Annual 1921

Pozo de agua en el desierto del norte de África

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Lo+social

En el reparto territorial del norte de África de 1912, Francia se quedó con las llanuras fértiles y a España le tocó “el hueso de Yebala y la espina del Rif”, tierra árida que apenas da chumberas, esparto y espinos.

Una mala política de expansión territorial quiso enmascarar fuertes tensiones internas tras la pérdida de nuestras últimas colonias. España era un pelele en manos de galos y británicos. Al deseo de honor, medallas y ascensos entre los mandos militares, se unió el señuelo de presuntos y ricos yacimientos de hierro, plomo, cobre, antimonio, manganeso, plata o lignito. Marruecos era la obsesión nacional de la queja y de la ira. “Es absurdo y criminal que, para servir intereses industriales, nos metamos de cabeza en el avispero marroquí. Unos mueren y otros, los canallas, trapichean y roban”, recogían algunos medios de comunicación.

En una España atrasada y pobre era muy necesario el dinero enterrado en el norte de África, o en algunos bolsillos. Entre 1913/23, la guerra costó al erario público dos mil doscientos millones de pesetas. El escándalo más sonado fue el Millón de Larache: “Cada mes se sustraía del aprovisionamiento de la Comandancia de Larache un millón de pesetas, importe distribuido según la jerarquía de los implicados.

Era la peor guerra, en el peor momento y en el peor sitio del mundo. La especialidad de las tribus que lo habitan era la guerra de guerrillas: cuando el enemigo ataca te retiras, cuando está disperso atacas, disparar durante el día y asaltar por la noche.

Conocedor del terreno y resistente a la sed, el rifeño llevaba en la chilaba todo lo que necesitaba: cartuchos, higos y pan. Al frente su caudillo Abd el-krim el Jatabi, intérprete, escribiente, maestro y juez en Melilla años atrás. Sus guerrilleros saquearon todo lo que hallaron a su paso: veinte mil fusiles, cuatrocientas ametralladoras, ciento veintinueve cañones y toneladas de material de guerra y víveres.

Para el historiador Stanley G. Payne “El desastre se debió más a la desmoralización española que a la destreza del enemigo que aprovechó el pánico y la resignación. El origen de la derrota residió en culpas y errores humanos”.

En el asalto a los enclaves de Annual, Ben Tieb, Igueriben, Monte Arruit, Batel o Dar Drius, España perdió cinco mil kilómetros de su territorio y, lo peor, a miles de sus hijos. El temerario general Fernández Silvestre, ídolo de las damas de la corte y favorito de Alfonso XIII, concentró sus tropas en Annual para ir en socorro de Igueriben que había caído el 16 de junio de 1921. Al mortífero ataque rifeño desde posiciones elevadas se unió el desabastecimiento de la tropa española, “El agua que bebíamos era insalubre, o estaba podrida, de modo que tras el tormento de la sed llegaba la descomposición hasta deshidratarse”. ¿De qué sirve la superioridad numérica frente a guerrilleros coriáceos e imprevisibles, con su fusil, su cabeza rapada y sus aullidos? Estos además aprovechaban los errores del adversario con ímpetu feroz, resistencia, movilidad y eficaz manejo del fusil. Aún hoy en las pruebas de tiro del ejército marroquí los más certeros son los bereberes del Rif, cuya sinuosa geografía parece a medida de su vista.

Para investigar los hechos, el 4 de agosto, el ministro de la Guerra, La Cierva, creó una comisión dirigida por el general Juan Picasso González, tío del genial pintor malagueño, quien realizó un trabajo imparcial y valiente, pese a las trabas oficiales que sufrió. El 18 de abril de 1922, las conclusiones del Expediente Picasso calificaban de temeraria la actuación del general Silvestre y de negligente la de los generales Berenguer y Navarro. “El conjunto de errores político-militares y acaso morales restaba fuerza a los mandos y aflojaba la disciplina, en forma tal que no se pudo evitar la desbandada y el pánico”. Las obstrucciones del ministro La Cierva y la prevaricación de algunos jueces sobre las responsabilidades políticas y del rey, que favoreció ascensos como el de Primo de Rivera, impidieron llegar al fondo de la cuestión. Mucho más duro fue el informe del general Batet al recoger los fraudes, escándalos e incapacidades de los oficiales frente a las carencias de los hambrientos soldados. Exiliado en París, el escritor Blasco Ibáñez culpó directamente a Alfonso XIII. Doce días antes de presentar sus conclusiones a una comisión parlamentaria, el golpe de Estado de Primo de Rivera impidió depurar responsabilidades: se salvó el rey; se salvó el ejército; se salvó la trama civil.

En un país agotado por conflictos domésticos y coloniales, Annual puso el luto en los corazones por la pérdida de veinte mil de sus hijos. Fue mucho más que un desastre.