Putin y la guerra de Ucrania: una visión desde la teoría de la decisión

Botón que repsenta la guerra o la paz

Juan Pazos Sierra
Catedrático UDIMA.

Ciencia

En el año 1964, el astrofísico Nikolai Kardashev tipificó, usando el criterio objetivo de la energía consumida, las civilizaciones extraterrestres en los tres tipos siguientes: I, planetarias, es decir, aquellas capaces de consumir la energía que su estrella proyecta sobre su planeta y todas las energías del mismo: eólica, maremotriz, sísmica, volcánica, etc.; lo que supone aproximadamente 1017 vatios; II, estelares, que aprovechan toda la energía que emite una estrella, esto es, equivalente a 1027 vatios; III, galácticas, capaces de captar toda la energía producida por miles de millones de estrellas, aproximadamente 1037 vatios.

En dicha tipología no tiene cabida la civilización terrestre más avanzada: la científico-tecnológica. La razón es que dicha civilización no cumple los requisitos mínimos exigibles a las planetarias. Por ello, su nivel sería 0,75, calculándose que tardará al menos un siglo en conseguir el nivel l.

Sin embargo, el paso de una civilización de tipo 0, como la terrestre actual, a uno de tipo I, planetaria, es difícil por los peligros de destrucción que entraña. El Premio Nobel de Física Fermi lo expuso de forma nítida cuando dijo: “Toda civilización avanzada desarrollada en la Vía Láctea, lleva aparejada, con su tecnología, el potencial de exterminarse”. Los principales peligros son: agotamiento de los recursos energéticos fósiles, decadencia biológica y cultural, superpoblación y enfermedades infecciosas, y, para lo que aquí ahora interesa, el holocausto nuclear.

Al respecto, el padre de la teoría de juegos y del computador John von Neumann, poco después de lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki le comunicó al almirante Lewis Strauss lo siguiente: “La aparición de supernovas, estrellas de origen desconocido y gran intensidad que surgen repentinamente convirtiéndose poco después en cenizas espaciales, podrían ser la prueba de que habría seres conscientes en el universo que ya habían alcanzado, en su planeta, el nivel científico-tecnológico similar al humano y, tras fracasar en superar el 'dilema de la convivencia' habían logrado hermanarse a través del suicidio colectivo cósmico”. Y lo peor es que un solo hombre, en este caso Putin, puede desencadenar la catástrofe. La cuestión, entonces, es con qué probabilidad y qué hacer.

Para responder a estas cuestiones, quien esto escribe ha modelizado, en primer lugar, la situación actual de la invasión de Ucrania y el comportamiento de su responsable único Vladimir Putin. Luego, haciendo uso de técnicas sencillas de IA, la fórmula de Gott III y el método del acabado de citar Fermi, se puede obtener la respuesta a dichas cuestiones.

Comenzando por la invasión de Ucrania, este es un ejemplo palmario de lo que el matemático de Princeton, Tucker, denominó, aunque no muy exactamente, “El dilema del prisionero”, para presentar ante un auditorio lego en la materia, un trabajo previo de Flood y Dresher publicado en 1950, con el título más preciso de A non cooperative pair, que puede establecerse como sigue: cada participante, individuo o grupo, en la situación, debe decidir si otorga o no un beneficio B al otro participante, sacrificando, simultáneamente, un coste c, menor que B. Si ambos contendientes cooperan, cada uno de ellos obtiene un beneficio neto de n = B - c.

Si, por el contrario, ambos deciden no cooperar, “desertan”, ninguno logra nada. Y si uno coopera y el otro no, el que no coopera consigue un beneficio neto B y el cooperador paga el coste c, es decir, pierde en vez de ganar. Vulgarmente, “hace el primo”.

Este tipo de situación es tan abundante y ubicua que aparece por doquier en las civilizaciones tipo 0. Ejemplos cotidianos en la científica-terrestre actual son: ensuciar los lugares públicos, colarse -sin pagar, claro-, en transportes, espectáculos y demás lugares públicos de pago, la caza y pesca furtivas, los hurtos en hoteles, tiendas, etc. Los múltiples y variados “ismos”: independentismos, localismos, religionismos, fascismos, comunismos… Y, para lo que aquí ahora interesa, la carrera armamentista. De más está decir, por obvio, que las sociedades medianamente avanzadas actuales se basan, al menos en sus normativas, en la cooperación.

Pues bien, Putin decidió desertar en su invasión de Ucrania pensando que dicha invasión iba a ser un auténtico paseo militar, que acabaría coronándolo de laureles y gloria. Craso error, pues la guerra ya la tiene perdida, por ignorar la historia. Efectivamente, esta muestra de que cuando un pueblo no acepta la opresión, no hay ejército, por poderoso que sea, que lo domeñe. Los casos de la invasión napoleónica de España a principios del siglo XIX, las guerras de Vietnam y Chechenia, la II Guerra Mundial, son ejemplos palmarios de ello.

Por otra parte, a partir del “dilema del prisionero”, intercambiando las posiciones de penalización y hacer el primo, se obtiene otro modelo de la teoría de juegos que recibe el nombre de ¡Gallina! Dicho juego fue popularizado por la película “Rebelde sin causa”, protagonizada por James Dean. En su versión de dos coches en dirección contraria en una carretera con una línea continua blanca en el centro y cada uno pisando dicha línea, de modo que si al menos uno de ellos no se aparta, deserta, el choque es inexorable con consecuencias mortales para ambos. Si se aparta uno, el otro le grita ¡Gallina! Lo preocupante de este juego es que el jugador irracional lleva las de ganar. De hecho, los participantes curtidos en el mismo se introducen en sus coches ebrios, con gafas de sol, casi de soldador, para que se vea que, si algo, ve poco, y arrojará el volante del coche por la ventanilla. En suma, se comportan como si estuvieran ebrios, ciegos y sin guía y marcha atrás, pues creen que así le ganarán la partida al oponente.

Putin, cuando anunció que usaría su arsenal nuclear si fuera preciso, se está comportando así, pues sabe que si lo hiciera sería el Armageddon, desapareciendo él también.

Ambas situaciones, de conflicto parcial y suma no nula, esto es, que lo que gana uno no es lo que pierde el otro, pues pueden perder ambos, muestran que, ocasionalmente, seguir los intereses inmediatos de cada participante conduce a resultados catastróficos para ambos. Lo que los diferencia y hace recíprocos es que en el primero, la coincidencia de estrategias produce los mejores resultados, en tanto que en el segundo, ocurre exactamente al revés, es decir, hacer lo contrario que el rival consigue el mejor resultado. Lo peor es que ambos pueden usarse para reforzar la supuesta posición de quien lo hace. El propio Putin lo está haciendo, primero, por la invasión de Ucrania con la disculpa de combatir el nazismo, nada menos que de un ¡¡¡presidente judío!!!, y segundo, amenazando con el lanzamiento de armas nucleares sobre “tutti cuanti” se enfrenten a su barbarie.

A partir de dichos modelos, se utilizó el método de Fermi, pues este lo empleaba, habitual y magistralmente, para estimar, mediante el uso educado y adecuado, de cálculos sencillos, el resultado de ecuaciones científicas complejas a partir de datos escasos o nulos e inciertos. El ejemplo más conspicuo de ello fue su cálculo del poder de la primera bomba atómica, Trinidad, explotada el 16 de julio de 1945 en Alamogordo, a partir de la distancia recorrida por los papeles caídos de sus manos tras la explosión. Y era tan confiable en sus predicciones que cariñosamente entre sus colegas se le denominaba “El Papa”, que como se sabe es infalible cuando habla “ex cátedra”.

Ahora bien, en este caso, se usó el más que consagrado método de J. Richard Gott III, que acertó la caída del muro de Berlín y el tiempo que permanecen en cartel las obras teatrales en Broadway, y, que quien esto escribe, usó para calcular cuándo finalizaría la pandemia del COVID-19. El resultado obtenido, publicado en la página 12 de la revista 'Conectados' n.º 92 de octubre de 2020, fue que, con un 95 % de probabilidad, será el año 2023, lo que parece que se cumplirá. Dicho método se basa en la evidente e indiscutible desigualdad siguiente:

Ta x |(f-1)/f+1) < Tr < Ta x |(f+1)/(f-1),

siendo:

Ta, el tiempo actual.

Tr, el tiempo restante.

f, el coeficiente de fiabilidad.

Y, en el principio de mediocridad de Copérnico.

Dicho coeficiente de fiabilidad que es lo más difícil de obtener, en el caso de Putin, se estimó teniendo en cuenta los antecedentes históricos de la situación ya citados, así como su situación personal. Concretamente, su matrimonio con una mujer mucho más joven que él y el ser padre de un niño hace que su afán de supervivencia se incremente sustancialmente, de modo que su visión del Armageddon que supondría un conflicto nuclear lo vuelve improbable. A esto hay que unir su condición de plutócrata, amante de los placeres de la vida, y el haber sido miembro del antiguo KGB, hizo que su valor estimado sea del 57 %. Y la duración de la invasión oscila entre un mínimo de aproximadamente 87 días y un máximo 2,5 años.

Finalmente, teniendo en cuenta que en el dilema del prisionero, la mejor opción es mostrar que se va desertar, lo procedente es decirle a Putin que si se le ocurriera lanzar un ataque nuclear la respuesta sería que recibiría el doble de su medicina, es decir, si bombardea una ciudad de 100.000 habitantes, se le lanzaría una bomba que exterminara una ciudad rusa de 200.000 habitantes. Por eso no se entiende bien la respuesta del representante de la UE José Borrell de destruir el ejército ruso.