Los arqueros de la investigación aplicada

Diana en un árbol y una flecha acercándose

Álvaro de Diego
Director del Programa de Doctorado en Derecho y Sociedad de la UDIMA.

Investigación

A Diógenes de Sinope (s. IV a.C.) se le apodó "el Perro" por la desfachatez con que desafió las convenciones sociales. Habitaba una tinaja de barro y ejercía la mendicidad atravesando el ágora como un chucho callejero. No obstante, este "Sócrates enloquecido" daba en ocasiones medida de su genio. Una vez se sentó delante de la diana cuando un soldado de nefasta puntería estaba a punto de disparar su flecha. "Para que no me aciertes", replicó al atónito arquero.

Habitualmente se les ha reprochado a los investigadores españoles el carácter abstracto y poco práctico de sus estudios. Frente a un modelo de ciencia aplicada, que de inmediato despierta la atención (y atrae la financiación) de empresas privadas y grupos de interés, nuestro país se habría inclinado por la investigación básica, que pone a prueba teorías e hipótesis interesantes, pero más bien abstractas y que requieren un desarrollo práctico posterior. En otras palabras, que no resuelven problemas inmediatos. Como el saetero de Diógenes, el grueso de nuestros académicos colocaría sus flechas en todas partes, salvo en la diana de lo que en realidad interesa a los emprendedores, a los creadores de riqueza y a la sociedad, en su conjunto.

El real decreto que regula los estudios de Doctorado en España califica a los doctores como actores principales en el cambio del modelo productivo hacia una economía sostenible. Su papel se hace imprescindible "en todas las instituciones implicadas en la innovación y la investigación". De ahí la necesidad de que los programas de posgrado absorban el talento profesional y lo multipliquen mediante la transferencia de nuevo conocimiento a la sociedad. Funcionarios, economistas, directivos, abogados, ingenieros o periodistas están en condiciones de acometer tesis doctorales con propuestas prácticas para sus puestos laborales y empresas. Quizá sea esta una forma adecuada de revertir la alarmante pérdida de vocaciones científicas que registra Occidente cuando la población muestra un creciente desapego hacia los avances de la ciencia y la tecnología que ya están determinando nuestro futuro.

En los últimos años he tenido el privilegio de dirigir un Programa de Doctorado con notable participación de estudiantes procedentes del mundo profesional. Sin duda, me han aportado el gratificante estímulo de nuevos temas de estudio y originales enfoques de investigación, así como soluciones para la sociedad decantadas por el tamiz del rigor, la exhaustividad y el sosiego analítico que son privativos de la vida académica. Es así que han facilitado, entre otras, propuestas concretas para la protección jurídica de los militares españoles desplegados en operaciones internacionales, el establecimiento permanente de empresas en la era digital, la erradicación de la discriminación por obesidad o la correcta regulación de la actividad cinegética para la mejor conservación medioambiental.

Estas investigaciones obtienen beneficios económicos, sociales o políticos para el conjunto de los ciudadanos. Y lejos de una concepción escuetamente utilitarista de la ciencia, sus autores comparten con quienes se entregan a la investigación básica, similar pasión por la verdad y el avance del saber. Como escribió Hayek, todo puede ser intentado cuando se hace libre uso del nuevo conocimiento; y, sobre todo, cuando surge quien es capaz de sostenerlo a su propio riesgo. Los nuevos protagonistas de la investigación aplicada no tienen nada que ver con "los monótonos profesores de una ciencia deprimente" a los que repudió Carlyle. Son los atinados arqueros de la ciencia que hoy demanda nuestro tiempo.