objetivo de conseguir el bienestar de todos, y la fraternidad de los hombres”. ¿Qué ha sido de ese idealismo?

El humanismo, movimiento intelectual, de renovación cultural, surgido en Italia en el siglo XIV y desarrollado en Europa durante los siglos XV y XVI, rompió en su momento con las tradiciones escolásticas medievales, exaltando el interés por el ser humano. Humanismo que tuvo un gran impacto en el campo de la cultura y las artes, aportando un sentido racional a la vida del que carecía con anterioridad. Humanismo que mantuvo las ideas aristotélicas fijadas por Tomás de Aquino (aristotelismo tomista), quien replanteó la relación entre la fe y la razón, dotando a esta de una mayor autonomía, punto clave en la reforma católica, y mantuvo el aristotelismo de Averroes, rechazando la teoría que separaba filosofía y fe con una doble verdad científica y religiosa, insistiendo en la existencia de una única verdad, pudiendo ser esta conocida indistintamente desde la razón y desde la fe. Humanismo que recuperó el platonismo, y en el que jugaron un papel fundamental diferentes corrientes filosóficas y teológicas. Humanismo que, aparte de un movimiento filosófico, cultural y artístico, con grandes precursores como Dante, Boccaccio y Petrarca, basó su filosofía en la recuperación de los valores de la antigüedad clásica, pasando de una mentalidad basada en la fe (verdad revelada), a una nueva mentalidad basada en la razón, la experiencia y la observación (conocimiento empírico). Humanismo que estuvo caracterizado por su antropocentrismo, situando al hombre como eje de sus preocupaciones y motivaciones, con un gran compromiso con la búsqueda de la verdad y la moral a través de las ciencias, rechazando la validez de las justificaciones trascendentales al considerarlas dependientes solamente de lo sobrenatural y de las creencias.

Actualmente vivimos inmersos en un mundo globalizado, tecnológico e interconectado a través de las TIC, mediante internet y las redes sociales, pero vivimos en una nueva sociedad, donde predomina paradójicamente el aislamiento social. Una sociedad donde derivado de estas nuevas tecnologías vivimos muchas veces alejados de la interacción con las personas de nuestro entorno, originando esta falta de contactos humanos reales, en muchas ocasiones, una tremenda soledad.

Vivimos en una sociedad radicalmente diferente de las precedentes sociedades griega, romana, medieval, e incluso la industrial tradicional. Hemos sufrido dos guerras mundiales, y hemos creado múltiples mecanismos y organizaciones para intentar evitar enfrentamientos bélicos entre naciones, pero como estamos viendo con la invasión de Rusia a Ucrania, no hemos logrado evitar los conflictos ni acabar con la nueva incertidumbre y el nuevo riesgo de un holocausto nuclear. Hemos avanzado en el progreso tecnológico y en cuestiones de justicia social, y a pesar de sus múltiples defectos, y de las indudables diferencias jurídicas y políticas existentes, la Unión Europea sigue siendo por ahora un pequeño reducto de paz y bienestar social. Pero estas ideas de unión, cooperación y paz están seriamente amenazadas por la irrupción de los nacionalismos y populismos. Ideologías políticas que tienden a la desunión de los ciudadanos, por razones tanto de índole étnica como cultural, religiosa, política e ideológica.

Estamos en un mundo dominado por la información, por los datos digitales y por las nuevas tecnologías denominadas NBIC (nanotecnología, biotecnología, inteligencia artificial (IA) y ciencias cognitivas). Tanto Benjamin Disraeli, primer ministro del Reino Unido en dos ocasiones, como Karl Marx, comunista alemán de origen judío (polos opuestos en ideología y pensamiento político), ya coincidían en su época en cuanto al peligro que el hombre corría por el crecimiento incontrolable de la industrialización, la producción, el consumo y los avances de la tecnología. Ambos ya percibieron la forma en que “el hombre se debilitaría al volverse esclavo de las máquinas y la tecnología”.

Internet y muchas otras herramientas tecnológicas que utilizamos actualmente de forma rutinaria se han convertido en herramientas imprescindibles para la vida en nuestra sociedad. Herramientas qué, aunque en apariencia nos ofrecen libertad, paradójicamente sucede con ellas todo lo contrario, porque a través de sus algoritmos de desarrollo, como los de Apple, Google, Facebook o Amazon, entre otros, descifran los patrones de nuestras relaciones personales, deseos, gustos y modos de vida, e inciden con gran poder de influencia sobre nuestras decisiones y nuestra voluntad, actuando de manera directa en nuestra libertad.

En la actualidad, nos relacionamos y socializamos con nuestro entorno sobre todo a través de Facebook o Whatsapp. Mantenemos más el vínculo con nuestros amigos a través de las aplicaciones y redes sociales que a través del contacto directo, tanto verbal como visual. Como vemos la IA considerada como elemento estratégico del siglo XXI y que afecta a todos los ámbitos de la sociedad, geopolíticos, sociales, económicos y culturales, puede llegar a tener un impacto negativo al menoscabar la libertad y el derecho a la intimidad, y puede convertirse en un arma a favor de la desigualdad y el control de la humanidad. Por todo ello, la defensa de la privacidad y la protección de datos es uno de los retos más importantes a los que se enfrenta la humanidad.

Estamos viviendo en una época de auge del transhumanismo, “movimiento que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías, para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como son: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición mortal”. Transhumanismo que centra sus ideales en la prolongación de la vida, considerando erróneamente el envejecimiento no como un proceso evolutivo natural, sino como una enfermedad; y en el desarrollo de una simbiosis cada vez más íntima entre el hombre y máquinas, abriendo un mundo de ciencia ficción, donde la condición humana se transforma en una humanidad más deshumanizada.

En palabras de Nick Bostrom, presidente de la World Transhumanist Association, la humanidad será transformada de modo radical por la tecnología del futuro. El transhumanismo representa una nueva concepción del futuro del hombre; un ser humano en transformación, con algunas de sus capacidades físicas y psíquicas superiores a las de un ser humano “normal”, pero todavía no “poshumano”, un ser más perfecto que el ser humano y el transhumano. Concepto este de superhombre, surgido de la imaginación y mezcla de diferentes acepciones: religiosa (círculos heréticos y gnósticos del cristianismo), poética (Goethe) filosófica (Stirner, Emerson y Nietzsche), biológica (Haldane y Huxley) y tecnológica (Clynes, Kline). Concepto de transhumano que se asemeja más a un personaje de los “comics” de ciencia ficción, dotado de capacidades y poderes sobrenaturales como Superman o Batman.

Personalmente rechazo el concepto de transhumano y prefiero hablar del concepto de Humanos Tecnológicamente Mejorados (TIH+), para describir la realidad de la influencia e integración de la IA, robótica, genómica y la bioingeniería en la longevidad y extensión de vida. Nuevo concepto realista y menos disruptivo, yendo hacia una humanidad mejorada gracias a los avances tecnológicos, que en los conceptos de origen del transhumanismo de Haldane y Huxley o de Fyodorov y Esfandiary, que consideran el transhumanismo como un “movimiento que intenta transformar la condición humana en un ser híbrido dominado tecnológicamente, y que en algún momento serán capaces de transformarse en otra especie poshumana”. Concepto de Humanos Tecnológicamente Mejorados (TIH+) que expresa una realidad evolutiva de la ciencia en ayuda de la humanidad mediante la tecnología aplicada de restauración o de mejora biológica, mediante tecnologías emergentes de ayuda a la raza humana en el logro de una supervivencia y extensión de vida con años de vida ajustados a la calidad. Pero esas personas tecnológicamente mejoradas con implantes y prótesis tanto biológicas como mecánicas, no son ni “ciborgs” ni “transhumanos” dominados por una máquina, sino personas con consciencia (estado funcional cerebral) que refleja la naturaleza intrínseca del ser humano. Olvidémonos de esa falsa creencia de la inmortalidad, y de la falsa y creciente creencia de la supuesta capacidad de las máquinas para adquirir caracteres humanos, incluyendo la conciencia.

Erich Fromm, sociólogo humanista de origen judío alemán, quien durante una parte de su vida políticamente defendió la variante marxista del socialismo democrático, anticipó que “la humanidad estaba caminando hacia el principio de su transformación en una máquina sin sentimientos y sin ideas”.

Pero, nunca lo olvidemos, las máquinas no son inteligentes, los inteligentes son los seres humanos que las crean. Hoy el calificativo de inteligente se aplica de manera alegre a cualquier avance tecnológico con la simple condición de “que sea capaz de recibir señales y de emitir respuestas a esas señales”. Hemos llegado a la simpleza de considerar la hipótesis en la que un robot puede llegar a tomar decisiones de manera autónoma y que puede interactuar de manera libre e independiente, ya sea con personas o simples máquinas. Incluso el Parlamento Europeo en febrero de 2017 llegó a considerar el planteamiento de crear una personalidad jurídica específica para los robots.

Estamos inmersos en una sociedad donde predomina una sensación generalizada de que las cosas están empeorando de forma global. Según una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones “Pew Research Center” think tank con sede en Washington, que proporciona información sobre actitudes y tendencias a nivel mundial, cuando se les preguntó a los residentes de 19 países cómo pensaban que estaría financieramente la próxima generación de su país cuando estos crecieran, afirmaron que pensaban que iban a estar en peores condiciones económicas que en el momento actual. Al menos tres cuartas partes de los adultos en Japón, Francia, Italia y Canadá, al igual que la mayoría en España, Reino Unido, Australia, Estados Unidos, Bélgica, Grecia, los Países Bajos y Corea del Sur, contestaron que creían que la próxima generación iba a estar peor financieramente que sus padres. Singapur fue el único país encuestado donde la mayoría de los adultos (56 %) creía que la próxima generación estaría mejor económicamente. En Israel, Hungría y Polonia, uno de cada diez respondió que creían que sus descendientes tendrían la misma situación financiera que sus padres. En diez países (Estados Unidos, Italia, Reino Unido, España, Países Bajos, Australia, Canadá, Francia, Bélgica y Japón), alrededor de la mitad o más de los adultos con una visión positiva de la economía piensan que sus hijos van a estar económicamente peor que ellos.

Como menciona Alyssa Rosenberg, columnista de The Washington Post: “El cine y la televisión han convergido en una obsesión por el declive social”. Esta obsesión puede coincidir con el sentimiento público de que todo, desde la democracia hasta la naturaleza, está bajo una profunda amenaza y que el pesimismo es una opción mucho más inteligente que la protesta. Solo hay que ver las últimas series como House of the Dragon, en HBO; The Lord of the Rings: The Rings of Power, en Amazon; o Foundation, en Apple TV Plus; a nivel de literatura, la trilogía de Frank Herbert, Dune, saga de literatura fantástica, y la trilogía de ciencia ficción del escritor chino Liu Cixin, El recuerdo del pasado de la Tierra, también conocida por su primer título de la trilogía El problema de los tres cuerpos que hace referencia al problema de los tres cuerpos en el campo de la mecánica orbital.

Hemos vivido en los últimos tres años la tragedia de la pandemia del COVID-19 con millones de muertos. Estamos viviendo la invasión rusa a Ucrania y cómo se ha renovado la “Guerra Fría”, y el espectro de un posible desastre nuclear. Estamos viviendo el cambio de turno de Estados Unidos hacia China como potencia hegemónica a nivel mundial. Hemos vivido la cumbre de la Organización de Cooperación de ­Shanghái­ (OCS), “Cumbre de Samarcanda”, donde el presidente chino Xi Jinping exhortó a mantener el Espíritu de Shanghái. Estamos viviendo la decisión de la OPEP+, bajo la alianza liderada por Arabia Saudí y Rusia, de reducir la producción de petróleo de los países miembros, lo que ha impulsado un alza considerable en los precios del crudo a nivel mundial. También hemos vivido la declaración del presidente Erdogan de que “Turquía y Rusia están juntas en sus planteamientos de construir un centro de distribución internacional de gas en suelo turco”. Estamos viviendo una larga “guerra” financiera mundial entre los dos bloques de poder existentes, la Reserva Federal de Estados Unidos, queriendo proteger el “privilegio del dólar” como la “moneda de reserva” y el bloque de Eurasia (Rusia y China) que quiere salirse del canal financiero actual. El futuro no es halagüeño y lo peor es que, a nivel general, los ciudadanos no confiamos en las clases políticas dirigentes de nuestros respectivos países para aportar soluciones.

¿Cómo podemos hacer prevalecer en este entorno tan hostil los valores del humanismo?

Está claro que los avances técnicos y científicos solo tendrán un carácter positivo si coinciden con el progreso humano de forma global: intelectual, ético, político y social.

En la actualidad hay una tendencia humanista, no solo como resurrección de la antigüedad clásica, sino como manifestación de la necesidad de un nuevo ideal humano basado en la autonomía, la libertad y la razón, atributos básicos de la concepción humanista. La humanidad está inmersa en una sociedad con carencia de valores y dominada por el materialismo. Una sociedad donde predomina el odio, tanto de religiones, como de culturas, de ideologías e incluso de clases sociales. Si queremos construir una sociedad con valores humanistas debemos avanzar y no quedarnos solo en puros aspectos teóricos. La importancia del humanismo, buscando potenciar la dignidad y los valores humanos, en este entorno es vital.

Pico della Mirandola al referirse a la dignidad del ser humano afirmaba que “los hombres y mujeres de hoy debemos trabajar y luchar por obtener mejores condiciones de convivencia, de desarrollo y de formar nuestra identidad cultural”. Cultivar los valores de solidaridad, de integración, respeto al pensamiento y a la diversidad, tolerancia y, sobre todo, valores de convivencia que rechacen la violencia y el oportunismo como medios para solucionar nuestras diferencias.

El recientemente fallecido Joseph Ratzinger, Benedictus XVI, gran teólogo, humanista y papa, siendo cardenal, pronunció en el funeral de su antecesor Juan Pablo II su famosa homilía en la que advirtió sobre “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y cuyo objetivo final consiste exclusivamente en el ego y los deseos propios”.

Ojalá logremos de una vez el estado de paz del hombre con la naturaleza y la desaparición de toda destructividad. Ideal este ya comentado por Erich Fromm en su libro Y seréis como dioses, y que encuentra una de sus primeras expresiones en las novelas y relatos bíblicos, en el pasaje de Isaías, 11,5-9 del viejo Testamento; y en las reflexiones acerca del humanismo, del sociólogo Zygmut Bauman, quien en su libro Amor líquido afirma que “en la era de la globalización, la causa y la política de la humanidad compartida se enfrentan al más trascendental de los muchos pasos trascendentales que han dado en su larga historia”.

¡Ojalá logremos entre todos el renacimiento de los valores y tradiciones humanistas para el bien colectivo de toda la humanidad!