Castañas asadas
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Es viernes 16 de diciembre. Son las nueve de la mañana y apenas entra luz por la ventana. La mañana está triste por los oscuros nubarrones que cubren el cielo. Raquel alarga su café matutino mientras está caliente. De esta forma puede mitigar el frío. Tras una ducha caliente se dispone a salir a realizar unas compras. Debe recoger unos encargos antes de incorporarse a su trabajo en un hogar de personas mayores sin recursos, en turno de tarde. Sus compañeras del turno de mañana ya han comenzado con los preparativos y adornos navideños. La mañana está fría pero las calles concurridas. Raquel pasa por delante de un puesto de castañas asadas. Compra una docena en un cucurucho de papel para poder mantener el estómago y las manos calientes mientras termina sus compras. Las guirnaldas adornan escaparates y tiendas. Las calles se ven engalanadas anunciando los festejos.
Son las tres y Raquel llega apurada a coger el relevo. Quedan pocos ancianos en el hogar, pues muchos se han ido con sus familias a pasar las fiestas. Pero los que quedan son aquellos sin nadie, sin otra familia que los trabajadores del hogar donde residen. Los pasillos y salones ya van cogiendo luz y color. Ya han montado el gran abeto a la entrada del centro. Ahora solo queda adornarlo. Antes de comenzar su turno, todos los compañeros dedican unos minutos a organizar los turnos de los días festivos. A Raquel le toca trabajar la tarde del día 24, Nochebuena. No le importa pues nadie la espera en casa y ella tampoco tiene a nadie con quien cenar.
Amanece el día de Nochebuena. Ha sido una semana afanada. Raquel percibe una sensación cálida en su pecho, posiblemente como consecuencia de la sensación del trabajo bien hecho. Esa noche, en lugar de cenar sopa fría en su desangelado apartamento, servirá una cena especial a los ancianos que atiende a diario.
La tarde transcurre alegre, con el sonido de los villancicos de fondo, las luces tintineantes del árbol y los adornos, y el olor a fruta escarchada, turrón y mazapán. Los ancianos se muestran especialmente alegres durante todo el día. Ya no recuerdan sus dolores ni su soledad. Algunos cantan, otros solo escuchan o dan palmas. Los más atrevidos se animan a tocar la pandereta o la zambomba. La cena resulta más larga de lo habitual. Entrantes, consomé, asado, postre y dulces. Tras la cena, Raquel se queda un rato más para acompañarlos en la sobremesa. Al fin y al cabo, nadie la espera en casa.
Raquel no abandona el centro hasta que los ancianos quedan acostados en sus camas. Ya son más de las once pero Raquel no se va directa a su casa. Da un rodeo hasta una capilla cercana. Le apetece escuchar la misa del Gallo. Quiere dar gracias. Esta noche ha tenido una familia con quien compartir. Los ancianos han sido hoy su familia, de la misma manera que ella ha sido familia para ellos.
María San José Martín