El cardenal Cisneros en su V centenario
María Lara Martínez
Profesora de Historia Moderna y Antropología de la UDIMA
En 2017 las profesoras de la UDIMA Laura y María Lara Martínez, que fueron Premio Uno de la Universidad de Alcalá y Primer Premio Nacional de Carrera, han desarrollado una fructífera labor de recuperación biográfica de Cisneros. En el verano Laura Lara ganó la placa de los Premios Fermín Caballero de Ensayo Breve en Ciencias Sociales con su estudio 1917: El año de Cisneros en la Edad de Plata. En noviembre, María Lara ha publicado el libro El Cardenal Cisneros (1517-2017). Regente de las Españas y Capitán General de África, editado por el Ministerio de Defensa.
El 8 de noviembre de 2017 se han cumplido 500 años de la muerte en Roa (Burgos) del Cardenal Cisneros. Nacido en Torrelaguna (Madrid) en 1436, en la pila bautismal lo llamaron Gonzalo. Después de ejercitarse en el Derecho en Roma ya como sacerdote, estuvo en prisión en Uceda y en Santorcaz por denunciar las irregularidades en la asignación de las prebendas eclesiásticas y, con 48 años, adoptó el cordón franciscano pasando a ser fray Francisco.
Y, aunque nunca ambicionó los cargos, fue confesor de Isabel la Católica, arzobispo de Toledo, cardenal con basílica en Santa Balbina, inquisidor general y regente de Castilla en dos etapas, ejerciendo además de padre del modelo universitario del Renacimiento mediante el rescate del saber de la antigüedad y el impulso de la lengua española. Con eficacia y celeridad fraguó la articulación de colegios mayores anejos a las facultades de Medicina, Teología, Derecho y Artes, en un esquema académico que, en unas décadas, llegaría a América.
La Historia es arte y también ciencia, relato comprensivo y examen cronológico que requiere de dos instrumentos básicos: el telescopio de la utopía y el microscopio de los hechos. Curiosamente, en la localidad burgalesa de Roa, andando el tiempo, en 1825, sería ajusticiado un patriota español, liberal sí, pero a su modo, defensor de la honra y del honor, Juan Martín Díez, “el Empecinado”.
In memoriam del fraile castellano, esta elegía prosaica también en recuerdo de aquel memorable viaje que, en la primavera de 2009, coordinamos Laura y yo con los compañeros de la ACEF.- a Alcalá de Henares y que estuvo presidido por Roque de las Heras y su esposa. El relato literario viene a evocar los contenidos historiográficos expuestos por Laura Lara Martínez (profesora de Historia Contemporánea) y por quien escribe estas líneas en la conferencia de verano de la UDIMA bajo el título El Cardenal Cisneros en su V Centenario. Mitra y espada en la fundación universitaria del Humanismo”.
Por cierto que la Universidad de Alcalá tuvo su primer curso en el otoño de 1508 y, en el campus de Collado-Villalba de la Universidad a Distancia de Madrid, abrimos nuestras aulas con precisión meridiana cinco siglos después, en 2008.
LAS SANDALIAS DEL MAESTRO
Laura y María Lara
Un mes de noviembre de hace 500 años llegó el sobresalto. Por primera vez en su vida, el cardenal más célebre de España sentía impaciencia. Era consciente de que su tiempo se agotaba. Precisamente por ello, porque sabía que en sus venas todo ya había sido y acabado, no quería partir de este mundo sin contemplar con sus propios ojos la llegada a Castilla de aquel joven nacido en Gante.
Pero, desde las costas cantábricas, el vástago de la desdichada Juana parecía demorarse en la cita y, antes de que el último grano de arena descendiera por la clepsidra, haciendo gala de esa tenacidad sin límites, Cisneros se apresuró a andar más lejos con su desgastada túnica de franciscano y el zurrón de los 81 años.
El 8 de noviembre, pensando en su respetada señora Isabel -la reina que lo eligió como confesor en 1492 al poco de la conquista de Granada-, la parca le besó la frente. Unas llaves se movieron con sutileza junto a su oído, mientras las hojas caducaban entre álamos por la planicie de la meseta. Le había llegado su turno, con celeridad el que había tenido una salud de hierro entró en agonía.
En la casa donde feneció Cisneros, el cadáver fue trasladado desde la alcoba al comedor. Lo embalsamaron con mucha sal para ser conducido a Alcalá y lo cubrieron con los ornamentos pontificales, poniendo una cortina colgante a modo de catafalco. Los movimientos fueron humildes y solemnes, como había sido su vida. Un pregonero anunció el óbito por los barrios, y los vecinos de la comarca acudieron raudos a besar las manos del prelado, con las indulgencias acostumbradas. Entre las piedras burgalesas de Roa, en la iglesia de la Santísima Trinidad, el cuerpo del humanista, del arzobispo, del inquisidor, del militar, del alter ego del rey, fue velado por la Cofradía de Ánimas.
Atrás quedaban los cirios del cortejo errante y dislocado de Felipe el Hermoso; hacia delante se batía la empresa del orbe pues, como aseverara el gramático Nebrija, la lengua va unida al imperio. Después de las dos trascendentales regencias de Jiménez de Cisneros, con capa parda y morrión afable el águila bicéfala empezaría a surcar mares y a trazar rutas de hidalguía por Bruselas, por Malta, por Parma, por Roma, por Lima, por México…
Y desde el rito mozárabe o la Biblia Políglota, el retrato de Bigarny o el pedestal de sus múltiples estatuas, Gonzalo (que así era su nombre de pila) sigue mirando de perfil a su amada Hispania.
Conferencia de las profesoras en la Universidad de verano de la UDIMA.