Influencia de una historia trágica: Israel y el Holocausto

Yad Vashem, Centro Mundial de Conmemoraciones, Jerusalén

Lidia Morla
Certificada en el Curso Superior de Legislación Laboral y Seguros Sociales por el CEF.-

Lo+social

Unos pocos años separan a Auschwitz del Estado de Israel. Ni los años ni la distancia impiden que la imagen del campo de concentración desprenda miedos, mitos, percepciones e imaginarios que formarían parte de una cultura focalizada a la protección de un pueblo, la lucha por obtener aquello que se considera como propio y las ganas de gritar al mundo que nunca volverán a ser humillados.

Sin duda, la cultura, y con ella la política, quedan así cargadas de creencias, sensaciones y emociones que afectan e influyen sobre las acciones tomadas tanto a nivel individual como a nivel estatal, así como a nivel interno y a nivel exterior.

En este punto, la tesis pretende defender que la mentalidad del judío ha quedado anclada entre dos vértices, ese de diáspora que ha sabido adaptarse al país anfitrión, aunque este no supiera defenderle en los peores momentos, y ese judío israelí que ha aprendido a defenderse no solo a sí mismo sino a los suyos, incluida la tierra que heredaron de Dios. Aunque estos segundos parecen rechazar a los primeros, mantienen perenne la imagen de su sufrimiento, la ritualizan cada año, y la incorporan a su sentir popular, a su política de defensa y a su política de expansión.

La Shoah genera una sociedad destinada a considerarse a sí misma la eterna víctima, y esta es una de las primeras consecuencias. Diversos autores se hacen eco de esta parte de la mentalidad israelí, que se mueve entre la catalogación del pueblo judío como el pueblo sacrificado por la comunidad internacional, y el derecho que ese hecho les da a proteger sus adquisiciones. Con el genocidio, la sociedad israelí, o parte de ella, construye su cultura y percepciones no solo sobre sí misma, sino también sobre “el otro”.

El Holocausto forma parte de la identidad del israelí, así como ya lo hacía la lengua, la religión o las tradiciones. Además, traerá consigo la creación de un “nuevo hombre judío”, como decía Zertal, y nuevos temores.

Este nuevo judío es diferente al anterior. Ante ese que se había dejado asesinar en Europa sin luchar, aparece uno dispuesto a pelear no solo por su supervivencia sino, sobre todo, por el orgullo y dignidad que se perdió en ese viejo continente. Se ha pasado de un judío pasivo e indefenso, a uno activo, defensivo, militarizado, que ha terminado por discriminar al antiguo, al débil, al eternamente rechazado.

Se trata, dice Zertal, de repudiar a esa diáspora considerada “una masa oscura e implorante de poblaciones ciegas y engañadas, atrapadas en una trampa sin salida, condenadas a la masacre, que se aferraban deses­peradamente a los últimos vestigios de energía, pero perdían (…) cuanto les quedaba de humanidad” (Zertal; 2002; La nación y la muerte; pág. 66).

Al ciudadano israelí se le enseña el pasado más trágico, para construir el futuro más glorioso. Un futuro en el que se lucha por la tierra sagrada con la propia vida y se previene contra futuros genocidios. La historia de este nuevo hombre comienza en 1948, año en el que se declara el Estado de Israel y desde ese momento se forja una cultura que utilizará el Holocausto para desarrollar un Israel lo suficientemente poderoso como para defenderse de las amenazas, algunas reales, algunas imaginarias.

El recuerdo del Holocausto proporcionará también una imagen concreta del enemigo árabe. Este es equiparado con los nazis y considerado el asesino capaz de acabar lo que aquellos empezaron. Esta percepción se desarrolla también entre las élites políticas, quienes la usan en su beneficio.

El fundador del Estado comparaba en 1947 a los militares árabes con los altos cargos del ejército nazi (Zertal, pág. 63). Son el riesgo viviente de un posible y nuevo genocidio. Ante esta perspectiva la política israelí construye y desarrolla un Estado focalizado a la defensa.

Cuenta Zertal que los viajes anuales de las escuelas a Auschwitz son una forma más de fortalecer a ese “nuevo hombre judío” (Zertal; pág. 25), una nueva forma de dotar de fuerza al pueblo para evitar futuros genocidios.

Cohen va más allá y señala que dichos viajes son la forma directa de identificar al israelí con su pasado más trágico: “This is where you came from! This is who you are! (Cohen; 2009; Israel is real; pág. 216).

Sin duda, la seguridad de Israel y su pueblo se convierte en un objetivo para la élite política y militar. Esta preocupación formará parte, no solo de las estrategias de estas élites, sino también de la propia cultura de Israel, y por qué no mencionarlo también de la religión, “this is when tragedy turned into a religión” (Cohen; pág. 211).

Estas percepciones colectivas tienen dos consecuencias. Por un lado, generan una mentalidad política concreta: apoyo a los partidos de derechas, quienes defienden acciones militares de represalias a Gaza y a Palestina. Por otro, fomentan una actitud militarista en la sociedad israelí, que se ha calificado como militarismo civil o cívico, es decir, una mentalidad volcada a la lucha.