Ya somos el olvido que seremos

Siluetas de padre e hijo mirando al horizonte

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA

Lo+social

El pasado 7 de mayo se estrenó “El olvido que seremos”, película dirigida por Fernando Trueba, basada en la novela del mismo título, escrita con valor y ternura por Héctor Abad Faciolince. En esta, el amor por su padre y el trágico desenlace de su vida se convierte en una sobrecogedora historia, argumento perfecto que Fernando Trueba, con su hermano David como guionista, transformaron en lenguaje cinematográfico, fusión de realidad y arte. La película emana del libro, pero adquiere vida propia. El producto final es una muestra de maestría creativa del director y su equipo.

Uno es deudor de la primera lectura que hace de un libro, máxime si la fascinación en el trance le arrebata a una aventura imaginaria o introduce en un mundo del cual solo poseía una información superficial.

Leer esta novela genera emociones derivadas del duelo de la violencia frente a la inocencia, de la pureza frente la tragedia. Estudio y comprensión de fondo, se valora el amor, el cariño y la devoción con la que se presenta a esa entrañable familia “paisa”. El texto, equilibrado y vigoroso, adquiere intensidad ante los problemas sociales que hoy afectan al querido país colombiano, reflejo de las diferencias económicas entre las distintas capas de aquella sociedad.

Publicada en 2006, Héctor Abad Faciolince tardó veinte años en escribir la novela. Durante ese tiempo buscó, ordenó y asignó las palabras más adecuadas para hablarnos de Héctor Abad Gómez, ejemplo de bondad, sabiduría, amor por los demás, de justicia y de alegría. Alguien a quien su hijo recuerda para propiciar la reconciliación, no el ajuste de cuentas ante una muerte arbitraria, brutal e inexplicable, la de un hombre que se empeñó en salvar vidas y perdió la suya a manos de paramilitares en Medellín. Tenía 65 años. La tarde del 25 de agosto de 1987, el autor fue el primero en llegar al lugar donde yacía el cuerpo sin vida de su padre; Cecilia, su madre, llegó tras aquel y los tres quedaron durante horas, fundidos en el abrazo eterno que une la vida con una muerte. En el bolsillo llevaba una lista de amenazados que lo incluía y, copiado a mano, el primer verso del poema de Jorge Luis Borges que explica el título de novela y film. Ambos, con estilo y lenguaje propios, profundizan en la vida de un personaje que amalgama la tragedia y la vocación de redención colombiana.

Desde este cataclismo personal y familiar, el escritor emprende un bello y doloroso viaje hacia la figura de su padre: activista pro Derechos Humanos, promotor de la tolerancia y la educación, profesor universitario, destacado médico fundador de la Escuela Nacional de Salud Pública, donde promovía las cinco Aes: Aire, Agua, Alimento, Abrigo y Afecto.

La novela humaniza y reflexiona el proceso que atraviesan las sociedades donde la muerte se vuelve cotidiana e irracional, como hace años, de forma desgarrada, vivimos en nuestro propio país. En su intento de mitigar un dolor -propio y colectivo-, el autor confeccionó un alegato a favor de la justicia y la razón. Al año de publicarse, lo leyeron Fernando Trueba y su esposa Cristina Huete. A ambos les emocionó y tocó el corazón. “Es un libro que no te deja indiferente”, comentó el oscarizado director. Ante la propuesta de realizar la película, al principio se negó, pero al final aceptó. Producción cien por cien colombiana, solo protagonista, Javier Cámara, y director son españoles.

En un año complejo para la industria del cine, la cinta de Fernando Trueba acaba de llegar a las salas comerciales. Memoria desgarrada con reflexión lúcida y valiente sobre el dolor y el desconcierto ante aquellos sucesos, ¡Tras verla, a uno le dan ganas de ser bueno! El público disfrutará y sufrirá con esta historia sobre un ser humano fuera de serie, en el escenario del drama político padecido en Colombia, en general, y en Medellín en particular. Esta es la filosofía que reflejan las imágenes de Trueba.