Los 148 de Alarcón

Pintura mural de Alarcón

Paloma Villarreal Suárez de Cepeda
Profesora de Derecho del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.

Ocio y cultura

Los 148 habitantes de Alarcón han sido agraciados con una obra de arte considerada de interés artístico mundial por la UNESCO: las pinturas murales de la iglesia de San Juan Bautista. Hace 26 años, el pintor Jesús Mateo inició el proceso de recubrir el interior de esta desacralizada y abandonada iglesia con pinturas de tipo “contemporáneo”. Alarcón está a apenas una hora y media de Madrid por la carretera de Valencia y es aconsejable, antes de entrar en la ciudad, pararse a observar su privilegiado enclave desde el cercano mirador. Una vez atravesados los tres perfiles de murallas por sus magníficas puertas se llega a la Plaza Mayor sin dificultad. Allí se encuentra este fósil eclesiástico reconvertido en dinámico centro cultural y reclamo turístico.

A la iglesia de San Juan Bautista se puede acercar uno de muchas maneras. El filósofo español Gustavo Bueno optó por hacerlo de dos: primero, en coche, y segundo, a través del análisis filosófico. En su ensayo Más allá de lo Sagrado: un análisis del proyecto del mural de Jesús Mateo identifica las posibles respuestas que cabe dar a la pregunta ¿qué está pasando en la iglesia de San Juan Bautista de Alarcón? Gustavo Bueno parte de un esquema circular perfectamente asumible por todos: una iglesia consagrada (Gracia) deja de serlo (reducción descendente) para transformarse a través de la pintura (Cultura) en un centro cultural (reducción ascendente). La reducción ascendente implica partir del fósil de la iglesia, de su “cadáver” dice Bueno, para volver a dotar al edificio de un valor metafísico.

Establecido el marco de análisis las posibles respuestas se pueden dar desde dos puntos de vista: uno global o general, y otro preciso o categorial. La respuesta general es la que encuentra acomodo en el pensamiento social actual: el nuevo uso debe ser semejante en su trascendentalidad al anterior, por lo tanto, la iglesia debe ser destinada a fines “culturales”. Es decir, la Cultura sustituye al Credo. Digamos que no habrá alcalde dispuesto a cederle una iglesia desa­cralizada a Mercadona y, sin embargo, todos plantearán la posibilidad de utilizarla como museo (Saldaña) o biblioteca (Doñana), aunque alguno hay que se atreve a convertirla en discoteca (Toledo). La respuesta categorial exige desprenderse de la idea de Cultura, que confunde más que aclara, para poder precisar qué está pasando en Alarcón; así, se diría que un pintor ha pintado el interior de una iglesia desacralizada cuyo resultado habrá de enfrentarse a otros murales (los clásicos “frescos”) pintados en otras tantas iglesias teniendo en cuenta la técnica y el contenido de la obra. Es decir, la crítica se hará desde la categoría “pintura” prescindiendo de la idea de “cultura”. Ahora bien, no se trata de hacer una crítica artística y comparar “artísticamente” las pinturas de Jesús Mateo en Alarcón con las de Luca Signorelli en Orvieto, sino llevar a cabo una crítica filosófica. Una crítica que parte de un edificio indiscutiblemente religioso (nadie se hace un chalé con forma de rectángulo y cierre abovedado con ábside en uno de sus lados), al que, desde el interior, se le da una imprimación previa a la pintura que es el punto de partida necesario para romper con todos los objetos que, un día, ocuparon ese lugar.

La desacralización, para ser absoluta si es que esto es posible, no se limita a la retirada de santos, númenes y fetiches o a la abstención eclesiástica en la administración del bien, sino que necesita llegar a la propia estructura arquitectónica lo cual consigue Jesús Mateo a través de la imprimación previa a la pintura que debe envolver a la iglesia desde dentro, en su concavidad, dejando su exterior intacto, como despreciando, se podría decir, lo que de escultura tiene el edificio visto desde fuera. A partir de esta imprimación la pintura pasa a un primer plano y se observa cómo Jesús Mateo ha dispuesto monumentales formas animales que recorren todo el espacio interior. Estas figuras se desmembran o tropiezan en la cornisa y en las pilastras que se salvan a través del todo continuo del pintar de Mateo. Estos animales no se pueden identificar con los númenes de la religión primaria (la megafauna del Pleistoceno), pero tampoco son los seres teriomorfos de la religión secundaria. En todo caso, según Bueno, se asemejan a los que habitaron el planeta en el periodo Cámbrico de la Era Paleozoica. Animales, entonces, que nos trasladan a tiempos pre-religiosos produciéndose de esta forma una extraordinaria tensión entre el edificio y su contenido, extendiendo más allá de la simple contradicción animales-naturaleza-morfología/iglesia-cultura-geometría la idea de desacralización. El éxtasis o pasmo, entonces, no solo se produce contemplando las pinturas de Jesús Mateo sino leyendo este formidable artículo de Gustavo Bueno que cierra la interpretación del alcance de estas pinturas de una manera ni siquiera intuida por el pintor ofreciendo un ejemplo más de la necesaria objetivización de la obra de arte para su precisa valoración.