Magia y herejía en las cortes europeas
Carlos Bonilla García
Graduado en Historia. Máster en Formación del Profesorado de Educación Secundaria en la Especialidad de Geografía e Historia por la UDIMA.
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El ser humano ha interpretado en ocasiones la realidad al margen de la lógica que les provee el conocimiento, e incluso de la religión que sustenta sus sociedades. La mente escapa a veces de la ortodoxia resolutiva para hacer frente a las cuestiones fundamentales. Construyendo un universo y encajándolo en la cultura popular, pero también en la cultura erudita, si es que hay alguna diferencia sustancial entre ambas.
La superstición y la creencia, a veces desmedida en objetos o rituales de muy distinta naturaleza, también se han instalado en la monarquía española desde tiempos inmemoriales. Líderes, jefes de estado, privados, consejeros… han empleado prácticas a modo de ceremoniales y hábitos profanos por sí mismos o bien conducidos por un tercero, conocedor de las artes de la brujería, el esoterismo y toda clase de elementos que recoge el ocultismo. Muchos han sido los historiadores que han pesquisado sobre las circunstancias y causas de estas conductas, desechando justificarlas siempre en la pobreza y el analfabetismo de las humildes gentes campesinas.
Durante el siglo XX, se han publicado cuantiosas obras a este respecto, siendo el título Los reyes taumaturgos, del investigador March Bloch, un relato vanguardista incuestionable. En nuestro país, Julio Caro Baroja se interesó desde el perfil más antropológico por la indagación de comportamientos dominados por la fe en el poder sobrenatural, como así se advierte en su texto Las brujas y su mundo. Actualmente, la Dra. María Lara Martínez, profesora doctora en la UDIMA (Universidad a Distancia de Madrid), es una escritora que sigue cumplimentando, con una jalonada trayectoria editorial, cuestiones que dilucidan todo tipo de aspectos en esta materia. Una de sus obras, Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro, desarrolla de modo ameno un elenco de ejemplos que resume elocuentemente nuestro pasado más misterioso. Además, este libro es con el que se trabaja en la asignatura Historia Cultural de la Edad Moderna para iniciar al alumnado en la investigación histórica.
Desde la Edad Media, a los monarcas franceses e ingleses se les atribuía un poder sobrehumano que utilizaban en la curación de aquellos súbditos que padecieran el mal de escrófula. Con una simple imposición de manos, conocida como “toque real”, estos reyes creían poseer la gracia de librar a cualquier persona de esta dolencia. Esta práctica se hizo patente hasta bien entrado el siglo XVIII.
El rey sabio, Alfonso X de Castilla y de León, es estudiado tanto por su afanosa política de reconquista, añorando el solar visigodo previo a la entrada de los musulmanes en los reinos españoles, como por su dilatada obra cultural. Defensor del saber, divulgó en sus escritos el estudio de varias disciplinas. Entre ellas, las que pueden pronosticar, para elaboro de consejo, lo que ha de venir mediante doctrinas ilícitas bajo el signo de la cruz. Por ello, encargó las traducciones de tratados astrológicos, como el de un lapidario, en donde reza que distintos minerales pueden ejercer influencias en las personas según sea su signo zodiacal.
Otro caso sobre la adivinación fue el que dio a conocer John Dee, consejero de la reina de Inglaterra Isabel I, a quien procuraba proteger de confabulaciones y del peligro que suponía la guerra contra los españoles. Probablemente, para estos fines compatibilizó, además, la religión y la magia. Contó con la colaboración para indagar en las cosas del misterio y lo divino con el médium Edward Kelly. Usaba bolas de cristal y espejos para mitigar, al menos, su anhelo por averiguar el futuro.
Durante la corte de Felipe IV tuvo lugar un suceso que acabó ajusticiado por la Santa Inquisición. Este denota en su origen la capacidad persuasoria de la encantadora providencia anunciada por Jerónimo de Liébana al conde-duque de Olivares. El supuesto brujo informó al valido de la existencia de un cofre enterrado en las playas de Málaga, el cual custodiaba ciertos hechizos que lo vinculaban. Olivares, preso de la preocupación que estos asuntos le causaban, accedió a remover las arenas y mandó excavar las playas con el fin de concluir el hallazgo. No fue así, y dándose cuenta de que todo había sido un engaño, encomendó al Santo Oficio hacerse cargo.
Más conocido fue el caso de exorcismo de Carlos II. Sus últimos años de vida estuvieron protagonizados por tramas palaciegas, entre partidarios de uno u otro heredero al solio. Antes de su segundo matrimonio con Mariana de Neoburgo, empezó a correr el rumor de que el rey estaba hechizado. Según su confesor, fray Froilán Díaz, todo había sido causa de una droga que le suministraron a la edad de 14 años. Para su remedio, las prácticas exorcistas, acompañadas de la ingesta de pócimas. Obviamente, nada de ello ayudó, sino que empeoró su ya deteriorada salud.
La valoración histórica de esta casuística no es acabar en lo anecdótico, y mucho menos en cuestionar la credibilidad o certeza de estos supuestos. Más bien, acercarnos a la representación mental que elaboraban nuestros antecesores para enfrentarse a la realidad que les tocó vivir.