Prevención del suicidio: el valor de estar atentos, el poder de acompañar

Paciente descalzo en pasillo hospitalario recibe apoyo emocional de médico con bata blanca

María Cantero García
Coordinadora del Máster en Prevención del Suicidio de la UDIMA

Irene Caro Cañizares
Directora del Doctorado en Salud Mental y Prevención del Suicidio en la Era Digital de la UDIMA

Lo+Social

Hablar de suicidio nos duele. Nos asusta. Nos deja sin palabras. Durante demasiado tiempo hemos vivido con el convencimiento de que lo más prudente era el silencio, como si nombrar el dolor fuera a provocarlo, como si el sufrimiento pudiera contagiarse con una sola frase mal dicha. Pero hoy sabemos que callar no protege; callar también mata. Y, lo que es igual de devastador, callar también hiere a quienes se quedan a este lado, quienes aman, acompañan, sobreviven, y no encuentran respuestas.

El suicidio no es una decisión impulsiva, ni un acto de debilidad. Es la expresión más extrema de un sufrimiento psíquico que, en muchos casos, se ha ido acumulando sin ser visto, sin ser escuchado, sin recibir ayuda. Es, por tanto, un problema de salud pública que necesita del compromiso de toda la sociedad. No basta con los profesionales sanitarios o de la salud mental. Hace falta también el compromiso de educadores/as, medios de comunicación, compañeros/as de trabajo, familias, instituciones y, por supuesto, cada persona desde su responsabilidad como ciudadano/a.

El silencio como obstáculo

En torno al suicidio persisten demasiados mitos: “quien lo dice no lo hace”, “es un acto egoísta”, “hablarlo lo fomenta”... Estas creencias no solo son falsas, sino que dificultan la identificación de señales de alarma, alimentan el estigma y hacen que muchas personas no pidan ayuda por vergüenza, culpa o miedo al rechazo.

Romper el silencio salva vidas. Diversos estudios demuestran que hablar del suicidio de forma responsable, empática y bien informada no aumenta el riesgo de que alguien lo intente. Al contrario, permite a las personas expresar su malestar, sentirse escuchadas y abrir la puerta a otras salidas posibles.

Es fundamental formar en habilidades de escucha activa, en gestión emocional, en identificación de signos de riesgo. Pero también lo es generar una cultura del cuidado, donde las emociones no sean vistas como debilidad, y donde pedir ayuda no se perciba como fracaso.

La importancia de quienes acompañan

No podemos olvidar a quienes quedan tras un suicidio: madres, padres, hijos/as, hermanos/as, parejas, amistades… Personas a las que el dolor no solo les rompe la vida, sino que a menudo las enfrenta a un duelo silenciado. Muchos no hablan de lo ocurrido por miedo al juicio social, por no saber cómo expresar lo que sienten, o porque ni siquiera encuentran espacios seguros para ello.

El duelo por suicidio es especialmente complejo y necesita visibilidad. Las personas que lo viven no solo deben hacer frente a la pérdida, sino también a un sinfín de preguntas sin respuesta, sentimientos de culpa, impotencia o rabia, y una sensación constante de soledad. Como sociedad, debemos ofrecerles apoyo, comprensión y recursos especializados para transitar este camino sin sentirse culpables por sobrevivir.

Educar para prevenir

La prevención del suicidio no comienza en el momento crítico. Empieza mucho antes: en la infancia, cuando aprendemos a poner nombre a lo que sentimos; en la adolescencia, cuando necesitamos sentirnos parte de algo; en la adultez, cuando nos enfrentamos a la soledad, la presión laboral o el sufrimiento emocional.

Es necesario que los sistemas educativos incorporen la educación emocional de forma transversal, que se forme al profesorado en la detección temprana de señales de riesgo, y que los centros escolares y universitarios sean espacios seguros donde se pueda hablar del malestar sin miedo.

En este sentido, desde la UDIMA asumimos el compromiso de integrar la salud mental en nuestras prácticas educativas, investigadoras y sociales. Como universidad, pero sobre todo como comunidad, queremos ser un lugar donde se escuche, se oriente y se acompañe.

Señales que no debemos ignorar

Las personas que contemplan el suicidio a menudo emiten señales, aunque no siempre sean evidentes. Algunas de ellas pueden ser:

  • Aislamiento social o retraimiento repentino.
  • Cambios drásticos en el estado de ánimo.
  • Pérdida de interés por actividades que antes eran significativas.
  • Comentarios sobre la inutilidad de la vida o el deseo de desaparecer.
  • Despedidas inusuales o gestos de cierre emocional.
  • Regalos de objetos personales con alto valor simbólico.

Ante cualquier sospecha, es mejor equivocarse preguntando que guardar silencio por miedo. Una simple frase como “¿te encuentras bien?”, “¿quieres hablar?” o “me importas y estoy aquí” puede suponer un ancla.

La prevención como responsabilidad compartida

La prevención del suicidio no es una cuestión individual. Es una responsabilidad colectiva que implica políticas públicas, recursos suficientes, formación especializada y, sobre todo, un cambio de mirada.

Necesitamos hablar del suicidio sin sensacionalismo, sin prejuicios y sin culpa. Necesitamos dotar de sentido a las experiencias dolorosas, acompañar sin invadir, estar sin exigir. Necesitamos crear redes que sostengan y no solo asistan en la urgencia. Porque prevenir no es solo evitar una muerte: es apostar por la vida en todas sus formas.

Hoy más que nunca, recordemos que una sociedad que cuida su salud mental es una sociedad más justa, más humana y más fuerte. Y que cada conversación que se inicia, cada gesto de empatía, cada escucha sincera, es también una forma de salvar una vida.