Gestión del talento en una sociedad utópica

Niña delante de una pizarra

Javier Cabo Salvador

Doctor en Medicina y Cirugía Cardiovascular. Director de la Cátedra de Gestión Sanitaria y Ciencias de la Salud de la UDIMA. Catedrático en Investigación Biomédica de la UCNE. Miembro de la Academia de Ciencias de New York.

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“Tan injusto es tratar desigualmente a los iguales, como tratar igualmente a los desiguales"

Aristóteles, Moral a Nicómaco, siglo IV a. C.

Una sociedad utópica es una sociedad ideal, con una organización perfecta, donde todos sus integrantes y componentes funcionan de una manera correcta en perfecta armonía. Término y concepto de “Utopía” descrito ya por Platón en el siglo IV a. de C., en su obra República, a través de un concepto de sociedad ideal, la ciudad-estado. Ciudad que establecía una división en tres clases sociales, estando orientada cada clase a cumplir una función por el bien común de la ciudad: filósofos-gobernantes (encargados de gobernar la ciudad porque son los que están dotados de la virtud de la “inteligencia”), guardianes-guerreros (encargados de mantener el orden y defender la ciudad porque están dotados de la virtud del “valor”) y trabajadores-productores (encargados de producir las necesidades básicas: alimentos, ropa y vivienda, debiendo obedecer a las dos clases anteriores, porque son los que están dotados de la virtud de la “templanza”).

Sociedad utópica ideal que Tomás Moro describe en el siglo XVI en su obra Utopía, en la que relata su idea de sociedad perfecta, inspirada tomando como referencia a Platón. “Una comunidad pacífica, que establece la propiedad común de los bienes”. Sociedad utópica, con crítica a la propiedad privada y a las formas tiránicas de gobierno. Primera descripción del sueño democrático-comunista.

Sociedad utópica, también descrita en el siglo XVII por el dominico Tommasso Campanella en La ciudad del sol. Sociedad-república fundada en la concordia y en el amor, inspirada como Utopía en La República de Platón. Obra teocrática y comunista donde “todos los ciudadanos trabajan colectivamente, comen y duermen en común, y comparten los bienes, las mujeres y los hijos, constituyendo así un régimen de comunismo radical”.

Concepto de sociedad utópica, ideal y justa, que en pleno siglo XVIII, Rousseau describe en El contrato social o principios de derecho político, estableciendo la posibilidad de una reconciliación entre la naturaleza y la cultura. En la obra, afirma Rousseau que “el hombre puede vivir en libertad en una sociedad verdaderamente igualitaria, siendo el problema fundamental encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común proporcionada por la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos los demás, no se obedezca más que a sí mismo, de modo que permanezca, por tanto, tan libre como antes”.

De todas estas ideas de sociedad utópica, surge el concepto de socialismo utópico, socialismo premarxista, representado en Henri Saint-Simon, filósofo y positivista francés del siglo XVIII, precursor, junto con Robert Owen, de la ideología socialista cooperativista y la tecnocracia, con sociedades idealistas en las que sus miembros son iguales, sin pretensiones individualistas, y donde prima la cooperación, con rechazo a la lucha de clases. Socialismo utópico influenciado por el humanismo y a veces vinculado al cristianismo. Concepto de socialismo utópico que pronto deriva con Karl Marx y Friedrich Engels en el siglo XIX en un socialismo, más práctico, científico y materialista. Un socialismo marxista surgido del darwinismo sociológico y del protestantismo luterano y calvinista, que exalta el trabajo como medio de absolución, y que derivó en la creación de la dictadura del proletariado, como objetivo para sentar el comunismo, bajo un ideal platónico y hegeliano.

Con el auge del marxismo y la Revolución Rusa, el socialismo pasó de la democracia social a algo diferente y opuesto a la democracia de origen liberal, con el nacimiento y auge del socialismo nacional fascista (con Mussolini y Adolf Hitler) y el socialismo nacional estalinista (cuyo representante máximo fue Stalin). En ambos, su ideal de sociedad utópica se basaba en una sociedad organizada de modo corporativo y vertical (ideal hegeliano), con la fusión de los revolucionarios nacionalistas con el Estado, y con un líder mesiánico, esencia del Estado totalitario.

Sociedad utópica que obtiene su plena realización también en el siglo XIX con Nietzsche, quien forjó una de las grandes revoluciones filosóficas de la historia de la cultura occidental, al proponer el retorno a una concepción integral de la vida, inspirado en el pensamiento griego previo a la racionalidad ética de Sócrates, y a la ética inspirada en la visión religiosa del judeocristianismo.

Todas estas sociedades utópicas emplean el término utopía en su acepción utilizada para referenciar lugares, sociedades o ideales considerados como inviables e inalcanzables, como los que nos quieren vender nuestros dirigentes políticos. Sociedad utópica que intenta imponer, mediante adoctrinamiento político, el Gobierno actual de España, de ideología socialcomunista, populista y separatista. Gobierno que, el 29 de marzo, ha aprobado el Real Decreto 157/2022, de 1 de marzo, por el que se establecen la ordenación y las enseñanzas mínimas de la Educación Primaria. La nueva ley de educación de la ESO. Ley en la que, entre otras cosas, en unas supuestas aras de “garantizar el bienestar individual y colectivo, la igualdad de oportunidades, la ciudadanía democrática y la prosperidad económica”, en su currículo formativo anula la asignatura de filosofía e introduce nuevas asignaturas en digitalización, valores cívicos y éticos, economía y emprendimiento, con gran defensa del feminismo, incorporando la “perspectiva de género” en todas las materias. Ley que introduce, entre otras novedades, la eliminación de las notas numéricas, permitiendo a los alumnos que tengan alguna materia suspensa, y sin límite alguno de asignaturas, poder pasar al curso siguiente. Un nuevo esperpento aprobado, basado en las premisas de que “la calidad y excelencia de un sistema educativo han de concebirse vinculadas a la equidad, la personalización de la atención educativa y la autonomía de los centros”.

Esperpento repetido con la publicación, el 6 de abril, de un nuevo Real Decreto 243/2022, por el cual se establecen las enseñanzas mínimas de la etapa educativa de Bachillerato. Un real decreto lleno de carga ideológica, donde se elimina el estudio de la Historia de España antes de 1812. Con estas medidas se intenta crear una amnesia selectiva histórica, eliminando el estudio de la cultura griega y la colonización romana; la Reconquista tras la invasión musulmana; la unificación cristiana de España por parte de los Reyes Católicos; el descubrimiento, conquista y evangelización de América; la batalla de Lepanto, que reforzó la hegemonía cristiana en el Mediterráneo sobre el Imperio otomano y sus corsarios aliados; el Siglo de Oro de España, periodo histórico en que florecieron el arte y las letras castellanas, y que coincidió con el auge político y militar del Imperio español de la Casa de Trastámara y de la Casa de Austria; y el levantamiento histórico, el 3 de mayo de 1808, del pueblo español ante la invasión francesa por parte de Napoleón Bonaparte. Amnesia parcial selectiva de la parte más interesante e importante de la Historia de España. Aparte de la marginación de las Humanidades, se potencian conceptos con una gran carga ideológica como son: la perspectiva de género, el lenguaje inclusivo y la denostada y mal llamada memoria democrática. Además, se devalúan los títulos escolares y se anula la cultura del esfuerzo, pudiendo obtenerse de manera ilógica e irresponsable el título de bachillerato, sin completar los créditos curriculares con una asignatura suspensa.

La sensación percibida con esta decisión política adoptada es lograr el objetivo de intentar esconder las ineficiencias de nuestro sistema educativo, buscando maquillar, camuflar y enmascarar los bajos resultados en los índices escolares de nuestro país reportados, rebajando de manera ficticia la tasa de alumnos repetidores. Tasa que actualmente sitúa a España como el país de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) con la tasa más alta de estudiantes que repiten en la Secundaria, y país con los porcentajes mas altos de abandono escolar temprano y de repetición, situados en torno al 9 %, frente a la media de la OCDE que es tan solo el 1,9 %.

Dejémonos de utopías y demagogias. Rechacemos y alejémonos de las propagandas políticas populistas basadas en prejuicios, miedos y emociones, mediante el uso de la retórica, la desinformación, creando dudas inducidas y sembrando el engaño. Potenciemos el talento en todas las actividades de aprendizaje. Fomentemos el talento, no en su acepción de unidad monetaria, descrita en la parábola de Jesús de los talentos (Mateo 25:14-30; Lucas 19:11-27), sino como aptitud y capacidad para desempeñar o ejercer una actividad. Talento que suele estar asociado a la habilidad innata y a la creación. Talento vinculado a la inteligencia (capacidad de entendimiento) y a la aptitud (capacidad para el desempeño o ejercicio de una ocupación) de todo ser humano.

“No hay educación ni humanismo sin la exaltación del esfuerzo”

Aprendamos a diferenciar el significado de los términos de equidad (cualidad que consiste en dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos o condiciones) e igualdad (tener todos lo mismo). Potenciemos la igualdad, sí, pero como decía Stuart Mill, filósofo y economista británico, teórico del utilitarismo, la igualdad “ex ante”, la igualdad de oportunidades, asignando los recursos necesarios (becas) para igualar la posibilidad de acceso a los estudios formativos de los alumnos destacados. No potenciemos la igualdad “ex post”, la igualdad de resultados. Potenciemos la equidad, en el sentido de que todas las personas pueden tener acceso a lo que necesitan. Pero auténtica equidad, no favoreciendo en el trato a unas personas perjudicando a otras. No potenciemos la falsa igualdad comunista, en el significado de tener todos lo mismo. Potenciemos la equidad, en el significado de disponer todos de las mismas oportunidades. La equidad es muy importante, sí. Pero equidad “ex ante”, con becas e igualdad de oportunidades. Y equidad en cuanto al compromiso y la aportación por parte de la sociedad de los recursos necesarios para cubrir las necesidades y requerimientos docentes individuales de los más dotados. Rechacemos la equidad “ex post”, una igualdad enfocada a la obtención de mediocres resultados. Hay que buscar y potenciar la excelencia.

Para que una sociedad, al igual que una empresa, se desarrolle, avance y progrese, necesita de la potenciación y conjunción de tres elementos: humano, científico y tecnológico. En definitiva, para que una sociedad progrese precisa del desarrollo de dos líneas estratégicas: desarrollar el talento y promover la excelencia de sus integrantes. Son dos elementos básicos clave. Sin estos dos elementos es muy difícil que se pueda desarrollar el progreso. No hay que olvidar que el recurso más valioso con el que cuenta un país es el recurso humano y así los países y sus sistemas educativos deben apostar por una educación que potencie los talentos de sus ciudadanos. Hay que saber gestionar el talento, el activo más importante de cualquier empresa o sociedad. Talento en el que interviene tanto la carga genética, como afirmaba Francis Galton ya en 1869 en su estudio Heredity Genius, como la epigenética y el esfuerzo aplicado. Por eso es importante, además de la genética, valorar las aptitudes y las actitudes. Valorar la inteligencia y el esfuerzo, encaminados al desarrollo de competencias y habilidades. Hay que potenciar las cualidades y actitudes (capacidades) innatas en las áreas intelectual y creativa, además de en las áreas artística y deportiva, que afortunadamente ya se llevan fomentando desde hace años. Hay que potenciar las competencias y habilidades de los más aptos. Se necesitan centros de excelencia para reforzar esas potencialidades.

Hay que transformar las potencialidades en competencias. Hay que evitar que se pierda el talento. En definitiva, hay que: (i) identificar el talento, (ii) cultivarlo y desarrollarlo, (iii) mantenerlo, mimarlo y potenciarlo. Estos son los tres ejes fundamentales de la gestión del talento, aplicables a cualquier empresa, colectivo o sociedad en general.

Gestión del talento que hay que hacer desde las edades más precoces a las edades más avanzadas postuniversitarias y posdoctorales. Hay que potenciar una enseñanza personalizada en función de las competencias y no de la edad cronológica del alumnado. Esto implica aspectos organizativos y logísticos complejos. Pero aspectos organizativos vitales para el desarrollo del talento, ya que no todos los alumnos de una misma edad tienen las mismas actitudes y necesidades educativas. Los planes educativos tienen que adaptarse a los nuevos cambios de paradigma en el mundo de la sociedad actual en que vivimos. Tienen que adaptarse al cambio de sociedad de la información del siglo pasado, a la sociedad del conocimiento del siglo actual. Hay que redefinir el aprendizaje. Un aprendizaje no centrado en solo información (lo que se enseña), donde el alumno es un actor pasivo, espectador, sino aprendizaje basado en conocimiento (lo que se aprende), pasando el alumno a un estado de actor activo, protagonista del aprendizaje. Hay que pasar de las clases lectivas “monacales y catedralicias” pre era Gutenberg a una enseñanza proactiva, interactiva, participativa. Una enseñanza más formativa que informativa, pero exigiendo y premiando tanto el esfuerzo como los resultados.

Una de las metas prioritarias de cualquier institución educativa que se precie, ya sea a nivel escolar, universitario o de formación postuniversitaria, como puede ser la formación médica con el programa MIR en el ámbito sanitario, debe ser, no la obtención de unos mínimos, garantizando solamente una mediocridad media, sino el desarrollo del talento y la promoción de la excelencia. Un ejemplo práctico lo podemos ver en el Johns Hopkins Center for Talented Youth que reúne a las mentes más brillantes de las próximas generaciones ofreciéndoles experiencias únicas, intelectualmente desafiantes y socialmente gratificantes.

Hay que procurar ofrecer una enseñanza adecuada para todos los individuos de la “Campana de Gauss” de la enseñanza. Una enseñanza tailor made más individualizada. Una enseñanza que garantice unos mínimos para la distribución estadística media vinculada a la variable determinada de objetivos de aprendizaje, variable “ex post”, pero con herramientas potenciadoras del aprendizaje tanto para los desplazados en la curva a la izquierda, los menos dotados (buscando asegurar unos mínimos acercándose a la media), como a los desplazados a la derecha de la campana (potenciando la excelencia). Enseñanza adecuada a las necesidades individuales. Enseñanza atendiendo a la diversidad y enfocada a la igualdad “ex ante”, a la igualdad de oportunidades. Eso es lo verdaderamente democrático. No intentar igualar por los niveles más bajos, de los menos dotados a nivel de aptitudes y actitudes, castrando y limitando las posibilidades de desarrollo social, científico, intelectual y personal de los más capacitados. No se puede realizar una limitación del desarrollo tanto individual de los más cualificados, como global de la sociedad. Como decía Camilla Person Benbow, psicóloga educativa sueca, decana del Peabody College de la Universidad

Vanderbilt en USA: “No se puede pretender que todos los alumnos de la misma edad lleven la misma talla de pantalones y de zapatos”. Igual pasa en la enseñanza. Se necesitan programas específicos para niños con deficiencias, para que puedan llegar a un nivel mínimo medio adecuados, y programas específicos para niños con talento para que puedan potenciar y desarrollar todas sus capacidades. Equidad, oportunidad educativa, acorde a la diversidad, para todos, de acuerdo a sus niveles y capacidades de desarrollo y aprendizaje, potenciando el esfuerzo y premiando a los más brillantes.

Como dijo el filósofo novecentista Eugenio D'Ors: “No hay educación ni humanismo sin la exaltación del esfuerzo”. Necesitamos volver a la cultura del esfuerzo plasmada en el adagio latino: “Ad astra per aspera” (a las estrellas por el camino difícil). Lo demás es pura agnotología: engaño inducido y propaganda populista barata.