Alonso de Salazar y Frías

Retrato de Aonso de Salazar y Frías

Joaquín Álvarez Serrano
Consultor, Abogado, Formador.

Lo+Social

La historia, la realidad del trabajo e impacto de nuestro personaje se mantuvieron en el olvido durante casi 200 años, siendo recuperados por antropólogos-historiadores sobre todo; y en los últimos años, para el común de los mortales, por serios divulgadores (reseñar la labor de Javier Santamarta).

Sería fantástico que procesalistas bucearan en su buen hacer profesional y su referencia entrara a formar parte del currículo de la asignatura.

Los 72 años de la vida de Alonso de Salazar (1564–1636?) no los denominaríamos tiempos VUCA/BANI, pero telita los que tuvieron que vivir él y sus coetáneos (echad un vistazo a cualquier línea de tiempo).

Alonso de Salazar y Frías, “inquisidor y humanista español” (Gustav Henningsen), había sido nombrado inquisidor en 1608, a sus 44 años, y fue destinado al Tribunal de Logroño un año después. A la sazón ya era un experimentado jurista práctico, habiéndose graduado, en su día, de bachiller en Cánones en Salamanca y poco después graduado de licenciado en Cánones en Sigüenza (esta era por entonces la jerga). Era un vocacional del derecho.

Pues bien, situémonos en Logroño, enero de 1609, antes de la llegada de Salazar (junio), mes en el que dos inquisidores (Becerra y del Valle) recibían noticia, como nos dice Caro Baroja, de una gran complicidad de brujos y brujas del pueblo de Zugarramurdi.

Prestos y muy preocupados, en febrero remitían al Consejo General de la Suprema Inquisición de Madrid (comúnmente conocido como La Suprema), los procesos de seis brujas y brujos. El rodillo había comenzado…

Si bien, permítaseme la chanza, la doctrina estaba dividida, la mayoría de inquisidores mantenían escepticismo sobre los temas brujeriles, incluso los consideraban como cosas de risa. De hecho, como nos dice Mikel Azurmendi, la Inquisición en España seguía tradicionalmente, como norma de actuación, los principios contenidos en dos resoluciones dictadas por el Consejo de la Inquisición, en Toledo 1526. Venían a ser:

  • Verificación minuciosa de todos los males supuestamente cometidos, y de igual modo de todas las circunstancias relativas al tiempo, modo y lugar en los que se decían producidos los vuelos hacia las juntas brujeriles.
  • Evitar que se obtuvieran declaraciones de brujería mediante la violencia.
  • Utilización, en las declaraciones, únicamente de formas de trato personal amistoso con los supuestos brujos.

A estos principios, subyace la mayor: evitar dar fe a las aseveraciones diabólico-maniacas y puramente especulativas del libro Malleus Malleficarum, seguido en el resto de Europa a pie juntillas, sirva de ejemplo el juez francés Pierre de Lancre y su impericia sobre nuestro caso (no perderse la contextualización por Roca Barea).

Sin embargo, nuestros dos reiterados inquisidores no mantenían esa línea de pensamiento y actuación, sino que estaban convencidos de la existencia real de una secta de brujos y brujas, evidenciada por el propio volumen de los hechos que se decían y reconocían por sus supuestos autores.

El Consejo General tardó muy poco en contestar y lo hizo con una serie de instrucciones en las que, claramente, se notaba el escepticismo comentado. Pero tristemente el proceso de fe continuó y con enormes dimensiones.

Si bien, tras el onboarding de Salazar ya comenzado el proceso, los tres del Tribunal de Logroño parecían ir todos a una, pronto, este empieza a revelarse como la nota discordante, y así encontramos el que vendría a ser su primer voto particular, en relación con vicios del proceso y falta de pruebas suficientes para condenar a la acusada María de Arburu.

A pesar de todo, finalmente, el 7 y 8 de noviembre tiene lugar en Logroño el esperpéntico Auto de Fe que ahora conocemos como el de las brujas de Zagarramurdi.

Si seguimos a Carmelo Lisón, Salazar, que no había estado en los interrogatorios de los principales encausados, parece que después del Auto empezó a dudar de la culpabilidad del resto de condenados. Debemos recordar las críticas a los procesos y al Auto de Fe realizadas por Antonio Venegas de Figueroa, Obispo de Pamplona, y el humanista Pedro de Valencia.

Pero, lejos de venir la calma, en la zona se produjo una explosión y reacciones en cadena de confesiones y solicitudes de reconciliación, acusaciones, violencia… Así las cosas, La Suprema encarga al Tribunal, vía Salazar, un informe completo, además de publicar y ejecutar el edicto de gracia para que los brujos se arrepintieran y fueran castigados sin penas o muy benignas estas.

Salazar, hasta entonces, realmente, solo había tocado la boca del agujero negro en el que ahora se adentraba: uno lleno de hostilidad, de personas en pánico, venganzas, rencillas, odios, delaciones y falsos testimonios familiares, vecinales, acusaciones forzadas, sobornos, cárceles, infierno, ensoñaciones, alteraciones psicológicas individuales y colectivas.

Y es, durante su labor de ocho meses, cuando y donde vamos a ver en su grandeza y en 360 grados, al instructor, al abogado, al jurista, al humanista, a la persona…, todo él imbuido del humanismo de la Escuela de Salamanca, para el que la persona es un ser racional y libre, hecho a imagen y semejanza de Dios y pare el que, por tanto, su dignidad resulta de esa libertad y razón.

La razón, como espectadora imparcial, le ayudará a filtrar, a realizar sus indagaciones, interrogatorios, testificales, de forma objetiva y a analizarlos detalladamente. Se caracterizará por su rigurosidad, la sistemática empleada, la manera de recoger, documentar y registrar las pruebas, por el modo de exponerlas, por la búsqueda de los actos positivos, los experimentos realizados sobre el terreno y los métodos utilizados; de ese su empirismo precoz (empirismo inductivo) -como dice Henningsen- y su amor a la verdad sin concesión. Todo ello, con increíble tenacidad, fuerza de voluntad y capacidad de trabajo, según Luis Coronas.

Tras su vuelta, Salazar elabora sus memoriales. Y enfrentado a sus colegas, denuncia y desmonta toda la causa de Logroño, arrepintiéndose incluso de la sentencia que él también había firmado y ahora considera una terrible injusticia. Y por supuesto deja claro, entre otras cosas que en
su viaje:

“no he hallado… ni aun indicios de qué colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado… Se comprobó… haber sido todo irrisorio, fingido y falso… Y así todo es demencia que pone horror imaginarlo” (recogido en Biblioteca Virtual de La Rioja).

“No hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos” (recogido por Henningsen).

Propone un total de 20 sugerencias, entre ellas “el silencio”, unas a modo de restitución por lo ocurrido en el pasado y otras a seguir en el futuro. De ellas, 16 son aceptadas por La Suprema.

Salazar retoma así, con plena convicción, la forma de actuar tradicional de la Inquisición, de conformidad con las resoluciones citadas antes y que habían evitado durante ochenta y cuatro años condena alguna de hoguera por brujería (Azurmendi) y evitándolas a futuro en nuestro país, adelantándonos al resto de Europa.

Confío en que os haya gustado este aperitivo y os anime, a los/las que no le conocíais a bucear en su figura y en el tema.