Religión, la madre de todas las ciencias. Un acercamiento al caso de Israel

Muro de las Lamentaciones

Lidia Morla López
Certificada en Curso Superior de Legislación Laboral y Seguros Sociales por el CEF.-

Lo+Social

“Religion is a unified system of beliefs and practices relative to sacred things, that is to say, things set apart and surrounded by prohibitions-belief and practices that unite its adherents in a single moral community called a church” (Durkheim E.; The Elementary Forms of Religious Life, 2005, pág. 46).

Un estudio pormenorizado sobre las religiones primitivas realizado por Durkheim en 1912 nos sirve de ayuda para entender, groso modo, las implicaciones del fenómeno religioso y adaptarlo al caso de Israel. El propio Durkheim enfatizará más adelante en su obra que el concepto “church” incluido en su definición sintetiza la idea de que religión es algo “eminentemente colectivo”. Para el autor, la religión tiene ante todo un sentido comunitario, social. Destaco además el concepto de moral. Esta se establece dentro de un sistema que, como tal, posee unas normas, procedimientos y reglas, externalizadas grupalmente a través de los rituales y prácticas. La religión se convierte así en un sistema de creencias que ofrece patrones de conducta a sus participantes o seguidores.

Este mundo de lo desconocido y lo divino parece fusionarse con el mundo de lo humano a través de símbolos, una lengua o un territorio. También en este mundo de lo humano se encuentra la política, concepto relacionado con el poder, la competencia y la consecución de intereses. No parece que religión y política, en principio provenientes de mundos distintos, tengan algo que ver. Sin embargo, unas creencias y conductas grupales, basadas en una ley divina, pueden ser la base para la construcción de una futura ley política.

Israel es un país democrático y secular, por lo que religión y política son entidades distintas en el funcionamiento del Estado. Sin embargo, las decisiones políticas tomadas están influidas por credos místicos. Y no es de extrañar, la religión ha sido y, sigue siendo, la pareja de baile de la política en un gran número de países y pueblos, y el caso de Israel no es diferente. Desde los inicios del movimiento nacionalista se observa una clara influencia del culto judío.

El sionismo llevaba consigo un importante componente religioso, algo obvio si tenemos en cuenta que el punto en común entre todos los judíos de diáspora era, principalmente, su condición religiosa. Antes de la creación de Israel como Estado, los judíos quedaban unidos por un templo sagrado situado en Jerusalén, una tierra santa en Palestina y una lengua común. La historia que ha vivido este pueblo de diáspora ha sido, principalmente, una historia religiosa y mística, de modo que no sorprende que de esta historia divina tuviera que partir su historia política.

El judaísmo nace en Oriente Medio y se asienta en lo que hoy se conoce como Jerusalén este. Es la construcción del Templo de Salomón, del que hoy solo queda el Muro de las Lamentaciones, lo que aglutinó a los judíos hasta el año 70 a.c, momento en que fue destruido por segunda vez.

La destrucción del centro de las plegarias y la consecuente diáspora transformó el judaísmo y a sus creyentes en una religión basada en la lectura de los libros bíblicos más que en el rito religioso. La imagen del templo no fue, sin embargo, olvidada, ni tampoco la ciudad santa donde se situaba, tal y como trasmite Rich Cohen: “the temple of Salomón lingers in Jewish Imagination as the center of the world” (Israel is Real; 2009; pág. 24). El templo, o lo que queda de él, supone la vinculación física, viviente, de una creencia colectiva con su génesis, con su origen y, por lo tanto, con su destino como creyentes del judaísmo y no de ningún otro dogma.

Este territorio comenzó siendo un objetivo necesario, un lugar donde vivir, unirse, crear nación, Gobierno, escuelas. Con el paso de los años, sin embargo, se ha convertido en algo más, se le ha ido otorgando un valor extra-terrenal, místico. Este Santo Grial israelí se ha de mantener y retener a toda costa, una vez conquistado. La tierra ya no es un simple espacio físico. Es el símbolo de un legado religioso, cargado de connotaciones bíblicas, que el pueblo israelí ha mantenido y fortalecido durante siglos y que ahora se convierte en real, palpable. Un legado tan poderoso no podía dejar de afectar a las decisiones políticas y gubernamentales tanto a nivel interno como exterior.

Las acciones destinadas a mantener el territorio tienen sus inicios en un discurso político concreto. Tras la victoria de Israel en la guerra de 1967, Moshe Dayan, el ministro de defensa durante la Guerra de los Seis Días, declaraba:  “We have returned to you Shilo and Anatot (the ancient cities of the Hebrew prophets near Jerusalén) in order never to leave you”. Dayan, que comenzaría su carrera política en el bloque izquierdista de Gurion para acabar siendo ministro de asuntos exteriores en un partido de derechas, incorporaba connotaciones religiosas a unos territorios que, por derecho histórico, parecían pertenecerles.

La propia sociedad marca una filosofía y actitud política concreta o, siguiendo el modelo de Kimmerling, “el Estado no puede ser separado de las identidades y percepciones místicas de la sociedad civil que lo compone” (Between primordial and civil definitions of the collective identity; 2005; pág. 167). La religión es, ante todo, un fenómeno social y, como tal, posee una fuerza, cuanto menos difícil de medir.