¿Y ahora qué?
Txano Arevalillo González
Estudiante del Grado en Historia de la UDIMA.
Ocio y cultura
Huyen de la falta de empleo, de la alta tasa demográfica, de los enfrentamientos étnicos y religiosos, de unas políticas desiguales, de las sequías, de los desastres naturales… Su actividad económica es la agricultura desde sus primeros ancestros, pero no tienen ya ni tierra fértil, ni semillas, ni abono, ni libertad para elegir.
El mundo se fue poblando hace miles de años con gentes que salieron voluntariamente de África. Muchos siglos después salieron encadenados en barcos contra su voluntad y fueron mutilados salvajemente por intentar defenderse. Ahora salen obligados por el hambre y la falta de calidad de vida. Tienen dificultades para salir de sus países, tienen que recurrir a las mafias sin escrúpulos y dar todo lo que tienen para un pasaje. Tienen dificultad para llegar a cualquier lugar, ya que no son bien acogidos en ninguno de ellos.
Europa los colonizó para “educarlos” y para transformarlos en seres humanos. Construyó carreteras y fábricas para poder extraer sus recursos naturales. Y ellos, desagradecidos, no han sabido conservarlo. Pese al esfuerzo europeo de invertir con grandes sumas, pese a los desinteresados envíos constantes de armamento para lograr la paz en la zona, y pese a otorgarles la “independencia política” han sido incapaces de progresar como de ellos se esperaba.
Así que no les queda más remedio que escapar. Este tráfico de carne humana, sin escrúpulos, es visto por los dirigentes europeos con mucha preocupación. Sabedores de que esta diáspora africana es consecuencia directa de la esclavitud y el colonialismo a la que fueron sometidos estos países durante los siglos XIV al XIX, se afanan en buscar soluciones. Por ello llevan décadas de reuniones, conferencias y pactos, en los que se flagelan por la culpa y se tiran la pelota unos a otros para ver quién es el que tiene mayor responsabilidad dentro de la Unión Europea. No importa el porcentaje de culpa, sino donde está situada la frontera. Unos se lavan las manos porque no desembarcan en su país, otros piden ayuda porque son muchos los que llegan, y otros, simplemente, admiten que no es su problema.
Parece ser que lo importante son los números: la cantidad de migrantes que se está moviendo por el globo terrestre, y en función del número se le da mayor o menor importancia. Y tenemos que estarles agradecidos, ya que estamos aprendiendo mientras los “acogemos”. Sabemos donde está África, aunque nos cuesta situar a sus países. Vemos por televisión los “desembarcos” en pateras en nuestras costas, y ya sabemos todos dónde está Lampedusa. Hemos aprendido a fabricar “barcos-cárceles”, campamentos en tiempo récord, y a reorganizar familias, separándolos para su bienestar.
Desarrollamos nuestra capacidad de gestión mediante esfuerzos impresionantes, como el Pacto de Migración y Asilo, el Proceso de Rabat, Team Europe Initiatives, el Plan de Acción para el Mediterráneo Occidental y el Atlántico, la Conferencia Ministerial Euroafricana sobre Migración y Desarrollo, y bla, bla, bla. Son las enésimas soluciones encontradas tras arduas horas de reuniones y debates. En ellos se garantiza un reparto equitativo de la responsabilidad en materia migratoria como un principio de solidaridad.
Migrantes, refugiados, extranjeros, no se sabe con seguridad qué es lo que son y por ello tiene que haber más reuniones para estar seguros y que la ley se cumpla.
El tráfico de alcohol se solucionó cuando se legalizó. El tráfico de drogas se está solucionando en muchos países con su legalización. Se legalizan las transacciones de toda la riqueza que se está extrayendo de sus países y llevándola fuera de sus fronteras. Estos ciudadanos son objetos pasivos mientras están en sus países, transparentes, mano de obra sin organizar, sin sindicatos, un chollo. Se hacen visibles cuando viajan en las pateras y se hunden en el mar. Solo son un problema cuando llegan a Europa.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se ha trasladado recientemente a Lampedusa para ver de primera mano los miles de migrantes llegados a la isla. Ha tomado nota, ¿y ahora qué?