El decálogo de la lucha antiyihadista
Félix Mª Aguado Carrero
Director del Departamento Financiero, Afianza Asesores y Consultores
Máster en Dirección Económico Financiera por el CEF.-
Profesor del CEF.-
Robvl. Rgbstock
Aún estamos impresionados e indignados por lo sucedido a nuestro compatriota Ignacio Echeverría durante los atentados de Londres del pasado 3 de junio, cuando en un acto heroico, en defensa de una mujer agredida por los terroristas, fue salvajemente asesinado por estos. Su sacrificio, además de generar en todas las personas de buena voluntad un sentimiento de agradecimiento, pues seguramente con su acción salvó muchas otras vidas, nos devuelve la esperanza de que hay personas en nuestra sociedad cuya jerarquía de valores les impulsa a ayudar a sus semejantes en momentos de grave peligro, incluso hasta el límite de la entrega de su propia vida.
Esta memoria y homenaje a Ignacio, que se nos ha muerto un poco a todos durante los días de intensa y angustiosa espera de noticias sobre su estado, no justifica para nada:
- Los fallos de inteligencia de las fuerzas de seguridad británicas, que teniendo “fichados” a dos de los terroristas, no fueron capaces de detenerlos antes de que causaran el último magnicidio de Londres. También se ha puesto de manifiesto la falta de coordinación entre los servicios de inteligencia de los diferentes países, en particular en este caso de Italia y Reino Unido.
- La falta de sensibilidad de las autoridades del Reino Unido con los familiares de las seis víctimas desaparecidas, familiares que son también víctimas del atentado, y que han vivido unas jornadas terribles ante la ausencia de certezas sobre el estado de sus seres queridos. El secretismo se ha justificado en el seguimiento de un protocolo, que lógicamente si maltrata a las personas debe ser modificado, pues además la ausencia de transparencia genera dudas bastante espurias sobre los motivos últimos de dicha gestión, ya sea dejar pasar la jornada electoral del 8 de junio, o incluso ocultar algún tipo de “fuego amigo” como causa última del fallecimiento de alguna víctima.
No es cierta la dicotomía entre seguridad y libertad, ya que sin seguridad obviamente no se puede disfrutar de libertad
En cualquier caso, el yihadismo nos plantea, como estados, sociedades y comunidad internacional, un reto tremendo, seguramente el más importante desde la Segunda Guerra Mundial, desde el punto de vista del mantenimiento de las libertades y el way of life de nuestra civilización occidental.
Estamos ante una carrera de fondo, que va más allá del incremento de las fuerzas de inteligencia y seguridad de los países, y esta lucha debería basarse en una serie de aspectos, que he tratado de sistematizar en el siguiente decálogo:
1) Seguramente el problema no es tanto el número de efectivos de las fuerzas de seguridad país por país, sino los efectivos totales y a la coordinación eficaz de los mismos.
2) La amenaza es de tal trascendencia que justifica la participación de las fuerzas armadas de los países, tanto en acciones defensivas como en acciones ofensivas en los territorios de origen de los grupos yihadistas, en particular el DAESH. El papel de la OTAN al respecto debería ser activo, y ni siquiera está planteado aún.
3) No es cierta la dicotomía entre seguridad y libertad, ya que sin seguridad obviamente no se puede disfrutar de libertad.
4) Hay que preservar los derechos humanos fundamentales en la lucha contra el fenómeno yihadista, ya que precisamente lo que nos otorga una superioridad moral sobre el terrorismo es el ser estados de derecho. La tutela judicial efectiva es esencial.
5) El punto anterior debería ser compatible con la restricción, o incluso prohibición, siempre de forma temporal, de derechos no fundamentales, que puedan ayudar a las fuerzas de seguridad a controlar y prevenir los actos terroristas (como el de reunión o manifestación). Ojo, no se pueden convertir en estructurales situaciones excepcionales de limitación de derechos.
6) Es fundamental el control de Internet, que es utilizado como fuente de reclutamiento, comunicación, propaganda y formación por parte de las organizaciones yihadistas.
7) Existe un problema de integración de las minorías musulmanas en los países de Europa. De hecho, la casi totalidad de terroristas desde 2004 hasta hoy han sido residentes en segunda o tercera generación en los países occidentales. Esto se combate desde medidas sociales y educativas, y evitando los guetos sociales y residenciales.
8) En relación con el punto anterior, no se pueden asimilar de forma simple refugiados e inmigración económica procedentes de los países de mayoría islámica con terrorismo yihadista, aunque sí parece lógico y razonable el establecimiento de algunos controles en la inmigración procedente de estos países, a efectos de evitar la infiltración sencilla de elementos terroristas.
9) Debemos atacar el terrorismo yihadista en el origen, desmantelando militarmente el DAESH y las bases de otros grupos terroristas radicales, como Boko Haram, Hezbollah, Al Qaeda, etc. Igualmente, hay que estrangular sus fuentes internacionales de financiación (como la compra de petróleo, por ejemplo), así como cortar de raíz la venta de armas a estos grupos o a los estados que les puedan dar cobertura.
10) Por último, los derechos humanos, sustentados en la Carta de Naciones Unidas, son una exigencia irrenunciable para todos los países del mundo que pertenezcan a dicha organización, por lo que no podemos continuar desde Occidente con el “fariseísmo” de mirar para otro lado cuando se vulneran dichos derechos en países islámicos, justificando dicha permisividad en alianzas geopolíticas o económicas con dichos estados no democráticos.
Como podemos ver, se trata de medidas de amplio calado y largo plazo, que requieren un nivel de voluntad política y coordinación internacional muy superior al que se está desplegando en estos momentos. Pero creo que es una exigencia irrenunciable de los pueblos libres de Occidente hacia sus gobernantes, que deberán hacer gala de una generosidad, amplitud de miras y visión de estado y global por encima de lo ordinario.
Ignacio Echeverría y todas las miles de víctimas del yihadismo internacional desde el 11-S hasta hoy en día no se merecen menos. La respuesta valiente, coordinada y generosa de todos para terminar con esta lacra del siglo XXI es el mejor homenaje que podemos hacerles, y la garantía de que su sacrificio no haya sido en vano.
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