Don Benito

Estatua Don Benito

Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA

Literatura

“Con sus libros honró a su patria, con su vida se honró a sí mismo”

Bando de la Alcaldía de Madrid del 5 de enero de 1920

Hermético, retraído y silencioso, hay que llegar a él a través de muchos de sus personajes novelescos, similares a su persona o personas allegadas que admiraba o despreciaba. Nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843, en el seno de una familia indiana con propiedades en Cuba. «Mi infancia carece de interés», afirmó. En 1862 llegó a Madrid para estudiar Derecho, pero más que las aulas, frecuentaba las coloristas callejas de la capital, las redacciones de revolucionarios periódicos y las tertulias en el Ateneo y en el Café Oriental. Allí eran famosas las pajaritas de papel que regalaba a «las señoritas de amor mercenario», lo que le valió el apodo de «el chico de las putas». Calificado de mujeriego, entre sus numerosas «relaciones amorosas», destaca la tenida con Doña Emilia Pardo Bazán.

«Madrid era un infierno», recogió en sus primeras crónicas periodísticas. Desde su pensión en la calle del Olivo, cerca de la Puerta del Sol, presenciaba las algaradas revolucionarias de estudiantes, como la célebre Noche de San Daniel, o de militares, como la sublevación de los sargentos del Cuartel de San Gil, ambas severamente reprimidas y castigadas con fusilamientos. Visita en París la Exposición Universal de 1867. Quedó impresionado por la literatura de Balzac, que junto a Dickens, centra sus referencias literarias. Su primera novela  La Fontana de Oro, publicada en 1870, fue un éxito. Alternó sus artículos de política en La Revista de España y en El Debate, con la escritura de Los Episodios Nacionales.

En 1873 se publicó el primer tomo, Trafalgar. Aquellos narran los convulsos tiempos que vive el país. Allí aparecen la masonería, los contubernios del 20 al 23, la reacción y el comienzo de las guerras carlistas.

Con partidarios y detractores, vivía un gran momento literario y teatral. Tras un primer intento, en enero de 1889, de acceder a la Real Academia Española, finalmente es elegido por unanimidad en abril. Galdós accede a las Cortes como representante de la colonia en Puerto Rico. Al principio de forma pasiva, pero al observar «la muchedumbre desvalida y trabajadora» decide participar activamente en política. En las elecciones de abril de 1907, dentro del Partido Republicano, gana un escaño. En agosto de 1909 redacta «Manifiesto al pueblo español» y crea la Conjunción Republicano-Socialista junto a Pablo Iglesias. Se integra en el Partido Reformista, y en marzo de 1914 consigue su cuarta y última acta, en la candidatura republicana por Las Palmas.

Su anticlericalismo, junto a la envidia que le persiguió durante toda su vida, evitaron que consiguiera un merecido Premio Nobel de Literatura. El de 1914 quedó desierto y el de 1915 no le fue concedido por presiones recibidas desde estamentos clericales.

Su progresiva pérdida de visión le obliga a dictar sus últimas obras. Arruinado y acuciado por sus acreedores, hipoteca su casa de Santander, San Quintín, frente a la playa del Sardinero. Amargado por no poder cumplir los compromisos asumidos con nuevas y viejas amantes, sin embargo, no reduce su costoso tren de vida, con secretarios, gobernanta, cocinera, doncellas, mozo y cochero. Su última pieza teatral, Santa Juana de Castilla, es estrenada por Margarita Xirgu en el Teatro de la Princesa el 8 de mayo de 1918. En ella se refleja su soledad y abandono. Sus amigos abrieron una suscripción, encabezada por Alfonso XIII, con quien tenía buena relación personal, para eregirle un monumento que fue esculpido por Victorio Macho en el parque de El Retiro. Ciego e inválido, un frío día de enero de 1919, lo inaugura. Levantado a pulso, palpa su rostro, nariz aguileña, recio bigote y unos ojos de piedra, de los suyos brota una lágrima.

Un año después, en la madrugada del 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdos moría en su casa de la calle de Hilarión Eslava de Madrid. Tenía 76 años. A su lado estaba María, su única hija. La capilla ardiente fue instalada en el Patio de Cristales del Ayuntamiento de Madrid. Desde allí, 30.000 personas acompañaron el féretro hasta el cementerio de la Almudena. Obreros y menesterosos empujaron a los escasos representantes oficiales para colocarse tras la carroza fúnebre. A estas personas anónimas, Galdós se había aproximado a lo largo de su vida sin importarle clase o condición, realidad de la que extrajo varios de los párrafos más extraordinarios de su obra