Formas de vida en el arte parietal
Carlos Bonilla García
Graduado en Historia. Máster en Formación del Profesorado de Educación Secundaria en la Especialidad de Geografía e Historia por la UDIMA.
Ocio y cultura
El nexo que asociaba la vida del hombre del Paleolítico superior a la manera en que este tenía de mostrar su mundo en las paredes de una cueva pudo ser más que evidente. El ser humano de entonces estaba sujeto al nomadismo. Las estaciones del año o los recursos materiales y animales eran firmes condicionantes para establecerse en un lugar concreto y por un tiempo determinado. El espacio geográfico era todavía demasiado indómito. No obstante, la evolución tecnológica de la industria lítica, junto con la capacidad de adaptación al medio, ha demostrado que no fue este un periodo de letargo cognitivo para aquellas mentes. El conocimiento se transmitía y también se transformaba en cada lapso de tiempo en donde emergía la revolución tecnológica, acotada por dilatados paradigmas. Todo ello en una economía basada en la recolección y la caza.
Las figuras reproducidas fuera de las áreas de estancia, a veces en zonas de difícil acceso y en donde se precisaba de luz artificial para su observación, sugieren el haber sido concebidas para proyectar la ideología de un conjunto de individuos. Los símbolos sintetizaban todo aquello que podía identificar a un colectivo. Por lo tanto, durante 25.000 años, el arte parietal ha demostrado la necesidad vital que tenían aquellas personas de pertenecer a su comunidad. Muchas de estas representaciones responden más a iconos para la veneración y el ritualismo que no a escenas o comportamientos sociales que muestren actividad alguna. Hay una gran variedad de ejemplos en nuestro país, como la impronta de manos en la cueva de El Castillo, las vulvas de la cueva de Tito Bustillo o la yegua preñada de la cueva de La Pileta.
Desde las últimas décadas del siglo XIX hasta la actualidad, las hipótesis y valoraciones sobre el significado del arte rupestre han sido cuantiosas, pero no han legado un análisis definitivo. El tótem entra dentro de las posibles explicaciones de ese imaginario, en el supuesto caso de que aquellos grupos del Paleolítico hubieran tenido la necesidad de comprender la causa de su origen o el sentido de su existencia. Los rituales encajan perfectamente en esta suerte de consideraciones y la figura del chamán, sometido a un estado alterado de conciencia, se hace entonces imprescindible. No quedan exentos de estos ceremoniales el interés por la fecundidad, la caza, la iniciación a la edad adulta o la muerte.
La era geológica del Cuaternario se divide entre el Pleistoceno y el Holoceno. Esta última etapa comenzó hace unos 12.000 años B.P., con un importante cambio climático que afectó a la flora y a la fauna de manera notable. Los grupos humanos modificaron sus formas de vida tras un periodo de transición cultural en dos grandes contextos, el Epipaleolítico y el Mesolítico, hasta concluir en el Neolítico, que se inició en la Península Ibérica a inicios del VI milenio a.C. La revolución neolítica causó una transformación social de considerable naturaleza. La aparición de la ganadería y la agricultura, junto con una nueva industria lítica o la fabricación de la cerámica, comportó un nuevo tipo de economía que permitió la forma de vida sedentaria y el progresivo aumento demográfico. Aquellas comunidades, debido a su nivel de complejidad, precisaron nuevas respuestas, nuevos modos de interacción entre los individuos; otras formas de entender la vida y otras formas de expresarla. Las pinturas representadas en aquellos lienzos de piedra son una pequeña muestra del pensamiento de los hombres que comenzaron a transformar el medio natural.
Una de las tipologías de arte pospaleolítico que mejor nos acerca a comprender ciertas conductas de las sociedades de entonces es el arte levantino. Sus características son bien distintas a modelos anteriores. Las facies levantinas las encontramos en provincias del litoral mediterráneo español, en zonas del interior de Andalucía y Cataluña e incluso en las comunidades de Aragón y Castilla-La Mancha. La mayoría están expuestas en abrigos, con lo que el acceso a esos paneles ya no entrañaba ninguna dificultad y la luz artificial dejó de ser necesaria para su realización y contemplación.¿Son estos unos indicadores de que el objeto de representación había cambiado?, ¿siguió ocupando el chamán y su ritual el mismo prestigio social? En cualquiera de los casos, no podemos descartar ningún aspecto socio-cultural del Pleistoceno, aunque estos conjuntos narrativos parecen comunicar el desarrollo de algunas actividades como la caza, la guerra o la celebración de cultos o ceremonias. En La Roca dels Moros, se observa a un grupo de mujeres danzando en torno a la figura de un hombre que muestra su sexo. En la escena de combate de El Cingle de la Gasulla, se escenifica a un grupo en acto beligerante, tal vez por el dominio del territorio. Un testimonio más de cómo el resultado del sedentarismo cambió radicalmente la relación entre el ser humano y el espacio que habitaba.