El cesante

Carlos Díaz Marquina
Abogado.
Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por el CEF.
Miembro de la ACEF.

El cesante
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Removiendo entre los recuerdos de las lecturas de mis tiempos de colegio, me encuentro con un excelente libro de  Benito Pérez Galdós: Miau. Su protagonista era cesante, término muy popular, por frecuente, durante la Restauración. En nuestros tiempos, vuelve a tomar cuerpo cada vez que se produce un cambio en el partido que gobierna, ya sea en el Estado, las Comunidades Autónomas o los Ayuntamientos.

Durante las semanas posteriores al cambio de gobierno, el BOE se pobló de ceses y nombramientos que llenaban sus páginas a falta de leyes y reglamentos, que vendrían después. Como diría Julio Iglesias (y otros filósofos), unos que vienen y otros que se van.

Muchos de esos ceses y nombramientos quedaron en relativo anonimato salvo para los entusiastas lectores de esa sección del BOE, entre los que no me cuento. Más populares son los que aparecen en los periódicos y telediarios por su mayor impacto social.

Conversando con una amiga, me relataba con cierta indignación el cese de cierto artista y su sustitución por quien fue, a su vez, sustituido en el anterior reparto de puestos, jerarquías y distinciones que aparejaban sustanciosos sueldos, dietas y prebendas. No le faltaba razón porque el artista en cuestión era una primera figura en su gremio. A los pocos días fue nombrado para un puesto en el extranjero. Otra amiga, directora general con el gobierno saliente, aceptaba su cese con deportividad y preparaba su desembarco en el ministerio de donde había salido, previo viaje para reponer fuerzas antes de sus nuevas funciones. Con las nuevas normas aprobadas por el gobierno, las cesantías van a ser más duras porque ya no irán acompañadas de jugosas bufandas. Dicen que quien a hierro mata a hierro muere, lo cual sería de plena aplicación en este caso. Si el mayor reclamo para un nombramiento fue la filiación política, la caída también responderá a estas razones.

Que prime la filiación sobre el talento como mérito es una aberración

En la Universidad, en derecho constitucional, nos explicaban la "institución del botín”. Quien ganaba las elecciones tenía derecho a nombrar un sinfín de cargos entre sus leales. Me asombré, allá por principios de los 80, de que en Estados Unidos el cambio del presidente suponía la movilización de varios millones de funcionarios. Ingenuo de mí, consideré que eso no era posible en nuestro país.

Que los puestos de confianza deben ser cubiertos por quienes están cerca de los planteamientos de la dirección es algo lógico: puestos de libre designación. Que prime la filiación sobre el talento como mérito es una aberración. Máxime cuando se extiende peligrosamente hacia los niveles inferiores y abarca, con sus tentáculos de nepotismo, hasta donde puede resultar ridículo. Que para ser bedel (si es que aun existe esta figura) se necesite carnet de un partido es tremendo.
 
La cesantía parecía superada en los nuevos tiempos de pluralidad que abría la Constitución de 1978. Sin embargo, los datos nos trasladan a los tiempos del Conde de Romanones, famoso por sus caravanas de paisanos de Guadalajara que se acomodaban en el funcionariado de Madrid cada vez que tenía mando en el gobierno.

La estabilidad que exige la administración para un buen funcionamiento del país queda en entredicho y la salud del sector público afectada. ¿Habrá voluntad política para terminar con esta mala práctica?