Naturaleza curativa
Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.
Psicología
"El amor de los seres humanos por la Naturaleza es producto de milenios de evolución" (E. O. Wilson, biólogo)
La persistente ola de calor ha centrado nuestras conversaciones este verano, el más cálido durante decenios. Las flores y la hierba se marchitaban y el campo se desteñía al sol.
En este agobiante escenario leí el libro escrito por Samantha Walton y editado por Siruela Todos necesitamos la belleza. En busca de la Naturaleza curativa. La pandemia ha incrementado el interés por aquella. En concreto para reducir el estrés, los expertos en salud mental recomiendan contactar con los bosques. Mitos y leyendas referidos a espacios que curaban alma y mente fueron recuperados por los románticos. Antes, la poesía bucólica proponía a griegos y romanos una vida más pura y sensual en lugares donde agua y aire, plantas y tierra, personas y animales coexisten en armonía.
Germen de fábulas y religiones, “la Naturaleza es la clave de nuestra satisfacción estética, intelectual, cognitiva e incluso espiritual”, escribió E. O. Wilson creador del concepto Biofilia, “amor por la vida”.
Estudios científicos demuestran que los espacios verdes y azules (bosques, lagos, parques o mares) alivian la tensión y mejoran el ánimo. El término “bienestar” abarca “lo hedónico” o satisfacción vital y “lo eudemónico”, manera de actuar socialmente. Maslow diferenció entre las necesidades básicas para la supervivencia y el sustento, psicológicas de afecto y pertenencia y de autorrealización y trascendencia. Esta incluye conectar con lo natural. Las distintas porciones con las que mezclamos aspectos personales, sociales, espirituales y políticos nos hace ser diferentes.
Atravesamos una crisis de salud mental, injusticia social y devastación medioambiental. La depresión genera discapacidad en todo el mundo y el suicidio, según la Organización Mundial de la Salud, es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 30 años. El origen de las enfermedades mentales se halla en gran medida en la pobreza, el racismo, la homofobia u otras formas de marginación e intolerancia. Los científicos llevan décadas advirtiendo sobre las negativas consecuencias del cambio climático, pero el consumo desaforado y privilegios de industrias contaminantes relegan la supervivencia del planeta. Miles de hectáreas arrasadas por el fuego, una contumaz sequía o ver disolverse los iceberg evidencian la apatía política y primacía de objetivos mercantiles.
La salud de la Naturaleza y de la sociedad no se pueden separar de la salud individual, de ahí el renacido interés por los remedios naturales y por encontrar espacios cuyas características físicas y significados propios se unan para crear efectos transformadores, sedantes y curativos. Emplear la Naturaleza como medicina y/o establecer relaciones mutuas de curación entre las personas y los ecosistemas propicia la “ecorrecuperación”. Nuestro entorno geográfico más cercano facilita oportunidades de contacto con tres de los elementos principales de cualquier ecosistema: agua, bosques y montañas.
Ver correr arroyos, fuentes y manantiales remedia la ansiedad. El 60 % de nuestro cuerpo es agua, concentrada principalmente en corazón y cerebro. A través de ella, nuestras células regulan la temperatura interna, transportan oxígeno por todo el cuerpo, facilitan la digestión y ayudan al sistema nervioso. Sin ella, en tres días se apagarían nuestras funciones vitales. Metáfora de alimento, renovación y limpieza, el agua está presente en muchas creencias y confiere especial significado espiritual a muchos lugares.
Los árboles han sido base de supervivencia al proporcionar combustible, refugio y sustento durante milenios. Tradicionalmente los bosques han sido aceptados como lugares de retiro y restablecimiento. Al desaparecer espacios forestales emergieron la extenuación y el desencanto, retornar a la Naturaleza es una forma de paliarlos.
Inspirados en el Shinrin-yoku japonés, en la última década han proliferado los “baños de bosque”. Monitores llevan a los visitantes por rutas especiales del bosque para propiciar beneficios reconstituyentes y efectos balsámicos en cuerpo y mente. El poder sanador reside en “la química del aire”, compuestos volátiles (fitoncidos) que provienen de los árboles y del mantillo de las hojas que al penetrar en la piel revitalizan la respiración y aumentan la energía interior. Al reducirse el nivel de estrés, se previenen dolencias y enfermedades. Por el contrario, la medicina occidental, centrada en tratamientos químicos y diagnósticos clínicos, considera aquellos irrelevantes.
El tercer aspecto de nuestro enclave más próximo son las montañas, alturas que enmarcan nuestros límites y nos empujan a trascenderlos. Ante ellas, hombres y mujeres se han sentido purificados y elevados. Se trata de ecosistemas complejos de los que formamos parte, cuyos efectos cambian al pasar de ser considerados generadores de miedo y peligro, a verlos como escenarios de placer y superación. El filósofo Henry Thoreau opina que las montañas despiertan la espiritualidad pues propician que nos encontremos con lo más noble de nosotros mismos y expandirse nuestro mundo interior.
Muchos pensadores confían en la Naturaleza para reducir los negativos efectos de compañías perniciosas sobre nuestro cuerpo y mente. Al escuchar el sonido del agua, meditar en medio de un bosque o contemplar la sublime belleza de las montañas, la humanidad recupera terreno perdido. La influencia positiva de la Naturaleza transforma estados de ánimo y recompone las corrientes internas de nuestro Ser Universal.