Descifrando los tratamientos psicológicos más eficaces en la era del sobrediagnóstico

La escena refleja una asistencia psicológica profesional, donde la comunicación y la empatía se entrelazan en busca de soluciones y comprensión

Álex Melic Montañés
Máster en Psicología General Sanitaria por la UDIMA. Codirector del Centro de Psicoterapia Lumos.

Lo+Social

El volumen de trastornos mentales diagnosticados en la sociedad occidental se ha multiplicado en los últimos años. Los sucesivos cambios en el Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales o DSM (uno de los principales manuales de diagnóstico de psicología junto al CIE-11), así como los intereses de las compañías farmacéuticas y el estrés cotidiano son algunas de las variables que han desempeñado un papel fundamental tanto en la aparición de nuevos trastornos como en la sustitución de otros. De esta forma, de acuerdo a los datos suministrados por el Instituto para la Cuantificación y Evaluación de la Salud, hasta un 17 % de la población española padece algún tipo de trastorno mental, según datos del 2019 (último ejercicio comparable).

En la sociedad de la información actual, los intereses económicos, de la mano de los medios de comunicación, se han aprovechado de esta vorágine de trastornos mentales, especialmente el sector farmacológico. A modo de ejemplo, la Encuesta Nacional de Salud (2017) muestra que 1 de cada 20 adultos toma algún tipo de fármaco antidepresivo, un dato relevante para nuestro país si tenemos en cuenta el crecimiento en España de casi un 250 % en consumo de antidepresivos en el periodo 2000-2022, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

En respuesta a este reto, la búsqueda de la salud integral de la población, ya sea desde el punto de vista del Estado como desde cada profesional sanitario, con la colaboración de universidades, centros de investigación e incluso el propio interés personal de cada paciente, ha ocasionado que la sociedad actual ofrezca un extenso conglomerado de intervenciones psicológicas, complementarias al tratamiento farmacológico que corresponda, cada una de ellos con una naturaleza, objetivos y características diferenciados.

La necesidad estriba en conocer qué intervención es más adecuada para cada paciente. La proliferación de tratamientos psicológicos permite un acceso a una oferta más amplia en el mercado de salud mental. Desde hace años, se ha enfatizado la idea de que es conveniente prestar atención a aquellos tratamientos basados en la evidencia científica, especialmente aquellos derivados del ámbito cognitivo-conductual, aunque otros, como la terapia interpersonal, así como las terapias denominadas de tercera generación (terapia de aceptación y compromiso, terapia centrada en el trauma, terapia sistémica, terapia centrada en la compasión, entre otras) parecen contar con datos disponibles sobre su eficacia (Moriana y Martínez, 2011).

Por su parte, el concepto de “eficacia” recoge la capacidad, comprobada por medios científicos, de que un tratamiento produzca una mejora terapéutica de la sintomatología del paciente (al menos más que supuestos de no aplicación de ningún tratamiento, placebos o tratamientos con eficacia ya comprobada). Debido al extenso listado de tratamientos disponibles (incluyendo los derivados de la pseudociencia), no todos han pasado las oportunas pruebas científicas para demostrar su eficacia, derivando en problemas añadidos a la sintomatología del trastorno mental correspondiente, como una disminución de la confianza del paciente dirigida a los profesionales sanitarios, mayores costes económicos y una prolongación del sufrimiento emocional, entre otros aspectos resaltables.

A pesar de ello, los estudios y análisis de la eficacia de los tratamientos psicológicos han arrojado datos fundamentales para comprender los problemas psicológicos y sus posibles soluciones. Por ejemplo, se ha conseguido establecer que las intervenciones más eficaces han de disponer de metas terapéuticas claras, centradas en el tratamiento de problemas a corto plazo, estructurándose en sesiones de corta duración (6 meses como máximo), salvo casos excepcionales. Además, los resultados indican una mejoría en las primeras 8-10 sesiones, de tal manera que ciertos tratamientos (por ejemplo, de corte psicoanalítico) quedan relegados a puestos inferiores por la evidencia científica.

Este cribado, tanto de tratamientos eficaces como no eficaces, constituye un mecanismo esencial por parte de la comunidad científica, cuyos beneficios redundan no solo en el ámbito de los pacientes, sino también en los propios profesionales de la salud, las compañías farmacéuticas, las mutuas de seguros y, por supuesto, el ámbito de la sanidad pública y privada. La construcción del conocimiento social sobre tratamientos eficaces permite continuamente incrementar la calidad de vida de los pacientes, reducir costes (económicos y temporales), facilitar la comunicación entre ámbitos multidisciplinarios y mejorar los resultados consecuentes, incluso, facilitando tanto una alianza terapéutica más estable como una mayor adherencia de los usuarios a los tratamientos recomendados.