Emilia Pardo Bazán: cosmopolita, no cosmopaleta

Vista del faro de Hércules en A Coruña

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA

Lo+social

Emilia Pardo Bazán es considerada “la gran dama de las letras españolas del siglo XIX” a través de su papel en la renovación del realismo español, al que aportó su profundo conocimiento del naturalismo francés, de la novela rusa o de la estética modernista. Crítica e historiadora de la literatura, periodista, traductora, analista política y autora teatral, se sabe mucho de su vida, avatares, decisiones, logros, derrotas y, sobre todo, de sus reivindicaciones, las cuales aún hoy resuenan con intensidad. Su rotunda personalidad, al mismo tiempo volátil e imprecisa, estuvo llena de ambivalencias estéticas y políticas. Su carácter excéntrico y problemático respecto a patrones de conducta y de pensamiento dominantes en su época, fue su rasgo fundamental.

Procedente de una familia liberal, militó en su juventud en las filas del carlismo. Durante su intensa vida social mantuvo una extraordinaria correspondencia con grandes figuras intelectuales y artísticas. Se casó, tuvo hijos, se separó discretamente de su marido y tuvo varias relaciones amorosas, entre ellas una célebre e intensa con Benito Pérez Galdós. Se sintió europea e intensamente nacionalista española. Fue reaccionaria y progresista, a veces ambas cosas al mismo tiempo. Se puede afirmar que en el plano largo era un personaje de una pieza y en el plano corto, un rompecabezas.

Autora de más de 650 cuentos y decenas de libros, escribió de pintura, teatro, literatura, filosofía y religión. Cultivó la narrativa, el ensayo, el periodismo, la poesía, el teatro y los libros de cocina. En sus crónicas periodísticas tuvieron cabida todo tipo de artículos, derivados de su gran curiosidad por todo lo que le rodeaba. Mucho antes de que los observatorios actuales alertasen sobre la violencia de género, lo hizo la escritora gallega. En 1901 escribió en La Ilustración Artística: “Siguen a la orden del día los asesinatos de mujeres y un crimen no puede suavizarse como pasional. Han aprendido los criminales que eso de la pasión es una gran defensa, que por la pasión se sale a la calle libre y visten de color pasional sus desahogos mujericidas”.

Tres características explican su posición en la esfera literaria: reconocer los aspectos económicos de su profesión; importancia de la red de relaciones que la sostuvo en momentos cruciales de su carrera; y sus intentos por controlar una imagen pública y una vida privada cada vez más expuestas y criticadas. Sin remilgos de clase, ni de género, asumió el modelo comercial del autor que busca fama y dinero. No era empresa fácil para una mujer al deber hacerlo desde espacios de sociabilidad (ateneos, cafés, tertulias, redacciones de prensa y la política) cerrados para su género. Quiso derribar obstáculos, de ser y de estar. A diferencia de otras escritoras no experimentó desgarro emocional, miedo o vacilación. Evitó lamentar las dificultades que tuvo por ser mujer y se integró en círculos diversos. Frente al retiro doméstico y falta de ambición típicas en una mujer de su época, disfrutaba con la vida social, cuidaba su vestimenta y deseaba la gloria literaria. Fue capaz de asumir en público su significativa excepcionalidad y sacar fruto de ella, en lo personal y en lo profesional. Otra cosa fueron los costes emocionales que sufrió, al ser acusada de voluble, superficial y ligera de costumbres.

Con alma científica se acercó a la novela desde la observación y el análisis. Los Pazos de Ulloa, su mejor relato, es un tratado sobre el caciquismo, la violencia, el analfabetismo, la degradación de la hidalguía o el fanatismo religioso del siglo XIX. Refleja la fórmula novelesca de Émile Zola, transformando el naturalismo francés en un naturalismo católico, definición más ideológica que específicamente literaria.

Alcanzó gran fama durante su vida, por eso el centenario de su fallecimiento nos ofrece la oportunidad de comprobar el recorrido póstumo de su obra y cómo su memoria creativa e intelectual continúa viva. Con la perspectiva de un siglo, podemos afirmar que la escritora gallega ocupa un destacado lugar entre literatos e intelectuales de su época. Se definió a sí misma como “radical feminista” y reclamó para las mujeres la capacidad de ser individuos, aunque el hecho de “ser mujer” proyectase una larga sombra sobre todo lo que hizo, dijo o escribió. Luchó con firmeza a favor de la igualdad de derechos de las mujeres respecto a los hombres, decía que, si en su tarjeta hubiera puesto don Emilio, su vida habría sido más fácil. No quiso ser pura y sobria como Concepción Arenal, sino exagerada, vividora y alegre, algo no aceptado de buena gana por los hombres del siglo XIX, para quienes siempre fue doña Emilia. Tuvo una mirada amplia, “En España creo ser una de las pocas personas que tienen la cabeza para mirar lo que pasa en el extranjero”. Fue cosmopolita, no cosmopaleta.