Homenaje a mis maestros

Hombre poniendo una rosa blanca en una tumba

Javier Cabo Salvador
Doctor en Medicina y Cirugía. Catedrático de Ingeniería Biomédica. Presidente de Medical Technology y We Genomics. Director del Departamento de Ciencias de la Salud de la UDIMA.

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El hombre se diferencia del resto de los animales en que posee la capacidad de reflejar la realidad en forma de sensaciones, emociones y pensamientos, es decir, en base a la existencia de la conciencia. Este desarrollo evolutivo del sistema nervioso va desde la excitabilidad que posee un simple animal unicelular como reacción a los estímulos externos para adaptarse al entorno, al ser humano con el desarrollo de la conciencia y la capacidad, no solo de adaptación al medio ante estímulos externos, sino también con capacidad de pensamiento y razonamiento lógico y deductivo para poder cambiar el medio y adaptarlo a su finalidad. La conciencia por lo tanto es producto y motor de la evolución humana. La conciencia nos aporta capacidad de abstracción, pensamiento simbólico y sociabilidad.

El hombre tiene conciencia y memoria, siendo capaz de comunicar sus pensamientos, vivencias y conocimientos de la realidad del entorno a los demás. De aquí nace la conciencia social. Conciencia social que está íntimamente relacionada con la historia y con las experiencias acumuladas a nivel no solo colectivo, sino también a nivel individual, de manera que la conciencia individual se enriquece con la conciencia social y viceversa.

Estamos en un mundo globalizado con un gran papel de las redes sociales y un gran protagonismo de las Tecnologías de la Información y Comunicación. Nos encontramos en una era de gran desarrollo de la inteligencia artificial. Estamos en un mundo en transición. Como dice el sociólogo alemán Ulrich Beck, nos encontramos en una auténtica metamorfosis con profundas transformaciones tanto a nivel social como económico, político, religioso y cultural. Nos movemos en una sociedad imprevisible con un gran dinamismo de la realidad. Como dice Zygmunt Bauman, filósofo creador del concepto de la modernidad líquida, “el viejo mundo se está muriendo y el nuevo no puede nacer”. El entorno existencial, social y económico se ha transformado en contextos de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad, que condiciona nuestras relaciones y nuestra manera de pensar, sentir y actuar.

A nivel evolutivo estamos pasando por una etapa de metamorfosis, con múltiples corrientes transhumanistas y gran desarrollo de una cultura de la posmodernidad. La humanidad se relaciona de una manera muy rápida y superficial, con gran indiferencia social, atentando contra la memoria colectiva, e introduciendo en sus relaciones el olvido social.

La memoria colectiva y el olvido social están íntimamente relacionados y juegan un papel primordial en las vivencias y recuerdos y por lo tanto en la realidad social. Realidad social basada en recuerdos de la memoria que deben ser vivenciados y transmitidos a las nuevas generaciones de manera que contribuyan a darle un pasado con sentido a la sociedad.

Pero los hechos que no se integran no permanecen en el recuerdo y el olvido social puede llegar a anular la memoria de una colectividad generalmente por medio del olvido institucional, que es un olvido impuesto generalmente por intereses políticos. Otras veces el olvido social se instaura por pura necesidad individual. Nietzsche y Todorov afirman que “el olvido debe desplegarse en la vida social, no solo porque no se puede acumular en la memoria tanta información y vivencias a lo largo de una vida, sino que es sano omitir y olvidar tragedias que han sucedido en la realidad”. Otras veces el olvido social se instaura por el ritmo social acelerado en el que vivimos, y por la velocidad de aparición de nuevos acontecimientos de manera constante, rindiendo culto a la noticia de lo último, lo que propicia que los hechos pasados no se retengan y no queden en la memoria colectiva creando el olvido social.

Recientemente, en un espacio de tiempo corto de ocho meses, he vivido la muerte y pérdida de dos de mis mejores maestros en el mundo de la cirugía, Bill Norwood y Paco Álvarez. Los dos excelentes personas a nivel humano y grandes cirujanos pioneros de la cirugía cardiovascular. Personas que marcaron hitos importantes en el campo de la cirugía a nivel mundial y que, a pesar de su relevancia profesional, su muerte pasó prácticamente inadvertida para la sociedad con ausencia de comunicaciones tanto en prensa como en otros medios de comunicación social. Este hecho del olvido social me ha animado a escribir este pequeño homenaje “in memoriam” puesto que, aunque el olvido es un acto habitual, incluso necesario para el buen funcionamiento de la memoria, hay hechos, circunstancias y personas que siempre hay que recordar.

Hay filósofos como Nietzsche que afirman que el olvido es un paso necesario para que el hombre sea capaz de actuar libremente y no permanezca anclado a las ataduras del pasado. Otros como Luhmann afirman que la principal función de la memoria consiste en olvidar, liberando así la capacidad del sistema para procesar nuevos estímulos. No obstante, es necesario recordar.

El recuerdo es una reconstrucción del pasado con datos traídos al presente, ante la necesidad de escribir la historia, bien de un periodo, de una sociedad o de una persona en particular. Por ello, cuando la memoria de determinados hechos o acontecimientos no se recuerda, bien porque no tiene como soporte un grupo fuerte de comunicación social, o cuando se pierde en nuevos modelos de sociedad a los que esos hechos ya no le interesan por no considerarlos actuales, el único medio de salvar tales recuerdos es fijarlos por escrito, ya que las palabras y los pensamientos mueren pronto, pero los escritos permanecen más.

La muerte de una persona es un fenómeno lleno de contradicciones e incertidumbres, que siempre nos afecta y más si se ha convivido con esa persona, si la has querido o si te ha impresionado e impactado durante su vida. Por esa razón, la vivencia de la muerte de un ser querido la percibimos como la pérdida de una parte de algo propio.

En plena pandemia dejaba este mundo el 13 de diciembre de 2020 uno de los padres de la cirugía cardiaca, William Norwood, pionero de la cirugía de las cardiopatías congénitas en el mundo, y creador de la técnica que lleva su nombre “Cirugía de Norwood”, que ha salvado y sigue salvando de la muerte a decenas de miles de niños a lo largo del mundo. Tuve el privilegio y el honor de poder formarme con Bill Norwood en la década de los noventa, en el Children’s Hospital de Filadelfia durante varios meses a lo largo de cinco consecutivos años, del 1991 al 1995, aprendiendo entre otras muchas cosas, su técnica para poder luego aplicarla de manera pionera en España. Entre mis vivencias recuerdo la anécdota de mi primera reunión con Bill a las 5 de la mañana en su despacho del hospital, con su mesa llena de papeles, con un café en la mano y rodeado por el equipo quirúrgico y de anestesistas, dirigiéndose a mi y preguntándome no sobre cirugía, sino qué opinaba sobre el espacio-tiempo, la teoría de cuerdas y la singularidad de los agujeros negros. A Bill le encantaba la física y estuvo influido por el mundo de la física desde pequeño ya que había vivido en los Álamos, Nuevo México, cuando su padre, químico de profesión, había trabajado bajo la dirección de Robert Oppenheimer en el proyecto Manhattan.

Posteriormente, durante su formación de cirujano en Minnesota, había realizado un doctorado en biofísica por la Universidad de Colorado, previo a su formación en cirugía cardiotorácica en el Hospital Peter Bent Brigham y en el Children’s Hospital de Boston con Aldo Castañeda. Bill Norwood tenía una mente muy creativa y era muy hábil como cirujano, y aunque de carácter poco extrovertido siempre tenía momentos conmigo después de las cirugías para comentar detalles y ocurrencias que según él podían mejorar las técnicas realizadas o hablar de la física cuántica que tanto le apasionaba.

Más recientemente, el pasado 18 de agosto fallecía el Dr. Francisco Álvarez Díaz, para los amigos Paco Álvarez, cirujano cardiovascular pionero de la cirugía de las cardiopatías congénitas en la infancia y recién nacidos en España. Paco Álvarez, después de su estancia formativa en el Hospital Hammersmith de Londres con los doctores Bentall y Melrose, diseñó la primera válvula mitral artificial de bajo perfil hecha de polipropileno, y que sería la precursora de la válvula de Bjork-Shiley realizada en carbón pirolítico y de uso masivo a nivel mundial. Posteriormente, tras un periodo de formación con el doctor Barnard en el Hospital Groote Schuur en Ciudad del Cabo en Sudáfrica, participó en el primer trasplante cardíaco de España en el año 1968, algo que por motivos políticos quedó en el olvido social institucional, quedando reflejado solamente, por razones que desconozco, fuera de los registros de actividad de trasplante cardíaco de la Organización Nacional de Trasplantes, figurando solamente como anecdótico en fecha actual.

Yo tuve la suerte y el privilegio de entrar a formarme con el Dr. Álvarez Díaz en el año 1980 en el servicio de cirugía cardíaca que dirigía en el Hospital Universitario La Paz de Madrid, en aquella época centro de referencia del tratamiento de las cardiopatías congénitas en España, pasando a formar parte de su staff primero como médico adjunto en el año 1981 y a partir del año 1990 como Jefe de Sección. Paco Álvarez fue un excelente cirujano, pionero y un gran innovador, describiendo diversas técnicas quirúrgicas novedosas, y sobre todo fue una excelente persona, introvertida, sensible, amante de la pintura a la que se dedicó en sus ratos de ocio y con una gran calidad humana. Para mí fue un gran amigo, quien siempre me ayudó y me estimuló a que siguiera y ampliara mi formación quirúrgica en el extranjero con los pioneros de la cirugía cardíaca como James Cox, Aldo Castañeda, William Norwood, Leonard Bailey, Magdi Yacoub y Donald Ross, entre otros. Gracias al Dr. Álvarez miles de niños de toda España viven gracias a sus esfuerzos, sacrificio y a la escuela de cirujanos que formó, y yo le debo todo lo que aprendí como cirujano a lo largo de mi formación.

La muerte es un fenómeno enigmático, contradictorio y lleno de incertidumbre. Por eso, la vivencia de la muerte de un ser querido la percibimos como la pérdida de una parte de uno mismo. Bill Norwood y Paco Álvarez fueron para mí maestros y sobre todo amigos. Por ello, aunque a veces la muerte se espere, cuando llega, se vivencia siempre como dice Heidegger con angustia y como inoportuna, y solo nos queda el consuelo, como menciona Spinoza, de “que la muerte, aunque pueda borrar lo que somos, nunca podrá borrar o eliminar el hecho de lo que hemos sido”. La muerte y pérdida de Bill Norwood y de Paco Álvarez despertó en mí emociones, reacciones psicofisiológicas espontáneas y automáticas, como también sentimientos, regulados a través de mis pensamientos.

Hay filósofos como Hegel para los que la muerte no existe como tal y “asume a la muerte como un paso natural en el devenir de la materia”. Otros como Heidegger afirman que el ser humano no es alguien que muera, sino que en sí mismo es un ser para la muerte, intentando transmitir el concepto de que “la muerte, más que una situación que encontraremos al final de nuestra vida es una línea de meta a la que estamos avocados”. Otros como Rilke llegan a ser “cómplices de la negación poética de la muerte aceptando la muerte como autoafirmación personal trascendente”. Pero lo único cierto es que el ser “corporal” al final se va, y solo nos queda el ser inmortal, su “esencia”, su “alma”, sin olvidar las obras y el legado que esa persona deja en la humanidad, por lo que esa persona a la que hemos querido o admirado siempre será inmortal en nuestros recuerdos y pensamientos de por vida.

Por eso es importante el recuerdo, la memoria y evitar el olvido social. Como decía Stefan Zweig, “Solo lo raro ensancha nuestros sentidos, solo ante el estremecimiento crece nuestra sensibilidad. Por eso lo extraordinario es siempre la medida de toda grandeza. Y siempre, aun en las formas más complicadas, el mérito creador queda por encima de todos los valores, y su sentido por encima de nuestros sentidos”. Tanto Bill Norwood como Paco Álvarez se han ido pero su legado siempre quedará entre nosotros y mientras los recordemos perdurará.

Comencé este escrito con una cita de Albert Einstein y acabo con otra: “Hay miles de maneras de matar el tiempo, pero nadie sabe como resucitarlo”. Aunque en la primera cita coincido plenamente con él, en esta discrepo. Ejercitando la memoria, recordando los hechos y no cayendo en el olvido social sí podemos resucitar el tiempo.