Generaciones y crisis (y viceversa)
Mariano Urraco
Sociólogo. Antropólogo. Profesor del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.
Sociología
Resulta bastante habitual encontrar en los medios de comunicación etiquetas que, periódicamente, vendrían a informarnos del “descubrimiento” de una nueva generación de personas, caracterizadas como si de una especie animal diferente se tratase. Con más o menos originalidad, vemos cómo se suceden términos que pretenden certificar el nacimiento de nuevos colectivos generacionales, supuestamente distintos (o muy distintos) a los precedentes en cuanto a sus formas de vida, mentalidades, hábitos de consumo, visiones del mundo, etc.
Quizás el último de estos rótulos que ha hecho camino en la competitiva jungla mediática, permeando en el vocabulario colectivo, sea el de “pandemials”. Pero la profusión con la que aparecen (y desaparecen) estas etiquetas seguramente pronto deje atrás este “hito histórico” en pos de otras caracterizaciones alternativas. ¿Entonces cada vez que cambia la etiqueta es porque ha cambiado el panorama social hasta el punto de hacer emerger una nueva generación, un nuevo “tipo humano”? En absoluto. Quienes nos dedicamos a la sociología denunciamos siempre el abuso que se realiza de una noción que, para nosotros, lleva colgado un cartel de “manejar con precaución”, como es la de “generación”.
En Sociología, una generación no se define por la mera pertenencia a un grupo de edad (por haber nacido el mismo año, como si de un horóscopo se tratase), por cuanto es un exceso de simplificación (nada inocente, por lo demás) homogeneizar bajo una misma etiqueta al joven obrero que trabaja en una fábrica y al hijo del dueño de la fábrica, por más que en sus carnés de identidad aparezca la misma fecha de nacimiento. Para nosotros, desde la obra clásica de Karl Mannheim, el surgimiento de una generación está siempre asociado a un hito histórico ciertamente crítico, en el sentido de marcar una época y quedar como huella en los individuos que, en ese momento histórico concreto, se encuentran en un momento clave de su proceso de desarrollo vital. ¿Acaso la pandemia no es un acontecimiento que marque un hito en el devenir de nuestra sociedad? Por supuesto que sí: seguramente en el futuro podremos calibrar los efectos, en términos de configuración de una verdadera “generación”, que ha tenido esta crisis (“pandemials”, o el nombre que le queramos dar, será uno de los pocos nombres que realmente pervivan y hagan referencia a algo real), pero no debemos caer en la tentación de intentar conectar el surgimiento de una nueva generación con el lanzamiento del último modelo de móvil o con el (siempre debidamente exagerado) cambio en las formas de ocio de determinados colectivos juveniles.
Aclarado este punto, cabe rastrear, entonces, cuántas generaciones han existido en nuestra sociedad en el último siglo (por poner, arbitrariamente, un límite temporal), ejercicio al que se han entregado distintos colegas a lo largo de la historia de nuestra disciplina. Siguiendo la reflexión de Mannheim, ese rastreo habrá de centrarse en identificar los hitos históricos, aquellos momentos suficientemente traumáticos como para cambiar la forma en la que los individuos entienden el mundo y se proponen transformarlo (o transformarse ellos para adaptarse a las nuevas circunstancias). Nótese que Mannheim, y con él toda la tradición sociológica posterior, señalaba ese primer elemento (la crisis) como desencadenante, pero se centraba en el colectivo que más habría de sufrir dichos cambios sociales, que no es otro que el de aquellos jóvenes que se encontraban en ese momento histórico en situación de tránsito a la vida adulta, por ser aquellos que quedarían “marcados” por la vivencia de esa experiencia de profunda transformación del mundo circundante, recibiendo una impronta diferencial con respecto a las generaciones precedentes. En ese sentido, antes de la pandemia de COVID-19, cuyos efectos, como ya se ha comentado, todavía tardaremos en poder calibrar a nivel de transformación social, la última generación de la que se tiene “noticia” habría irrumpido a la vida social tras la crisis de 2008, que habría supuesto un hito (“un antes y un después”) en muy distintos elementos constitutivos de nuestro sistema social, y cuyas resacas todavía explicarían fenómenos aparentemente novedosos, como la “gran dimisión” que se vive en el mercado laboral estadounidense y sus “versiones” españolas.
Precisamente fue sobre la “generación de la crisis” sobre la que versó el análisis que llevé a cabo en mi tesis doctoral, recientemente publicada en formato de monografía bajo el título Una juventud zaledada: crisis y precariedades. En dicho trabajo esbozo una serie de “indicios” del tipo humano que, como verdadera generación, apareció entre la niebla de la situación de crisis (crisis que, obviamente, se extiende más allá de la fecha de 2008). Lo interesante del perfilado de este tipo humano es que presenta una serie de rasgos que podemos aventurar que tenderán a expandirse al conjunto de trabajadores (la nuestra sigue siendo una sociedad basada en el trabajo, o que se estructura en torno al eje laboral), hasta convertirse en “especie predominante” en el nuevo ecosistema sociolaboral de nuestra era. De modo muy sintético, podemos dibujar mínimamente algunos de estos rasgos característicos, a saber:
- Un rechazo (cerrado) a la frustración. Y una censura, muchas veces, de quienes se quejan o se rebelan.
- Una naturalización de la precariedad, entendida como inevitable (peaje necesario que da acceso al edén laboral).
- Un anhelo de linealidad biográfica: la previsibilidad como artículo de lujo. El edén laboral no es la aventura y el vértigo (la cultura del pelotazo, los traders y las criptomonedas), sino la estabilidad planificable de “los empleos de nuestros padres”.
Frente a los excesos sensacionalistas que pretenden englobar a toda una juventud (o a cualquier otro grupo social) bajo llamativas etiquetas que enfatizan el amor por el riesgo y las prácticas poslaborales (vinculadas con internet primero, con el metaverso después o con los NFT o cualquier otro aspecto intangible de la “nueva economía”), la sociología vuelve a ubicar el debate en los sólidos términos del pasado, que son también los del presente y que, casos anecdóticos aparte, parecen dibujar también el futuro, seguramente también para la próxima “generación de la pandemia”.