Investigación básica y medicina traslacional
Javier Cabo Salvador
Doctor en Medicina y Cirugía Cardiovascular. Director de la Cátedra de Gestión Sanitaria y Ciencias de la Salud de la UDIMA. Catedrático en Investigación Biomédica de la UCNE. Miembro de la Academia de Ciencias de New York.
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Sir William Osler, jefe de medicina clínica de la Universidad de Pensilvania y primer profesor de la Universidad Johns Hopkins, resumió la realidad de la práctica clínica de la medicina en su célebre frase: “la medicina es la ciencia de la incertidumbre y el arte de la probabilidad”. Frase histórica, que a pesar de los grandes avances que la ciencia médica ha experimentado a lo largo de los años, sigue vigente hoy en día.
Incertidumbre que jugó un papel importante en la elaboración del método científico, con debates entre el empirismo de Aristóteles, el racionalismo de Descartes, el inductivismo de Newton, el método hipotético-deductivo del siglo XIX con Bacon y Karl Popper; y los debates a finales del siglo XIX e inicios del XX entre el realismo de Einstein y Schrödinger y el antirrealismo de Dummett y Wittgenstein.
Fue Descartes quien sentó las bases del racionalismo del siglo XVII, en contra del empirismo, en su libro Discours de la méthode pour bien conduire sa raison, et chercher la vérité dans les sciences, plus la Dioptrique, les Météores et la Géometrie qui sont des essais de cette méthode (Discurso del método para guiar bien la razón y buscar la verdad en las ciencias), publicado en 1637, poniendo énfasis en la razón y el intelecto más que en la emoción o la imaginación.
Incertidumbre que sigue siendo una constante en la toma de decisiones en medicina, con la que los médicos tenemos que convivir y que debemos aprender a gestionar. Incertidumbre arraigada en la sociedad en la que vivimos. Una sociedad basada en el individualismo y en una forma de vida efímera, con fecha de caducidad, donde predomina la cultura del populismo y la inmediatez de las redes sociales. Una sociedad que rompe con las estructuras establecidas en el pasado, y en la que la filosofía de vida, y los valores, la ética y la moral han cambiado radicalmente.
Una sociedad inestable y temporal, carente de aspectos firmes, sólidos y consolidados, y donde existe una ruptura con las instituciones y las estructuras clásicas. Una sociedad en metamorfosis. Como afirma Zygmunt Bauman, “en pleno tránsito pasando de una sociedad sólida, estable, a una líquida, flexible, voluble, en la que las estructuras sociales no perduran el tiempo necesario para asentarse, y no sirven de marco de referencia para los actos humanos”.
Incertidumbre que en la práctica clínica se debe, en parte a las limitaciones de nuestros conocimientos (incertidumbre epistémica). Incertidumbre temporal y mejorable con el estudio y la experiencia; y en parte a la gran variabilidad biológica y al papel del azar en el devenir de los acontecimientos (incertidumbre estocástica). Incertidumbre que podemos gestionar mediante habilidades adquiridas de razonamiento clínico usando las leyes de la probabilidad.
Incertidumbre que surge sobre todo en entornos parcialmente observables y en procesos con comportamientos no deterministas. Incertidumbre que altera el concepto de la medicina tradicional e incorpora un nuevo concepto de medicina, la “Medicina de la Complejidad”. Una medicina con integración de la genómica junto con las tecnologías derivadas de la ingeniería biomédica. Una medicina que integra conceptos de Medicina Predictiva, realizada mediante la secuenciación genética. Una medicina que integra conceptos de medicina preventiva, y que podemos ejercer en aquellos casos detectados de susceptibilidad genética ante el desarrollo de cualquier tipo de patología. Una medicina personalizada, basada en la información obtenida del código genético. Una medicina de precisión, enfocada a las características de la propia naturaleza de la persona. Una medicina proactiva donde la persona juega un papel primordial involucrándose en su autocuidado y en su relación con el entorno y la epigenética. Una medicina participativa donde podemos compartir nuestra información, anonimizada, obtenida mediante la minería de datos y la inteligencia artificial, en beneficio del colectivo humano.
Este nuevo concepto de medicina, totalmente interactiva, nos obliga a reflexionar como sociedad, y resalta la importancia y la necesidad de potenciar la investigación básica y la Medicina Traslacional.
En las Ciencias de la Salud existen tres tipos de investigaciones: la investigación básica o biomédica que busca generar conocimiento sobre los mecanismos de la enfermedad, la investigación clínica que se efectúa en pacientes para probar nuevos tratamientos o métodos diagnósticos, y la investigación traslacional, que facilita la transición de la investigación básica en aplicaciones clínicas, from bench to bed-side, llevando la ciencia desde el laboratorio a la cama del paciente. Investigación traslacional concebida como una herramienta científica que sirve de puente y evita que los resultados de la investigación básica en biomedicina se pierdan, favoreciendo su llegada a la clínica, a los pacientes, cerrando de manera eficiente el ciclo productivo de la inversión en investigación biomédica.
Concepto de investigación traslacional que ha sufrido una rápida evolución desde sus comienzos en 1993, considerándose que el conocimiento básico puede llegar desde cualquier campo de estudio, no solo desde la biomedicina. La medicina traslacional actual integra, no solo conocimientos de biología celular y molecular, sino también conocimientos informáticos, como el Big Data, y conocimientos de ingeniería, como la robótica y la ingeniería tisular mediante nuevos materiales e impresiones aditivas 3D, tanto biológicas como sintéticas.
La base científica de un país es una de las fuentes esenciales para su desarrollo económico y para lograr la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos. La inversión en ciencia, tal vez difícil a corto plazo, produce dividendos extraordinarios a largo plazo, estando la universidad obligada a ser el motor y centro propulsor de estos objetivos.
Si nos centramos en la realidad española, nuestras cifras de porcentaje del Producto Interior Bruto (PIB) dedicado a I+D son desfavorables: el gasto en Investigación y Desarrollo (I+D) interna ascendió a 15.768 millones de euros en 2020, representando tan solo el 1,41 % del PIB. Si bien esta cifra aumentó frente al 1,25 % del año 2019, según datos de la última actualización (Eurostat: 15-11-2021), seguimos estando por debajo de la media de los países de la Unión Europea, EU (27 países), y por debajo de países como Bélgica, Eslovenia, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Países Bajos, Portugal, Polonia, Reino Unido, República Checa, Islandia, y Noruega, estando muy alejados de aquellos países que más invierten en I+D como Israel: 4,95 %, Corea del Sur: 4,81 %, Suiza: 3,37 %, Suecia: 3,34 %, Japón: 3,26 %, Austria: 3,17 %, Alemania: 3,09 %, Dinamarca: 3,06 % y Estados Unidos: 2,84 %. España es uno de los países denominados desarrollados que menos ha variado su inversión en ciencia. Si en 1996 destinaba el 0,789 % del PIB a I+D, en el año 2018 apenas llegaba al 1,236 %, en el 2019 al 1,25 % y en el 2020 al 1,41 %, bastante lejos de la media mundial y a más de tres puntos del país que más recursos destina a este apartado.
Según datos del Ministerio de Ciencia e Innovación, se estima que en el periodo 2011-2016 se perdieron en España más de 5.000 puestos de investigadores, y una parte importante del personal investigador continúa estableciendo sus carreras en el extranjero para evitar la inseguridad, la temporalidad y la precariedad. Además, las capacidades del sistema de I+D+I en España están amenazadas por el envejecimiento del personal investigador y por las discontinuidades y retraso en la entrada al sistema para las personas jóvenes. A escala internacional, España es uno de los países donde se aprecia una mayor disminución de la proporción de PYMES que desarrollan alguna innovación. Según la Encuesta de Innovación de las Empresas (INE), entre 2010 y 2018 el número de empresas españolas innovadoras disminuyó alrededor de un 29 %. Por otro lado, el análisis de los indicadores de transferencia de conocimiento (solicitudes de patentes, cesión de derechos de propiedad intelectual mediante licencias, generación de spin-offs, acuerdos de colaboración, etc.) refleja una situación claramente mejorable. Según se recoge en el European Innovation Scoreboard 2020, la inversión privada en I+D+I de las empresas españolas dista 20 puntos de la inversión que en innovación realiza el sector público.
Por todo esto, aunque las condiciones de la investigación en España son mejores que las existentes cuando entró en vigor la Ley 13/1986, de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica, y la Ley 14/2011, Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, que estableció la organización básica del Estado en materia de ciencia y tecnología, todavía se encuentran grandes ineficiencias y cuellos de botella, como la escasa aplicación de los avances por parte de las empresas y grandes amenazas estructurales.
Para intentar paliar estas realidades, el 17 de enero de 2022 se ha presentado un anteproyecto de Ley por la que se modifica la Ley 14/2011 en España. No obstante, creo que poco se va a poder lograr con un gobierno social-comunista que regala millones de euros en forma de rescate y despilfarra en Ministerios superfluos como el de Igualdad, con potencial rango de mera subdirección general, con un presupuesto de 525 millones, sobreviviendo la investigación y la ciencia gracias a la inyección de fondos excepcionales por parte de la Unión Europea a través del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (NextGenerationEU), que han permitido incrementar este año el gasto total en ciencia en nuestro país.
Como la política científica, tecnológica y de innovación actualmente es una de las políticas públicas de mayor relevancia en el ámbito internacional, en la exposición de motivos del anteproyecto de Ley se argumenta que la ciencia y la innovación ocupan un lugar preeminente como palanca esencial en los planes de reconstrucción y en el fortalecimiento de la capacidad de respuesta frente a futuras crisis (sic).
En este anteproyecto también se expone que en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, España acomete una reforma institucional orientada a fortalecer las capacidades del Sistema Español de Ciencia, Tecnología y de Innovación para la mejora de su eficacia, coordinación, gobernanza y transferencia del conocimiento (sic).
A nivel político, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, impulsada por la Organización de Naciones Unidas, tiene como objetivo reforzar el compromiso internacional para hacer frente a los retos sociales, económicos y medioambientales de la globalización, poniendo en el centro a las políticas en el ámbito de la investigación, el desarrollo y la innovación. En esta Agenda 2030 destacan objetivos relacionados con la investigación, el desarrollo y la innovación, y que han sido asumidos por los distintos Estados miembros de Naciones Unidas.
En esta misma línea, a nivel político, la Estrategia Española de Ciencia, Tecnología e Innovación 2021-2027, aprobada por el Gobierno de España, pretende situar a la ciencia, la tecnología y la innovación como ejes clave en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Según esta Agenda el despliegue de la nueva estrategia permitirá incrementar la contribución española a las prioridades políticas de la Unión Europea mediante el alineamiento con sus programas de I+D+I, dando respuesta a los desafíos de los sectores estratégicos nacionales a través de la I+D+I, en beneficio del desarrollo social, económico, industrial y medioambiental de nuestro país.
Pero no nos engañemos, para lograr esto España debe potenciar y fomentar la I+D+I y su transferencia, generar conocimiento y liderazgo científico, y mejorar las condiciones de trabajo del personal de investigación, así como la calidad de las infraestructuras y equipamientos. Para alcanzar estos objetivos resulta indispensable abordar modificaciones para conseguir una carrera profesional en el ámbito de la I+D+I que resulte atractiva, reteniendo el talento investigador existente en nuestro país. De igual manera, debe procederse al refuerzo de manera eficiente de la transferencia de conocimiento, desarrollando vínculos bidireccionales entre la ciencia y el ecosistema empresarial potenciando la Medicina Traslacional.
Como hemos visto estos últimos años, la pandemia ha reforzado la necesidad de estrechar lazos entre la investigación básica y la actividad clínica, algo que en su día fue el inicio del nacimiento de la investigación traslacional, traducción popular de translational research y posteriormente de la Medicina Traslacional.
El proceso del traslado de los conocimientos de las ciencias básicas a la búsqueda de intervenciones terapéuticas y preventivas eficaces exige un intercambio de recursos y conocimientos, para conseguir que los descubrimientos de las ciencias básicas redunden en beneficio de los pacientes. El objetivo es aplicar con eficiencia el conocimiento de los procesos celulares, moleculares, fisiológicos, químicos o genéticos a la búsqueda de tratamientos eficaces o de técnicas de prevención o diagnóstico, y facilitar la transición de la investigación básica en aplicaciones clínicas que redunden en beneficio de la salud.
La European Society for Translational Medicine (EUSTM) ha definido la medicina traslacional como “una rama interdisciplinaria del área biomédica sustentada por tres pilares principales: el trabajo de laboratorio (benchside), el trabajo clínico (bedside) y la comunidad”. Según la EUSTM el propósito de la medicina traslacional es combinar disciplinas, recursos, conocimientos y técnicas, para promover mejoras en prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades.
La Medicina Traslacional ha tenido gran impacto a nivel de integración de la investigación clínica con metodologías como la biología computacional y la genómica, la trascriptómica, la proteómica, la metabolómica y la farmacogenómica. También la Medicina Traslacional ha tenido gran repercusión en el desarrollo de biobancos ligados a bases de datos clínicos para la identificación de fenotipos relevantes de pacientes portadores de enfermedades específicas.
Son muchos los progresos de la Medicina Traslacional. Ejemplos claros los hemos visto durante esta pandemia con la técnica de la PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa), prueba de diagnóstico descubierta por Kary Mullis, premio Nobel de Química en 1993, que permite detectar un fragmento del material genético de un patógeno, el ARN del virus, habiendo demostrado ser una herramienta de gran valor en el diagnóstico de la COVID-19. Otros ejemplos de conocimiento trasladado de los laboratorios a la clínica son la búsqueda de nuevos antibióticos y el desarrollo de nuevos fármacos y vacunas, siendo de destacar las 608 vacunas o tratamientos específicos en estado preclínico o en fase de ensayo clínico, específicamente 332 tratamientos y 276 vacunas, que según el Milken Institute School of Public Health de la Universidad George Washington, se están desarrollando para combatir este coronavirus.
También son de destacar el desarrollo de pruebas diagnósticas con anticuerpos, de gran valor debido a su selectividad, como los test de embarazo que detectan la HCG (Gonadotropina coriónica humana); o los actuales test rápidos de antígenos, que detectan proteínas virales del SARS-Cov-2. También la investigación básica ha sido fundamental en el desarrollo de fármacos como las estatinas que disminuyen el colesterol-LDL plasmático y la incidencia de patología isquémica coronaria y su mortalidad asociada; y el gran desarrollo en el campo de la nanomedicina; la medicina regenerativa; o la terapia génica.
Para fomentar esta Medicina Traslacional se necesitan cambios estructurales que flexibilicen los procedimientos administrativos y permitan un nuevo diseño de las carreras investigadoras, papel prioritario de las universidades. Se necesita actualizar la normativa reguladora para impulsar la transferencia de conocimiento y de resultados. Se necesita mejorar la coordinación y colaboración entre agentes públicos y privados en materia de investigación. Hay que favorecer la internacionalización de la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación, especialmente en el ámbito de la Unión Europea. Hay que impulsar la cultura científica y tecnológica a través de la educación, la formación y la divulgación en la sociedad. Hay que promover la participación activa del sector privado en materia de investigación. Las empresas deben convertirse en propulsoras de la investigación, como ocurre en Estados Unidos o en los países más avanzados de la Unión Europea, como Alemania o Francia, contando con incentivos fiscales.
Muchos son los retos y las necesidades. Necesitamos un Pacto de Estado por la Investigación y la Ciencia. Necesitamos mejorar la planificación y establecer áreas de I+D prioritarias para invertir recursos en los sectores en los que España puede llegar a ser referente. Hay que reducir la rigidez administrativa y hacer posible la continuidad temporal de las políticas más allá de los periodos legislativos.
La prestigiosa escuela de negocios internacional INSEAD en su Índice Global de Talento de este año (2021 Global Talent Competitiveness Index) clasificó a 134 países mediante un estudio de benchmarking, valorando su capacidad para atraer y retener el talento. Este estudio situó a Suiza como líder del ranking por octava vez consecutiva, seguida por Singapur, EE. UU. y Dinamarca, colocando a España en la posición 32. Moraleja: si queremos ser competitivos, no hay otro instrumento más útil que la modernización científica y tecnológica. El concepto de que la necesidad de profesionales excelentemente formados es un factor vital para el desarrollo y modernización de una sociedad, puede no parecer evidente, pero lo que sí es un hecho cierto es que el progreso siempre se detiene ante la falta de talento. Desarrollar el talento y promover la excelencia son los dos factores clave para conseguir un progreso global, científico, humanístico y tecnológico de cualquier país.