Resiliencia para emprender
Sandra Cerro
Grafóloga y Perito Calígrafo
Máster en Dirección y Gestión de RRHH por el CEF.-
Miembro de la ACEF.- UDIMA
Foto de Stock.xchng
“Mi granero se ha quemado. Ahora puedo ver la luna”, decía Karl Marx. Y eso mismo traté de pensar yo cuando, a lo ocho meses de haber emprendido mi proyecto de empresa, vi quemarse las instalaciones y, a pesar del inevitable y tan humano sofocón que me llevé, tras haber perdido todo, comprobé que las llamas apenas si habían chamuscado las esquinas de mi sueño.
Nadie que emprenda el camino hacia una meta está exento de encontrarse dificultades en el camino ¡Así es la vida! La clave está en la perspectiva, en la actitud que adoptemos ante los hechos desestabilizadores, y el tiempo que tardemos en reaccionar para seguir adelante.
Del vocablo inglés resilience (resistencia), el concepto “resiliencia” hace referencia a tres etapas consecutivas de actuación, justo después de un fenómeno o circunstancia adversa, de un trauma, o de un duelo. Éstas son:
1º - Resistir
2º- Sobreponerse o rehacerse
3º- Continuar adelante
A diferencia de aquellas personas que, tras un proceso de duelo, se sobreponen, recuperan fuerzas y recomienzan de nuevo, los individuos resilientes pasan de forma automática por los tres procesos antes mencionados, manteniéndose en niveles funcionales a pesar del percance sufrido o experiencia traumática. El mérito de las personas resilientes es la capacidad de mantener el equilibrio emocional y funcional, de forma ininterrumpida y constante.
El mérito de las personas resilientes es la capacidad de mantener el equilibrio emocional y funcional, de forma ininterrumpida y constante
Pero, ¿cuál es el secreto de estos héroes cotidianos?
Estabilidad emocional y templanza: saben identificar los problemas y las situaciones de crisis, aceptándolos como parte de las fluctuaciones inevitables del río de la vida, con serenidad, y controlando el equilibrio de las emociones. Se puede parar y respirar hondo, pero hay que seguir adelante. Y siempre es tiempo de volver a empezar.
Optimismo y entusiasmo: gozan de un optimismo realista, siempre piensan que todo pasa por algo y que ese “algo” siempre puede ser mejor que lo anterior. Así como Tagore, que decía “si por la noche lloras porque se esconde el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”, un resiliente siempre resulta ser un cazador de estrellas, y sabe sacar el lado bueno y positivo y, sobre todo, las valiosas enseñanzas y el crecimiento personal que puede suponer pasar por fases difíciles y procesos de lucha.
Energía y dinamismo: el resiliente suele ser una persona activa, dinámica, que, si no se apalanca en ninguna circunstancia vital, menos va a hacerlo cuando los acontecimientos exigen un redoble de fuerzas. El dinamismo y proactividad característicos de las personas resilientes les dan la ventaja de llevar ya una “carrerilla” tomada, antes de llegar al punto de partida hacia la meta. Cuando llega el tropiezo, ellos ya han zarpado viento en popa y a toda vela; frenar no les compensa, y aprovechan esa energía para izar las lonas, encarar los vientos, y seguir surcando mares.
Motivación: tener un sueño que cumplir o una misión de vida, bastan para que ni una, ni dos, ni 200 piedras en el camino puedan frenar a una persona resiliente. Ésta tiende a aceptar el tropiezo, no sólo para ver que la vida no es un camino de rosas, si lo que deseamos es alcanzar una meta, sino también para sopesar el valor de esa meta. Si en el primer tropezón, ya estamos sentados llorando a la orilla del camino, es porque nuestro sueño no tiene tanto valor como creíamos. En cambio, si el primer tropezón nos enseña a mirar más y mejor el camino, y a apretarnos más los cordones de las zapatillas para seguir caminando, entonces tenemos un sueño que sí merece la pena ser alcanzado.
Autoconfianza: la seguridad en uno mismo y la confianza en que se tienen los recursos personales para poder salir a flote, pese a cualquier contratiempo. Tendencia a pensar que, si algo no sale bien, podemos explotar recursos para que salga mejor o, si esto no es posible, reintentar un nuevo proyecto y abrir nuevas vías hacia la realización personal. Nuestros valores, nuestras aptitudes y habilidades nunca son limitados.
Capacidad de adaptación a cambios y presiones: la flexibilidad y la tolerancia para acatar situaciones de cambio. No estamos hablando de conformismo ni resignación, sino de aceptación natural de que la vida fluye, como un río, tanto por remansos como por corrientes y acantilados y, como decía Pierre Auguste Renoir, “hay que dejarse ir como un corcho por la corriente del arroyo”.
Creatividad y afán innovador: no somos ovejas viviendo dentro de un redil; más allá de la verja hay horizontes inmensos por explorar. Las personas creativas tienen la mente abierta, y encuentran más fácilmente vías de escape, lugares, estados emocionales y modos para convertir un contratiempo en una oportunidad para generar ideas y crear nuevas cosas. De todos es conocida la paradoja tan romántica de que, durante los estados de desamor, es cuando los músicos, escritores y poetas resultan más prolíficos en sus creaciones. Como decía Walt Whitman, “aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa, y tú puedes aportar una estrofa”.