La insoportable ausencia de Kundera
Ubaldo González de Frutos
Jurista y lingüista.
Ocio y cultura
El 11 de julio pasado falleció en París, a los 94 años, Milan Kundera, acontecimiento luctuoso que, sin embargo, tiene la ventaja de certificar al autor checo-francés como un clásico contemporáneo, otro eterno candidato al Premio Nobel de Literatura a quien nunca la academia sueca reconoció el mérito, si bien, como otros en su lugar, no precisa el galardón para la inmortalidad, pues La insoportable levedad del ser (Tusquets) es un libro más conocido, leído y disfrutado que la mayoría de los premiados.
Quienes no lo hayan leído, o quienes, como yo, lo hicieron en los 80, cuando fue un éxito editorial, tienen ahora la oportunidad de (volver a) disfrutar de una de las mejores novelas del siglo XX, una extraordinaria historia de amor, de celos, sexo, traiciones y muerte, entretejida de un profundo análisis psicológico de la motivación humana, de las debilidades y paradojas de nuestros actos.
Aunque se basa, como todas las buenas historias de amor, en una relación triangular, en realidad aquí son cuatro los personajes: Tomás es un cirujano de éxito, muy guapo, divorciado y adepto a lo que Kundera llama “la amistad erótica”, que no es más que un rechazo al compromiso; Teresa, una mujer de vida banal, cuyas motivaciones son además opuestas a las de Tomás: la estabilidad y el compromiso. Sin embargo, Tomás, que conoce a Teresa por seis casualidades encadenadas (el libro también es cabalístico, pues para mantener las amistades eróticas Tomás aplica la regla del tres: puede salir con la misma mujer, pero no más de tres veces seguidas, o tener amantes de larga duración, pero no volver a verlas antes de tres semanas), rápidamente se enamorará de ella. La explicación de esta paradoja es poética: cuando Teresa llega a Praga con su pesada maleta para aferrarse a la oportunidad que aprecia en Tomás, enferma y queda desvalida, y esta concatenación casual recuerda a Tomás la historia de Moisés en el Nilo. De esa forma, Tomás se enamora de Teresa, pues las metáforas son peligrosas, con las metáforas no se juega, el amor puede surgir de una sola metáfora. Pese a su recién adquirido compromiso, Tomás no puede dejar de tener encuentros sexuales esporádicos, uno de los cuales es Sabina, una artista, fotógrafa y pintora, que comparte con Tomás esa falta de compromiso que Kundera identifica con la levedad. A su vez, Sabina tiene un enamorado, Franz, que anhela la seguridad de una relación que Sabina no puede darle. Tomás y Sabina representan la levedad, mientras que Teresa y Franz encarnan la pesadez, y con el decurso de sus historias entrelazadas como pretexto, Kundera analiza las motivaciones de los actos humanos, sus dilemas existenciales y filosóficos.
La metáfora de la “levedad” y la “pesadez” es así hilo conductor que permite analizar distintas actitudes humanas acerca de la libertad, la responsabilidad, la identidad o la inevitabilidad de la muerte. Teresa y Sabina son los dos polos de la vida de Tomás, dos polos irreconciliables, sin embargo, ambos hermosos. A medida que los personajes interactúan y se mueven entre estas dos dimensiones existenciales, se plantean preguntas profundas sobre el sentido de la vida y las decisiones que tomamos.
Ahora bien, si hay un ángulo moral, ¿qué es preferible, ligereza o pesadez? Quienes se adentren en la lectura del libro descubrirán que Kundera responde a esta pregunta con la ayuda de Parménides, pero no vamos a
despejar esta incógnita, sino dejar que cada lector descubra la opinión del autor y que decida si encaja con su actitud vital.
Por lo demás, es una novela sorprendente desde el propio título (hay que leer el libro para descifrar su significado); creativa en su estructura, pues en las primeras treinta páginas nos cuenta todo el hilo argumental, para luego entrar en la introspección psicológica y completar el hilo narrativo. Además, aunque teoriza sobre el amor (incluso del amor entre un hombre y un perro, al que califica de idilio), es también un libro político, que critica el aplastamiento soviético de la Primavera de Praga, y es que la Praga de 1968 provee el telón de fondo de la historia. No podría ser de otro modo, pues la propia trayectoria vital de Kundera refleja los dilemas del siglo XX. Nacido en 1929 en Brno, Checoslovaquia (hoy la República Checa), en sus primeros años escribió en checo, criticando al régimen comunista a la sazón dominante en su país, en obras como La broma. Tras la entrada de los tanques rusos en Praga y su denuncia del abuso soviético, fue expulsado del partido comunista junto a otros escritores checos; sus libros fueron prohibidos (lo estuvieron hasta la revolución de terciopelo de 1989) y se quedó sin trabajo, todo lo cual le llevó a exiliarse en Francia en 1975, país que le otorgó su nacionalidad cuando el régimen checo le retiró la suya por haber publicado El libro de la risa y el olvido. Kundera abrazó la nacionalidad y cultura francesa, que ya nunca abandonaría, pese a su añoranza (el que está en el extranjero vive en un espacio vacío en lo alto, encima de la tierra, sin la red protectora que le otorga su propio país, nos dice por boca de Teresa), y comenzó a escribir en francés, lo cual hace aún más admirable L'insoutenable légèreté de l'être. Sin embargo, a pesar del trasfondo político, Kundera logra un resultado más artístico y transcendente, más intemporal.
La insoportable levedad del ser es también, por último, un libro filosófico, inspirado en Nietzsche y en la teoría del eterno retorno, donde el propio Nietzsche, Kafka, Platón o Parménides son parte del relato. Esto no significa que su lectura sea aburrida o difícil, todo lo contrario. A pesar de que la narrativa no es lineal -otra de las señas de identidad del siglo XX-, su estilo claro absorbe al lector y lo lleva a través de un laberinto de pasiones donde termina identificándose con las vivencias de los personajes, dos parejas cuyos destinos se entrelazan irremediablemente.
La insoportable levedad del ser ha sido aclamada como una obra compleja y profunda, de amplia influencia sobre la narrativa contemporánea. Fue objeto de una adaptación cinematográfica en 1988, dirigida por Philip Kaufman y protagonizada por Daniel Day-Lewis y Juliette Binoche pero, como siempre, el libro es mucho mejor que la película.