Los dos lados de Berlín
Alberto Orellana
Redactor de Comunicación del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.
Ocio y cultura
La certeza de no ver una montaña en ninguna dirección. Todo planicie y un robusto verde alrededor casi hasta el horizonte. Inmensa y llana, Berlín pronto obliga a sumergirse en su imbricado sistema de transporte público para recorrerla: tren largo, corto, metro, tranvía, autobús… Una vez en su epicentro, Alexanderplatz, puedes servirte además de los diversos sistemas alternativos de toda urbe cosmopolita que se precie. Desde patines hasta "taxiciclos" turísticos (motorizados o no) pasando por la bicicleta, que reina sin lugar a dudas. Su inserción en la vida berlinesa es tal que a veces conviene tener más ojo con los "oficiclistas" que con el tráfico a motor antes de poner un pie en el asfalto.
Podría decirse que Berlín sufre una versión propia de la misma mutación que aqueja a otras grandes capitales europeas. Una prolífica y variada historia reciente, pujando por mantenerse al cambio de una creciente y todavía más diversa población. Aquí los rascacielos no abundan -salvo la Torre de la Televisión- pero sí se entremezclan los edificios más modernos con los abundantes recuerdos de siglos pasados. Igualmente quedan expuestos los grandes "cajones" de viviendas de la zona comunista frente a sus homólogos occidentales. Los hay incluso en su estado original tras la caída del muro, como cárceles abandonadas en algunas de las más céntricas avenidas. Silenciosos pero muy visibles recuerdos de un pasado más oscuro.
Resalta esa capacidad casi auténticamente germana de disponer de espacios amplios y lograr no abarrotarlos. Hay calma hasta detrás del punto más neurálgico. Solamente la Under der Linden, que vertebra la ciudad hasta la Puerta de Brandemburgo, logra aproximarse al bullicio más típicamente madrileño (debido al plan de remodelación urbanística del país). Los múltiples parques y zonas de esparcimiento son casi una veneración para una población que hace del picnic una actividad más de la ciudad. Sin necesidad de huir a los muchos kilómetros cuadrados de lagos y reservas rurales de que disponen.
Berlín tiene un centro histórico y cultural que se hace fuerte en la Isla de los Museos, rodeada por el Spree que baña la capital, y hasta el Parlamento (Bundestag). En este pequeño islote formado por el paso del afluente berlinés se concentran algunos exponentes de la arquitectura neoclásica del siglo XIX, como el Neues y el Altes Museum (museos Nuevo y Antiguo). Estos contrastan con el estilo de la Catedral (Berliner Dom) y la Antigua Galería Nacional (de corte romano), en la cara este de la isla, junto a uno de los puentes peatonales más famosos, el de Friedrichs.
Otro exponente con un pasado implacable, como su construcción, es el Detlev-Rohwedder-Haus. El actual Ministerio de Hacienda es uno de los pocos trazos arquitectónicos del nazismo que han sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial. El ataque de la maquinaria rusa parece que se olvidó del que hoy es uno de los mayores nidos de oficinas de la ciudad, por aquel entonces sede del Ministerio del Aire del Reich.
Elementos tan dispares como el olor a currywurst y la silueta del muro aparecen para guiar y desorientar al turista. El recorrido está espolvoreado por constantes guiños al quebrantado pasado de sus habitantes (Check Point Charlie o el monumento al Holocausto). Y se esparce, milimétricamente medido, en comunión con el arte urbano de sus rincones hasta el East Side Gallery. Uno de los puntos más coloridos y originales de esta ciudad, que atrae tanto por su aspecto exterior como por su pasado intramuros.