Los colonos de Carlos III y el despotismo ilustrado

Mapa antigüo de la península ibérica

Carlos Bonilla García
Graduado en Historia. Máster en Formación del Profesorado de Educación Secundaria en la Especialidad de Geografía e Historia por la UDIMA.

Lo+Social

En tiempos del rey Carlos III y de sus ministros Pablo de Olavide y Pedro Rodríguez de Campomanes, tuvo lugar un proyecto en el norte de Andalucía orillado en el camino real entre Cádiz y Madrid. Se trataba de urbanizar y poblar amplias extensiones de terreno con gentes venidas de otras partes de Europa que, tras la Guerra de los Siete Años, serían proclives a iniciar una nueva vida en un país desconocido. La procedencia de estos colonos era dispar: Alemania, Francia, Países Bajos o Suiza. No obstante, entre las bajas por mortalidad o por deserción se decidió reclutar posteriormente a nacionales de origen valenciano o catalán.

Una de estas extensas áreas, entre Écija y Córdoba, era conocida como La Parrilla, en donde se levantaron distintos focos de población. Una de las localidades más representativas fue La Carlota. Un municipio de plano lineal dispuesto desde su fundación a lo largo de una importante vía de comunicación.

Las políticas reformistas de Carlos III para con este territorio tenían el objeto de reducir el bandolerismo e implementar las actividades agrícola e industrial. Por tanto, las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena serían fruto de un dinamismo gubernamental, en donde se dieron sinergias que hicieron apuntar a la fiscalidad y la demografía en una sola dirección. El monarca pretendía concluir su reinado con una Hacienda desahogada y una producción y un mercado suficientemente competitivo como para situar a España entre los primeros Estados de Europa a finales del siglo XVIII.

Desde el punto de vista de la repercusión que tuvo la Ilustración en este plan de desarrollo urbanístico, podríamos considerar que se produjo un ensayo social poniendo en uso el pensamiento filosófico del momento. Un programa teórico elaborado por Campomanes con el propósito de crear una sociedad idealizada en donde la razón fuera el único camino posible. Empero, la Ilustración fue gestionada y concedida al pueblo desde la aristocracia. En caso de que esta corriente de renovación intelectual se hubiera puesto en funcionamiento desde el pueblo, ¿hubiera desembocado en una revolución inmediata? En cualquiera de los casos, se pretendía limitar al clero en sus competencias en un equilibrio de poder a veces tenso. Los perjuicios, las supersticiones, el fanatismo, el aumento descontrolado de frailes, de altares, junto con la expulsión de los jesuitas, estuvo en la hoja de ruta de los textos de Campomanes y de forma más pragmática en el cargo de responsabilidad de Olavide.

Pero estas medidas no dejaban de ser parte de un acervo que orbitaba en algo tan sustancial como la amortización de los bienes terrenos de la Iglesia y de las órdenes religiosas que habían adquirido en base a la enajenación de pequeñas propiedades. Una práctica que quedó vedada para la conservación de las suertes que se le concederían al foráneo.

La enseñanza para la formación de los recién llegados se convirtió en un elemento indispensable para conseguir una sociedad crítica e intelectualmente capaz. Para ello, se adoptaron las políticas adecuadas como la obligatoriedad de la instrucción primaria para los infantes. La iniciativa empresarial textil precisaba también de personas formadas para estos oficios y se abrió en uno de estos municipios una escuela de hiladoras que albergaría hasta un total de 20 alumnas. En La Carolina tuvo lugar la apertura de una academia de dibujo con el fin de ofrecer a algunos de los nuevos pobladores la opción de desarrollar este arte para la elaboración de planos o bosquejos útiles a la industria.

La teoría económica predominante en aquel periodo era el mercantilismo, pero las influencias en el ministro Campomanes, provenientes de las tendencias de Quesnay como el planteamiento fisiocrático, hicieron presencia en las medidas a adoptar como la reforma agraria, ya analizada por Olavide. En consecuencia, se renovaron las técnicas de labranza y se pusieron en marcha en campos que habían sido abandonados y que servirían para dar autonomía y subsistencia a los nuevos andaluces.

En el tiempo de descanso o en los días de domingo, ya fuera de las obligaciones diarias, se procuró evitar el abuso del alcohol en las tabernas o posadas. Para lograrlo, se organizaron bailes y comedias de títulos españoles y franceses. La tauromaquia formó parte de las actividades lúdicas junto al juego de bolear. Concretamente, en La Carlota se mantuvieron en lo sucesivo algunas tradiciones como el baile de los locos, el baile del oso, que consistía en la persecución de los niños por las calles del pueblo, o la manualidad de los huevos pintados.

En definitiva, si analizamos la repercusión que tuvo el proyecto de población en estas tierras, podríamos considerar que el éxito fue ciertamente ajustado a tenor del resultado estadístico, sin embargo, el objetivo fue concluido. Tal y como se observa en los censos del marqués de Ensenada en 1762 y del conde de Floridablanca en 1789.  

En el tiempo de descanso o en los días de domingo, ya fuera de las obligaciones diarias, se procuró evitar el abuso del alcohol en las tabernas o posadas. Para lograrlo, se organizaron bailes y comedias de títulos españoles y franceses