Antonio de Nebrija o el triunfo de la filología
Jorge Rejón Díez.
Máster en Edición por la UCM.
Lo+social
Nos acercamos en esta ocasión a una de las figuras más destacadas de la historia cultural española, Elio Antonio de Nebrija, el más insigne de nuestros humanistas, del que se cumple este año 2022 el quinto centenario de su fallecimiento.
Como buen hombre del Renacimiento, Nebrija se dedicó a muchos campos del saber, desde la astronomía hasta, por ejemplo, la jurisprudencia, pero donde verdaderamente destacó fue en su actividad filológica. Estamos en una época, la del Humanismo, en la que los estudios filológicos viven su edad dorada, pues la filología se erige en la disciplina clave para la recuperación y fijación de los textos antiguos, sin los cuales no sería posible entender el ideal humanístico.
El comienzo de su aprendizaje hay que situarlo en Salamanca, donde se convierte en destacado bachiller, hasta el punto de que obtiene una beca para estudiar teología en la decana de las universidades europeas, la Universidad de Bolonia (ya existían los erasmus en el siglo XV). Su larga estancia, entre un lustro y una década (no está claro este dato), hizo que se empapara del conocimiento humanista reinante en Italia en aquella época.
A su vuelta a España, Nebrija es consciente del estado calamitoso en el que se encuentra el uso del latín, que había perdido su pureza de uso tras largos siglos de decadencia. Su propósito a partir de entonces será el de restituir su conocimiento preciso, pues entiende que sin un correcto entendimiento de lo que los textos transmiten no es posible el acceso al resto de ciencias y saberes: si no interpretamos bien lo que leemos, no hay verdadero aprendizaje.
La labor de enseñanza del latín por parte del lebrijense tendrá una herramienta clave: sus Introductiones latinae (publicadas en 1481). Esta obra, mejorada y ampliada posteriormente, se constituirá en un referente para los estudiantes de latín durante generaciones, y le dará renombre universal. Hasta el siglo XVIII, de hecho, se sucedieron numerosas reimpresiones.
A esta magna contribución al mejor entendimiento de la lengua latina hay que sumarle su vocabulario español-latino, sucedido por su inverso, latino-español, lo que viene a suponer una labor filológica que convierte a Nebrija en una auténtica -en palabras del exdirector de la RAE Darío Villanueva- “protoacademia”.
Hay otro hecho además que sin duda contribuyó a magnificar el éxito intelectual de nuestro autor: su labor como editor e impresor (otra tarea más de su extenso currículum). Si nos ponemos brevemente en situación, solo unos años antes de sus Introductiones se había impreso el primer libro en España, el Sinodal de Aguilafuente (1472).
Nebrija fue muy consciente desde el principio de las posibilidades que se abrían con el uso de la imprenta, y siempre se preocupó personalmente de llevar a buen término la edición más cuidada posible y, a su vez, de que se respetara el privilegio de impresión de sus obras (antecedente de nuestros derechos de autor actuales).
La primera gramática del castellano
Y si su excelsa labor en pro del latín fue el motor de su trayectoria vital, la que le dio renombre entre sus coetáneos y en sucesivas generaciones, lo que hace que hoy su efigie “custodie” la entrada de nuestra Biblioteca Nacional (al menos así queremos pensarlo) es su Gramática de la lengua castellana, que vio la luz ese año tan significativo para la historia de España de 1492, en una imprenta sita en la ciudad del Tormes.
Esta obra fue un asombro para propios y extraños, una rara avis en la producción filológica de la época. ¿Qué sentido tenía una gramática de una lengua que ya era conocida por todos? Una latina o del griego tenía sentido en cuanto que ya nadie las tenía como lenguas maternas, pero ¿para una lengua viva?
La primera en preguntárselo fue la propia reina Isabel la Católica, a la que Nebrija había dedicado su obra. La respuesta estaba en su doble utilidad práctica: un mejor conocimiento del castellano facilitaría un mejor aprendizaje del latín (de nuevo, el latín). Por otro lado, estaba la utilidad política: los nuevos súbditos de sus majestades necesitarían aprender el castellano, y esta gramática serviría de herramienta a este fin. Recordemos, por ejemplo, que Granada acababa de incorporarse a la monarquía hispánica.
El hito de su publicación ha quedado en la historia por ser la primera codificación de una lengua moderna europea, siendo referente para las gramáticas que le sucedieron: la del italiano en 1529 o la del portugués en 1536, como más inmediatas. También fue el referente en la elaboración de las gramáticas de las lenguas amerindias, lo que vino a salvarlas, en cierta medida, de su desaparición. Sin embargo, en esta ocasión no le fue parejo un éxito editorial, puesto que tendremos que esperar nada menos que hasta el siglo XVIII para encontrar una reimpresión de la obra.
La trayectoria vital de Nebrija se cierra en la recién creada Universidad de Alcalá, con un proyecto de colosales dimensiones, la Biblia Políglota Complutense, otro hito de la filología del Renacimiento, al que el lebrijense apenas pudo ya contribuir, pero que engrandece más si cabe la figura del intelectual más destacado de su época, cuya contribución a la filología, y por extensión al correcto uso del español, se mantiene presente cinco siglos después de su muerte.