La verdad científica en una sociedad polarizada
Javier Cabo Salvador
Doctor en Medicina y Cirugía Cardiovascular. Director de la Cátedra de Gestión Sanitaria y Ciencias de la Salud de la UDIMA. Catedrático en Investigación Biomédica de la UCNE. Miembro de la Academia de Ciencias de New York.
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“Con el tiempo, es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil" (Thomas Mann (1875-1955). Escritor alemán)
Los últimos años vividos han sido años de incertidumbre y difíciles de gestionar, tanto en el campo médico como en el económico, político y social. La pandemia originada por el coronavirus ha acercado a la humanidad, de una manera rápida, inesperada, y brutal, a la enfermedad y a la muerte de muchas personas a nivel mundial. Esta nueva enfermedad COVID-19, de la que inicialmente no se conocía nada, ni su etiología, ni su mecanismo de transmisión, y lo que es peor, se desconocía su tratamiento, originó caos y colapso de los sistemas sanitarios de todos los países, incluso en los más desarrollados, creando ansiedad, angustia y desconfianza entre los integrantes de la sociedad. Las personas estaban divididas, no solo en cuanto a lo que se debía realizar, sino también sobre lo que constituía la realidad social. Predominaba una desinformación generalizada, estando vigentes las teorías de la conspiración y las creencias anticientíficas, fake news, en relación con los tratamientos y las vacunas en muchos casos empleados.
¿Cómo podemos los médicos y científicos hacer nuestro trabajo frente a un público desinformado? ¿Cómo se puede transmitir la verdad científica alejándose de las proclamas políticas?
Partiendo de la premisa de que lo que se conoce y se denomina como verdad está basado en lo que se sabe hasta dicho momento actual, podemos afirmar que la verdad es siempre algo provisional. Se dice que la única verdad que existe es la verdad científica, y que la investigación científica es el único camino para lograr la verdad. Se dice que un conocimiento es verdadero cuando expresa las cosas tal como son en la realidad. Realismo físico o materialismo, bien en su forma mecanicista, o en su forma dialéctica. Pero, en definitiva ¿qué es la verdad? Etimológicamente la palabra verdad deriva de la palabra latina veritās, de la cual derivan también las palabras verità y verité, empleadas en Italia y Francia, respectivamente. Por lo tanto, podemos considerar la verdad como aquello que no se puede negar, que no se puede refutar. En sí, la verdad, es “la coincidencia, de unos hechos manifiestos, descritos y revelados, con la realidad tangible de dichos hechos”, la coincidencia entre una afirmación de algo y los hechos que se afirman. Pero, ¿qué es lo que constituye la verdad? ¿Con qué criterio podemos identificar la verdad y definirla? La palabra “verdad” designa aquello que es firme, estable, digno de confianza, un hecho establecido y veraz. Siguiendo reflexionando: ¿La verdad es un concepto subjetivo u objetivo? ¿La verdad es absoluta o relativa? Como vemos, algo que podría parecer tan sencillo y unívoco como podría ser el concepto de verdad, es algo confuso que ha ido cambiando con diferentes corrientes humanísticas y filosóficas a lo largo de la historia de la humanidad.
A nivel conceptual podemos diferenciar diversos tipos de verdad: la “verdad ontológica”, descrita cuando hablamos de realidades de cosas, lo que las cosas u objetos son en sí mismas (objeto de la Metafísica); la “verdad formal”, cuando hablamos de proposiciones lógicas; y la “verdad epistemológica o semántica”, cuando hablamos de creencias. La verdad científica es el máximo exponente de la verdad “epistemológica”, como conocimiento de la verdad objetiva. Por lo tanto, la verdad científica es aquella que no puede ser simplemente afirmada y debe ser reproducible y cuantificable. La filosofía considera en la actualidad la verdad científica como: “La tendencia que se dirige a un horizonte abierto de experiencia superior a la mera conciencia en un proceso de acercamiento permanente hacia el conocimiento de lo real”. Como vemos la palabra verdad está íntimamente relacionada y vinculada con la palabra realidad pretendiendo expresar una propiedad de la realidad de referencia, como verdad ontológica.
Existen tres orientaciones fundamentales acerca de la verdad: la de origen hebreo, la verdad de estirpe del mundo griego, y la verdad derivada del mundo latino romano. El concepto de la verdad es y ha sido objeto de tema de debate entre filósofos, teólogos y científicos a lo largo de los siglos. En el mundo hebreo la palabra verdad venía derivada de la palabra emuná que significa primariamente “confianza”, “fidelidad”, la verdad considerada como seguridad y confianza. En el mundo griego, la palabra verdad viene derivada de la palabra alétheia, verdad identificada como “realidad”, indicativa de algo “desvelado, sin velos”. Para los griegos, con Platón y Aristóteles como representantes de las grandes corrientes filosóficas orientadas a la búsqueda de la verdad, esta, la verdad, es idéntica a la realidad. Por su parte, los escépticos, sostenían que la verdad o no era accesible a los mortales o tenía una accesibilidad muy limitada. Los epicúreos, oponentes a Platón, creían que todas las percepciones sensoriales eran verdaderas. Los estoicos creían que todo alrededor operaba según una ley de causa y efecto, resultando en una estructura racional del universo, concibiendo la verdad como accesible a partir de impresiones. En el mundo romano la palabra verdad, derivada del latín veritās, era identificada como algo verdadero, “veraz”. El pensamiento romano latino se caracterizó por evitar la especulación pura y la búsqueda del pragmatismo y el eclecticismo, priorizando la filosofía práctica (ética y filosofía política) frente a la filosofía teórica (metafísica, lógica y epistemología).
¿Cuál ha sido la evolución del concepto de verdad científica?
La tradición judía y el cristianismo introducen una dimensión especial de la verdad: la verdad revelada, que es la verdad sostenida por la fe. En la Edad Media el cristianismo se plantea como problema las relaciones entre el conocimiento por la Fe, frente al conocimiento de la razón. Posteriormente, en la filosofía islámica, Avicena (Ibn Sina) definió la verdad de una cosa, como “la propiedad del ser de cada cosa que en ella se ha establecido, la verdadera creencia en la existencia de algo”. Por su parte, la filosofía escolástica definió la verdad como adaequatio intellectus et rei, adecuación entre el entendimiento y la realidad, afirmando Tomás de Aquino, tomando las ideas de Aristóteles, que el conocimiento se da mediante los sentidos y se adquiere por la experiencia. Es decir, “la verdad del intelecto humano se basa en la verdad de las cosas” (verdad ontológica). La filosofía escolástica afirma que “la realidad es el fundamento de la verdad que se encuentra en la mente humana, cuando adquiere el conocimiento de las cosas, primero a través de los sentidos, luego a través del entendimiento y el juicio que hace la razón”. En la Edad Moderna, Descartes altera profundamente la cuestión de la intuición como evidencia de verdad. El hecho fundamental de toda reflexión filosófica moderna parte de la conciencia, puesto que la evidencia primaria y fundamental se constituye en el famoso: “Pienso luego existo” basado en el racionalismo, el dominio de la razón versus la experiencia. Para Descartes el criterio de la verdad es la evidencia y su contenido es la sabiduría como ciencia. Es Descartes quien sienta las bases del racionalismo en el siglo XVII, en contra del empirismo de Aristóteles, en su libro Discurso del método para guiar bien la razón y buscar la verdad en las ciencias, poniendo énfasis en la razón y el intelecto más que en la emoción o la imaginación.
A lo largo del siglo XVI surge el método hipotético inductivo con Bacon, basando la realidad científica en base a unos pasos a seguir como la observación del fenómeno a estudiar, la elaboración de una hipótesis, la deducción de unas consecuencias, la posterior experimentación y la refutación o verificación de la ley promulgada. Bacon aportó a la lógica el método experimental inductivo distinguiendo entre investigación científica y razonamiento lógico.
Posteriormente surge el inductivismo, ciencia consistente en la formulación de hipótesis y leyes obtenidas por inducción a partir de observaciones particulares, con Newton como máximo exponente, en un intento por cimentar la ciencia en la observación y no solamente en la lógica. Newton propone derivar el conocimiento a partir de los hechos de la experiencia. Hechos que posibilitan la producción de teorías, que a su vez son evaluadas dependiendo de las predicciones que se desprenden de ellas y su confirmación. Para Newton la verdad científica no debía tener como única guía los datos de los sentidos. La percepción y la experiencia son los factores que van a permitir deducir las leyes fundamentales del conocimiento científico. Pensamientos que tuvieron gran influencia posterior en los filósofos empiristas, como Hume, quien afirmó que la experiencia es el fundamento de la naturaleza humana. Seguimos y llegamos al realismo crítico de Einstein, y al realismo científico de Schrödinger con sus principios de complementariedad, incertidumbre, superposición cuántica y entrelazamiento.
¿Como establecer la verdad científica en materia de salud en una sociedad polarizada?
Desde el principio de la pandemia, los dirigentes y gobernantes políticos han utilizado, para explicar y justificar las acciones que tomaban en el intento de frenar el contagio del coronavirus, una frase común: “Estamos actuando de acuerdo a la verdad científica y siguiendo los consejos dictados por la ciencia”. Pura demagogia y mentira política. Jana Bacevic, investigadora en la Universidad de Durham, Reino Unido, especializada en políticas públicas, afirma que “La forma en que la ciencia se convierte en políticas públicas depende de cálculos políticos y económicos, así como de los compromisos morales e ideológicos de los políticos, partidos políticos y asesores”. Según Bacevic, los políticos “tienden a favorecer el tipo de ciencia que se alinea con las preferencias que ya tienen preestablecidas”. La forma en que los políticos usan la ciencia es una justificación para directrices políticas específicas o acciones que ya han decidido realizar previamente. En ese sentido, es incorrecto decir que están siguiendo la ciencia, porque eso significaría que la ciencia es la que lidera la actuación, cuando en realidad son los políticos quienes la lideran. Ellos son los que deciden tomar solo determinados tipos de evidencia científica descartando otros. Son los políticos quienes deciden lo que es “su verdad científica”.
Todas las crisis, sobre todo las relacionadas con el mundo de la salud, son un reto para los liderazgos políticos, al tener que gestionar el caos y tener que comunicar a los ciudadanos, datos y actuaciones generando seguridad, confianza y tranquilidad, sin dejar vacíos comunicativos, porque son esos vacíos los que generan percepción de abandono e ineficacia, y degeneran en rechazo y desconfianza de la población. La información debe estar actualizada y ser transparente. La transparencia y el disponer de datos fiables se convierten en un arma comunicativa básica. El mensaje debe ser comunicado por un portavoz con credibilidad, un portavoz no político, cualificado científicamente y que pueda responder a preguntas, y no un mero portavoz político, sin credibilidad y sin reconocimiento científico. Hay que saber gestionar las expectativas. Hay que generar una relación de confianza y preparar a los ciudadanos para lo que se presupone pueda suceder. Las pandemias y las crisis generan miedos e incertidumbre, y en esa situación de emergencia todos los ciudadanos deben estar bien informados y deben colaborar. La colaboración es importante. Como decía Alejandro Magno antes de las grandes batallas: “De la conducta de cada uno depende el destino de todos”.
Paradójicamente, en esta lucha contra el coronavirus, una de las principales defensas frente al virus hubiera sido una buena comunicación, pero su mal uso, como el realizado, fue causante de la infección de miles de personas.
Al inicio de la pandemia irresponsablemente se minimizó su riesgo para la salud. Se explicó que, a pesar del alto potencial de contagio, su impacto sería incluso menor que el de una gripe, y que afectaría a muy pocas personas, principalmente a aquellas con ciertas patologías. Lamentablemente hoy sabemos que no era así. Vivimos en una sociedad líquida, en un mundo hiperconectado, con auge de los populismos y en una época en que la desconfianza en las estructuras políticas e institucionales tradicionales es uno de los rasgos más característicos de la sociedad. Como afirma el Edelman Trust Barometer Spain 2021, en ese año se declara “la bancarrota de la información”. Todo esto aporta un terreno abonado para la difusión de las fake news, dificultando la difusión de una información científica contrastada. La pandemia originó un colapso de los sistemas sanitarios, lo que obligó al confinamiento de más de un tercio de la población mundial. Todo esto añadido al desconocimiento del virus, sus múltiples mutaciones, sus efectos clínicos variados y el desconocimiento de un tratamiento efectivo, fueron un reto para la ciencia que luchaba contrarreloj para encontrar una solución terapéutica adecuada y una vacuna de manera rápida.
Para poder transmitir la verdad científica en una sociedad tan polarizada la multiplicidad de portavoces es algo negativo, originando incertidumbre y desconcierto. Para transmitir la verdad científica en época de crisis se precisa de un portavoz político fiable y creíble, y de un portavoz técnico de prestigio reconocido, que sea percibido como experto por la población. La información que se espera es de una fuente creíble basada en datos, asépticos y fiables. La hipótesis de Sapir-Whorf, teoría lingüística que establece que la estructura de un idioma afecta la forma en que piensan sus hablantes, sugiere que la estructura del lenguaje influye en cómo percibimos e interpretamos la realidad.
El lenguaje de transmisión determina el pensamiento, “determinismo lingüístico”, influyendo posteriormente en el comportamiento. Así, el empleo de metáforas, algo mucho más que una figura literaria, empleadas en la comunicación de esta pandemia por algunos dirigentes políticos (Macron, Merkel), se ha visto cómo acaban moldeando el pensamiento, con un poder simbólico capaz de estructurar lo que pensamos, decimos, sentimos y posteriormente hacemos. El gobierno de España desgraciadamente carece de un dirigente político creíble y ha sido el que ha obtenido la peor nota en la gestión de la crisis según constata un estudio del Institute of Certified Management Accountants (ICMA) de Australia realizado en 50 países. Hasta un 66 % de los encuestados (dos de cada tres) consideró que el gobierno estaba haciendo muy mala gestión de la crisis.
Los gobiernos deben ser más eficaces a la hora de informar al público sobre cuestiones de ciencia y salud. Esto requiere una mejor clarificación de los roles de la ciencia y la política en las decisiones, y los medios por los cuales se establece y actualiza la verdad científica. Dentro de la comunidad científica se argumenta que “debemos sacar la política de la salud pública”. Por su parte, los políticos dicen que “los científicos no son los que deben tomar decisiones de política pública relacionadas con la salud pública u otros temas relativos a la salud”. La realidad es que tanto la ciencia como la política son esenciales para que la salud pública funcione bien. La ciencia y la política tienen roles diferentes y la sociedad necesita comprender cómo se establece y actualiza la verdad científica basada en hechos reproducibles y verificados. Los científicos deben informar a los ciudadanos en temas de salud y enfermedad, y los políticos deben tomar las decisiones más adecuadas y posibles en defensa de la salud pública, en base a los conocimientos científicos. En una sociedad democrática es vital, en beneficio de todos, actuar conjuntamente en base a los conocimientos que proporciona la ciencia.
El método científico debe ser el marco de referencia a la hora de recopilar datos, debatir formulaciones y llegar a entendimientos consensuados de lo que es “verdadero” sobre un asunto en particular. Esta ha sido la base para establecer la verdad científica durante siglos. Pero en los últimos años, tanto líderes políticos, populistas como no populistas, funcionarios poco preparados a nivel científico y sin credibilidad alguna, personajes de los medios de comunicación, e incluso ciudadanos comunes, han proclamado a través de las redes sociales sus propios hechos alternativos invadiéndolas de fake news. Las leyes de la ciencia no pueden ser analíticas, o a priori, ni sintéticas o a posteriori, sino que deben ampliar el conocimiento. La verdad es primordialmente evidencia científica y verdad del conocimiento. Para Husserl, “la evidencia no es otra cosa que la 'vivencia' de la verdad”. Hay que emplear el método científico y sopesar la evidencia y comprometerse con la verdad. Heidegger consideraba que la verdad no es primariamente adecuación del intelecto, adhiriéndose al sentido primitivo griego de la verdad como desvelamiento de la realidad. Nietzsche lo simplificaba afirmando que lo verdadero es todo lo que contribuye a fomentar la vida y falso lo que es un obstáculo para su desarrollo. Sigamos sus principios teniendo en cuenta que la verdad se basa en lo que se sabe hasta ahora, y por lo tanto siempre es provisional. Es probable que sepamos más mañana que hoy, y entonces tendremos que revisar nuestras conclusiones.
Si bien la ciencia y la política tienen funciones separadas, los científicos y los líderes políticos deben trabajar juntos de manera constructiva. Hay que restaurar la confianza en los mensajes relacionados con la ciencia. La verdad metafísica es considerada como inalcanzable, siendo la razón la que construye las verdades, las justifica y las hace reales. El adoptar el método científico proporciona tres grandes ventajas: aporta conocimiento, distinguiendo la realidad de lo falso. Aporta libertad, potenciando el empoderamiento y la autonomía a nivel del ciudadano. Y potencia la concordia y la conciliación social.