El comercio internacional de la lana castellana

Ilustración con varias personas preparando la lana

Carlos Bonilla García
Graduado en Historia. Máster en Formación del Profesorado de Educación Secundaria en la Especialidad de Geografía e Historia por la UDIMA.

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La historia no admite partir de supuestos casuales para el estudio del acontecimiento pretérito. Por el contrario, tiende a detenerse en la investigación sobre las causas que conducen a su origen. Castilla, entre los siglos XIV y XV, se convirtió en una potencia del comercio internacional cuyo producto sobresaliente fue la lana.

Tras la crisis de la Baja Edad Media, el proceso de la Reconquista, motivado por la ocupación musulmana en España, quedó teóricamente concluido con la recuperación de Granada. El feudalismo comenzó a decaer en favor de una economía mercantilista que se acabaría implantando en el siglo XVI. Con la revolución Trastámara surgió una nueva nobleza, de otra mentalidad y nuevos intereses. Su renta buscaba sostenerse en la propiedad de la tierra y del ganado. Una nobleza otrora más vinculada al vasallaje, al torneo y, en definitiva, al ideal caballeresco.

El conflicto entre Inglaterra y Francia que perduró más de un siglo, conocido como la Guerra de los Cien Años, se inició por una cuestión dinástica y por el señorío que los ingleses poseían antes de la disolución del Imperio Angevino. Francia internacionalizó el enfrentamiento. Buscó el apoyo de la flota castellana a cambio de participar en el derrocamiento de Pedro I. La nobleza, con una creciente aversión hacia su rey, se confabuló contra él y optó por conducir al solio a su hermanastro, Enrique de Trastámara. Puesto el nuevo monarca, los navíos españoles comenzaron a navegar junto a los franceses para compensar a la fuerza inglesa en el mar Cantábrico y el Canal de la Mancha. Esto comportaría la creación de una nueva vía comercial para España, pues Inglaterra dejó de exportar lana para implementar su propia industria. En consecuencia, los telares de Flandes quedarían desabastecidos de materia prima. Los flamencos se vieron obligados a buscar un nuevo proveedor y lo encontraron en Castilla.

A partir de entonces, Burgos gestionaría el grueso productivo y su exportación. Desde Cantabria y el País Vasco se expediría la mercancía, asentándose un sólido flujo geopolítico europeo que se extendería desde la dinastía Trastámara hasta bien entrado el siglo XVI. Ante la creciente demanda, era necesario procurar el adecuado aprovisionamiento del ganado, en su mayoría oveja merina. Se mejoró sustancialmente la red trashumante para asegurar el pastoreo de largo y medio recorrido por las cañadas, desde las dehesas de estío hasta los pastizales de invierno y viceversa.

Los propietarios de los rebaños eran de condición diversa. Los nobles llegaron a acaparar numerosas cabezas de ganado y muchas de sus tierras fueron convertidas en provechosos lugares de pasto. La baja nobleza, pequeños propietarios y agricultores también contemplaron la conversión hacia esta actividad agropecuaria. Todos los ganaderos estaban asistidos jurídicamente por el Concejo de la Mesta, asociación que organizaba y protegía sus derechos.

La Hacienda regia se percató del amplio margen recaudatorio que podía obtener a través del gravamen. Aplicó impuestos como el portazgo, arancel por el uso de la cañada, el montazgo, por el tránsito del ganado en el monte, el servicio, tasa por el rebaño en propiedad o la alcabala, correspondiente al diez por ciento sobre la cuantía de compraventa. El pingüe beneficio reportado a las arcas del reino, gracias a la fructífera fiscalidad, motivó a la monarquía a tomar decisiones de cierto atisbo proteccionista e intervencionista sobre la actividad económica en cuestión.

Es quizás este comportamiento político un indicador de la naturaleza económica mercantilista que se percibirá con los Reyes Católicos y que se consolidaría durante la dinastía de los Austrias. Se ampliaron los privilegios de la Mesta con nuevas concesiones, se trató de regularizar la red y distancias de las cañadas, se creó un séquito armado para la escolta de los rebaños trashumantes, se destinaron subvenciones a los astilleros para que construyeran navíos superiores a seiscientas toneladas, etc. Todo este elenco de garantías dirigidas por las élites y el Estado, para preservar y acrecentar este fructífero modo de recaudación fiscal, relegó a un segundo plano a la agricultura y sobre todo a la industria. Gran parte de la manufactura textil se trasladó progresivamente del medio rural a las ciudades. El paño que se fabricaba no consiguió competir con la calidad del elaborado en Flandes, Inglaterra, Italia e incluso con los producidos en el reino de Aragón, como las manufacturas trabajadas en Cataluña.

La situación propicia de privilegio que se le dispensaba al ganadero trashumante contrarrestaba con la precariedad del labriego, diferencia que provocó una importante tensión entre ambas partes después de la coronación de Isabel y Fernando. Sin embargo, el desarrollo del comercio castellano a través de los puertos del norte perduró a los cambios estructurales que ya se vaticinaban en el Bajo Medioevo para la conformación del Estado Moderno.