Adolfo Suárez, ¿el “tapado” del Rey?
Álvaro de Diego González..
Profesor de la UDIMA
La transición democrática española fue posible por una serie de factores (el cambio generacional, la influencia del catolicismo posconciliar, un contexto internacional favorable o el desarrollo económico) que facilitaron, pero no determinaron, su éxito. La gran empresa colectiva tuvo hito decisivo en la aprobación por las Cortes del difunto general Franco de una Ley para la Reforma Política que abrió las puertas a la democracia.
El cambio aconsejaba prudencia, no alarmar a los sectores más conservadores, en especial al ejército. La reforma “de la ley a la ley a través de la ley”, sin violentar las instituciones ni abrir un memorial de agravios, exigía, además, situar al frente de las principales instituciones a los hombres identificados con el proyecto de la Corona. La Presidencia del Gobierno se revelaba clave.
Franco había acaparado todos los poderes del Estado, pero en junio de 1973 delegó el Gobierno en el almirante Carrero Blanco, un integrista que había favorecido al Príncipe Juan Carlos como “sucesor a título de Rey” cuatro años antes. No obstante, el asesinato de Carrero a manos de ETA en diciembre eliminó de la escena al presidente que previsiblemente heredaría don Juan Carlos de Franco. Carrero aborrecía la democracia pero, de haber vivido, le habría dimitido al nuevo monarca.
Cuando en 1969 fue elegido por las Cortes futuro jefe del Estado el entonces Príncipe de España juró cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios del Movimiento. Su preceptor Torcuato Fernández-Miranda le había asegurado que también juraba los procedimientos de reforma y derogación de esta peculiar “Constitución” franquista. No sería un rey perjuro y contaría con él como primer presidente de Gobierno.
El magnicidio de Carrero, no obstante, desplazó a Fernández-Miranda de la vicepresidencia del Consejo de Ministros al ostracismo de un banco estatal. La sorpresiva elección como presidente del ex ministro del Interior de Carrero, Carlos Arias Navarro, trastocó todas las previsiones. Arias comprendía la necesidad de algún tímido cambio político, pero no se entendía con el Príncipe. Con Franco en el lecho de muerte, al borde de la guerra con Marruecos por la Marcha Verde y con don Juan Carlos como interino jefe de Estado el desacuerdo llegó a provocar la secreta dimisión del primer ministro. La negativa de Arias a abandonar su puesto al morir Franco y la necesidad de cubrir la presidencia de las Cortes recondujeron la situación. El recién proclamado Rey hubo de renunciar al relevo presidencial (acudiendo a Fernández-Miranda o a una tibia Operación Lolita que habría encumbrado al banquero López de Letona). Al suceder al dictador mantuvo al díscolo premier a cambio de colocar a su hombre de confianza al frente de las Cortes. No obstante, Arias era un presidente interino con un Gobierno provisional en el que, además, el monarca introdujo políticos afines al proyecto democratizador.
El asesinato de Carrero a manos de ETA en diciembre eliminó de la escena al presidente que previsiblemente heredaría don Juan Carlos de Franco
Quien ahora marcaba los plazos era el nuevo presidente de las Cortes, quien fue desbrozando en los meses siguientes el camino para hacer posible la Reforma Política mientras deshojaba la margarita del sucesor. Con el asenso del Rey, sería presidente el hombre que él decidiera.
Adolfo Suárez no era ni lejanísimo candidato cuando se planteó, por vez primera y en plena agonía de Franco, la remoción de Arias. Fue Fernández-Miranda, presidente in péctore en los estertores del franquismo quien, al ver circunstancialmente negado el puesto, recurriría a una alternativa que acabó tomando la forma de Suárez. Por lo pronto, obtuvo de Arias la inclusión del joven político abulense como ministro del Movimiento en el primer gobierno regio.
Archivada la Operación Lolita, Zarzuela comenzó a manejar dos listas de posibles candidatos a presidir el Gobierno. La primera incluía a los pesos pesados del reformismo franquista (Fraga y Areilza, sobre todo); el monarca ya los había integrado en el gabinete. La segunda haría fortuna y consistía en un retrato-robot. Su responsable último sería el inefable Fernández-Miranda, partidario de un presidente manejable para ejecutar sus planes. El diseño, un hombre joven -ajeno a la guerra civil-, sin patrimonio personal y procedente del Movimiento acabó tomando cuerpo en tres políticos: Rodolfo Martín Villa, José Miguel Ortí Bordás y Adolfo Suárez.
El escogido resultó el último, pues así convenía a quien accionaba la manija del poder. A Fernández-Miranda, auténtico inspirador de la posterior Reforma Política, le convenía el candidato de menor currículo, el “tapado” presumiblemente más dúctil. Nacido en Cebreros en 1932, Adolfo Suárez había sido un discretísimo abogado que ascendió a la sombra de Herrero Tejedor y, más tarde, de protectores de mayor postín como López Rodó o el propio Carrero. Como director general de RTVE había promocionado la figura del Príncipe Juan Carlos, que, pese a tenerle verdadero aprecio, al convertirse en Rey le encontraba políticamente aún “muy verde”.
El fallecimiento por accidente de tráfico de Herrero Tejedor en junio de 1975 había parecido el fin de la carrera de Suárez. No obstante, el cesante vicesecretario general del Movimiento alcanzaría medio año después la cartera del desaparecido gracias al antiguo preceptor del soberano, quien dejó que Fraga y Areilza acariciaran esperanzas baldías. Fernández-Miranda acabó convenciendo al Rey de que Suárez era el hombre tras la brillante defensa ante las Cortes del proyecto de Asociación Política por parte de este.
Arias renunció el 1 de julio de 1976. El presidente de las Cortes reunió preceptivamente al Consejo del Reino. Le correspondía presidirlo para elevar al monarca tres nombres presidenciables. Fernández-Miranda manejó hábilmente los hilos para que su candidato figurase en la terna. El 3 de septiembre declaraba a los periodistas: “Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido”. Suárez se convertía así en el presidente de la transición democrática.
(Fotografía cortesía del Museo Adolfo Suárez y la Transición).