Catalina de Austria y el magisterio de la reina Juana

Cuadro de Francisco Pradilla y Ortiz, dedicado a la reina doña Juana

Doctora María Lara Martínez y Doctora Laura Lara Martínez
Profesoras de Historia Moderna y de Historia Contemporánea de la UDIMA. Historiadoras de las Cortes de Castilla-La Mancha para el V Centenario de los Comuneros. Embajadoras de la Marca Ejército. Escritoras, Premio Algaba.

Lo+social

Catalina de Austria, la hija menor de la toledana Juana I de Castilla (mal llamada “La Loca”), cumple en 2022 la friolera de 515 años. En plena revisión histórica del papel jugado por su madre en las Comunidades de Castilla y de reivindicación de su papel en la historia como mujer, madre y reina, queremos dar protagonismo a su gran compañera de viaje, su hija Catalina de Austria, con la que compartió en el confinamiento de Tordesillas parte de su infancia y juventud.

Catalina nunca pudo conocer a su padre, pues vino al mundo casi 4 meses después de que Felipe “El Hermoso” falleciera. A su muerte, acaecida el 25 de septiembre de 1506, Felipe fue sepultado en la Cartuja de Miraflores, en Burgos; los rumores propagaron que había fenecido por envenenamiento. Pero, al inicio de las navidades de 1506, doña Juana hizo desenterrar a su esposo.

Después, Felipe emprendió el viaje más terrorífico que se ha registrado en la Historia de España y, en medio de ese cortejo fúnebre, Juana tuvo que parar en Torquemada (Palencia) para dar a luz el 14 de enero de 1507 a su benjamina, Catalina.

En abril de 1507 Juana volvió a los caminos con el féretro de su esposo y con su hija pequeña. En la primavera de 1509 se instalaron las dos en Tordesillas (Valladolid). El esqueleto no fue inhumado, sino depositado en la iglesia del convento de Santa Clara, para llegar a Granada en 1525.

Catalina creció pegada a las faldas de su madre. En Tordesillas estuvo 16 años sin poder pisar la calle con libertad. Las horas transcurrían en un cuarto al que solo se podía acceder a través del de Juana. Pero recibieron juntas en 1520 la visita de los Comuneros: del toledano Padilla, del atencino Bravo y del madrileño Zapata.

¿Fue feliz Catalina? Juana fue su profesora, le enseñó todo cuanto sabía. A Juana los Reyes Católicos le contrataron grandes docentes; a Catalina, su madre le dio clases particulares de manera intensiva. A pesar de la reclusión, aquella niña no paraba de bailar y de cantar. Era la candidata mejor preparada para ser reina, y todo gracias a su progenitora, que le enseñaba latín, humanidades, teología..., así como música, ya que era experta en tocar el clavicordio, el monocordio y la vihuela.

Santa Catalina de Alejandría, tal vez retrato de Catalina de Austria, reina de Portugal

Cuando en 1525 Catalina se casó con Juan III de Portugal, Juana se quedó sin defensa alguna. Ya no tenía a su lado a quien trataba de frenar los atropellos de los marqueses de Denia, que en su falta de respeto a Juana llegaron a la violencia física.

Catalina fue reina de Portugal por el matrimonio con su primo Juan III de Avis (hijo de María de Aragón y de Manuel el Afortunado). El enlace tuvo lugar en Salamanca el 5 de febrero de 1525. Reinó Catalina cuando Portugal era el primer país europeo en establecer contactos con China y con Japón. El matrimonio tuvo 9 hijos, pero solo llegaron a edad adulta dos: María Manuela (fallecida en 1545 al dar a luz a don Carlos) y Juan Manuel (heredero al trono, aunque muerto en 1554).

Fue una buena suegra de sus sobrinos, Felipe II y Juana de Austria, los dos hijos de Carlos I que se casaron con sus vástagos. Además, tuvo que ser Catalina una abuela coraje, ya que ejerció de regente de su nieto, el rey don Sebastián, al fallecer su marido, Juan III, en 1557 y haber marchado la madre del niño, Juana de Austria, a Castilla para ejercer la regencia. Tenía entonces Sebastián 3 años.

Catalina falleció en la ciudad de Lisboa el 12 de febrero de 1578, a los 71 años de edad. Siete meses más tarde, el 4 de agosto, moría en la batalla de Alcazarquivir, su nieto, el rey Sebastián, con 24 años, empeñado en llevar la Cruzada a África en un tiempo en que resultaba anacrónico.

Domingo Carvalho la inmortalizó caracterizándola como Santa Catalina de Alejandría. Retrató a las tocayas con la corona, la rueda dentada y la espada luciendo el nombre del artista.

Esta reina bondadosa dejó su huella creando orfanatos y escuelas. Tuvo una de las mayores bibliotecas. Coleccionó objetos suntuarios, tapices y pinturas, afición que ya cultivó su abuela Isabel. Creó un museo de curiosidades procedentes de las colonias portuguesas, y hasta una casa de fieras, donde los lusitanos vieron por primera vez elefantes y jirafas.