Lo que la era covid nos ha obligado a arraigar: comunicación digital

Teletrabajo

Claudia Llavona
Analista y estudiante del Grado en Economía en la UDIMA

Psicología

¿Es la clave en la que las empresas deberían poner el foco?

La pandemia nos ha obligado a adoptar y adaptar nuevas formas de vivir en nuestra vida personal y profesional, que a pesar de llamarlo “nueva normalidad”, en nada se acerca a lo que conocíamos como normalidad.

Me gustará orientar mi reflexión hacia un paradigma que posiblemente haya llegado para quedarse: la descentralización real de las empresas y los trabajadores. Con descentralización no me refiero al traslado de una empresa del centro de la capital a la periferia, sino a los miles de pueblos por el país en peligro de desaparecer.

Llevamos meses comunicándonos con nuestros familiares, amigos, compañeros o clientes a través de llamadas y videollamadas, e incluso con estas herramientas digitales el contacto social de una persona ha descendido considerablemente.

Por todos es sabido que en las grandes ciudades y/o capitales, ir a la oficina puede llevarte una media de entre 45 min y 2h de desplazamiento diario -eso si tienes suerte y no coges un atasco por lluvia, accidente o cualquier otro imprevisto-. Esto genera estrés en nuestra mente y en nuestro cuerpo, por ello, algunas empresas en un intento de facilitar la conciliación a sus trabajadores y tras la obligación de más de seis meses teletrabajando desde casa, empiezan a establecer políticas flexibles de teletrabajo que complementen la asistencia a la oficina.

Sin embargo, en muy pocos casos dan la vuelta a la situación y establecen el teletrabajo como normalidad e ir a la oficina como algo puntual. ¿Por qué?

La digitalización en las empresas es un hecho presente cada vez mayor. Hoy en día un trabajador puede tener acceso a los recursos necesarios para su desempeño sea cual sea su lugar de trabajo. Puedes vivir en Kuala Lumpur o en un pueblo recóndito de Asturias, el acceso a los archivos y los recursos compartidos es una realidad. ¿Por qué entonces se continúa percibiendo esta reticencia al teletrabajo?

Sentimiento de pertenencia: eso que las personas creamos cuando pertenecemos a un grupo social derivado de emociones agradables o positivas. Los seres humanos somos sociales por naturaleza, y las costumbres y hábitos adquiridos nos hacen ver la aparente necesidad de ir a la oficina para crear lazos con nuestros compañeros. Y hasta aquí todo es cierto, el índice de rotación de muchas empresas se ve afectado por el bajo grado del sentimiento de pertenencia que experimentan sus trabajadores. Algunos estaréis pensando “con un buen sueldo retienes”, esto hoy en día está demostrado que no es así. No me gusta el fútbol, pero ya visteis el caso de Messi, no todo es el salario.

¿Qué ocurre pues con este sentimiento de pertenencia cuando teletrabajas? Cuando trabajamos en casa podemos perder comunicación, contacto social, cercanía, etc.

Hasta aquí nada nuevo, sin embargo, un reciente estudio muestra que nuestro cerebro es capaz de aprender a generar respuestas emocionales culturales. Así se revela en una investigación publicada en la revista Social Neuroscience, en la que a través de un estudio con emoticonos se vio que nuestro cerebro es capaz de dar una respuesta emocional cuando vemos emoticonos como si de una cara real se tratase. En el mismo, se afirma que nuestro cerebro podría desencadenar esta respuesta que, lejos de ser innata, es algo que aprende como respuesta cultural.

Por tanto, si nuestro cerebro es capaz de aprender respuestas culturales ¿no será capaz de crear una emoción que genere un sentimiento de pertenencia fomentado por una buena comunicación interna? ¿Qué pasaría si esto ocurriese y qué hay detrás de esto?

Sabemos que no hay fórmulas mágicas ni todo es tan sencillo como se dice, pero apostar por el teletrabajo con un fuerte enfoque en la comunicación interna digitalizada podría ser la puerta de entrada a la descentralización real de los trabajadores. La repartición de la economía en diferentes puntos del país y el resurgimiento de pueblos abandonados y, sobre todo, un cambio en el estilo de vida de los ciudadanos de grandes urbes. Pero todo esto conlleva un gran trabajo y esfuerzo de las empresas y los trabajadores que a veces se paraliza por el miedo, una respuesta que, en muchas ocasiones, sí es innata.