¡Será por juicios… sumarísimos! In memoriam

María Jesús Ros Benavides
Profesora de Laboral y Seguridad Social en el Grupo Educativo CEF.- UDIMA
Hace semanas, en varios medios digitales, encontré esta noticia:
“El acuerdo entre Pedro Sánchez y ERC ya comienza a dar frutos. Así, el Govern ha anunciado que el Gobierno español, 84 años después del asesinato de Lluís Companys i Jover por el régimen franquista, ha reconocido de manera oficial que el dirigente de ERC fue juzgado ilegalmente por un consejo de guerra sumarísimo que le condenó a muerte por ser el máximo representante de la Generalitat de Cataluña, por su militancia e ideología. En consecuencia, el expresidente catalán tiene derecho al reconocimiento, a la reparación moral y a la recuperación de su memoria personal, familiar y colectiva”.
Efectivamente, Lluís Companys, uno de los fundadores de Esquerra Republicana de Cataluña, ministro de Marina en 1933, presidente de la Generalitat desde 1934 a 1939, y el que declaró en 1934 el Estado catalán dentro de la república federal española, hecho que le llevó a prisión entre 1934 y 1936, aunque luego fuera amnistiado y restituido en su cargo, fue fusilado el 15 de octubre de 1940 por el régimen franquista en el foso de Santa Eulalia del castillo de Montjuïc.
Al líder catalanista, exiliado en París desde enero de 1939, le detuvo la Gestapo de la Francia ocupada por los nazis, debido a orden de busca y captura española, llevándolo a la Dirección General de Seguridad de Madrid en septiembre de 1940. En octubre fue trasladado a la Ciudad Condal, donde un consejo de guerra sumarísimo, sin garantías procesales, y por tanto ilegal, le condenó a muerte. Tenía 58 años.
Todos los años, el 15 de octubre, se le rinde homenaje con una ofrenda floral en Barcelona. El estadio olímpico de la ciudad lleva su nombre y también una de sus principales calles.
Con todos mis respetos a Lluís Companys y verificando su asesinato, en este artículo quiero también hacer un reconocimiento, obtener la reparación moral, y recuperar la memoria personal, familiar y colectiva de otro catalán asesinado, Joan Rovira y Roure, abogado del Estado, diputado del Parlamento de Cataluña desde 1932 y alcalde de Lérida desde 1935. Situemos a nuestro protagonista.
Aunque la segunda república española se asentó sobre el principio de la secularización del Estado, dos corrientes opuestas se enfrentaban ferozmente: la formada por la derecha liberal republicana, que propugnaba un laicismo moderado, con la separación entre Iglesia y Estado, y la izquierda republicana-socialista, que, junto con los anarquistas, pretendían un anticlericalismo radical que secularizara no solo el Estado, sino también la sociedad. La Iglesia sometida al Estado. Con estas dos antagónicas tendencias la fractura política y social estaba servida, impidiendo la consolidación del incipiente régimen republicano.
En la Constitución de 1931 la izquierda republicana y socialista impuso su modelo casi clerofóbico para hacer efectiva la aconfesionalidad de la ciudadanía española. Así, se disolvieron varias órdenes religiosas y se nacionalizaron sus bienes, se cerraron los centros de enseñanza católicos en aras de una escuela única y laica, se prohibieron las manifestaciones de culto fuera de las iglesias, incluso se limitó la libertad de cultos en el interior de los templos. La enérgica respuesta del papa Pío XI y de los obispos españoles no se hizo esperar, anunciando que en esa constitución no cabían los católicos, era una declaración de guerra hacia ellos, y muchos ciudadanos católicos que habían votado laicismo y república en 1931 comenzaron a pensar que ese proyecto dictatorial de república no era el suyo.
En este ambiente de creciente tensión, Joan Rovira, hijo de familia religiosa y miembro de la Academia Mariana de Lérida, ciudad en la que era conocido por su generosidad y bondad, el 5 de enero de 1936 autorizó una austera cabalgata de Reyes, aunque estaba prohibido en Cataluña por Lluís Companys todo festejo navideño, para que Melchor, Gaspar y Baltasar llevaran a los niños leridanos la ilusión de aquella noche. Por ese hecho y alguno más, el 27 de agosto de 1936 Joan fue detenido, juzgado y condenado a muerte, a pesar de su inmunidad parlamentaria, y Lluís Companys, máximo responsable de la Generalitat de Catalunya, no hizo nada para impedirlo, amparó ese asesinato.
El juicio fue sumarísimo e ilegal, pues se le negó la posibilidad de defensa, y la pena máxima de la sentencia no fue solo su condena a muerte, sino saber que sus dos hijos mayores, de 5 y 4 años, debían ser enviados a Rusia para su reeducación. Esa misma noche fue fusilado y enterrado en la fosa común. Tenía 36 años.
Joan Rovira también tiene una calle en Lérida y con este artículo también le hemos reconocido, reparado moralmente y recuperado su memoria, pero no se le homenajea anualmente con una ofrenda floral, así que, dado el paralelismo entre los dos personajes y para no subestimar a ninguno, propongo que todas las noches del 5 de enero la estrella de Belén, que guía a los Reyes Magos en todas las cabalgatas, lleve grabado el nombre de este ilustre y valiente catalán que se atrevió a prenderla en el cielo de Lérida cuando en el resto de España el firmamento era negro.