Renoir, un disfrute para los sentidos
ARTE
Javier de la Nava
Profesor del CEF.-
“Miraba las flores, las mujeres, las nubes del cielo como otros hombres tocan y acarician”. Jean Renoir (director de cine)
Hasta el próximo 22 de enero de 2017, el Museo Thyssen de Madrid nos trae la primera retrospectiva en España en torno a la figura del pintor Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) presentada al público bajo el título de Renoir: Intimidad, denominación que es una particular invitación a la cercanía. El pintor concede al espectador la posibilidad transustancial de incorporarse a la propia obra, nos hace un hueco entre los personajes retratados, como se ve en el cuadro-cartel de la muestra, Después del almuerzo (1879).
Mientras que en los retratos de grupo de Manet o Degas, entre otros impresionistas, los protagonistas mantienen la distancia entre ellos y con el espectador, Renoir nos introduce dentro del marco al dotar a sus figuras de una cercanía tangible, aspira a ofrecer algo semejante al contacto físico. Renoir ajusta el encuadre, suprime el entorno para concentrar la mirada en el rostro. Sus personajes proponen una especie de juego entre el contacto visual y el físico. Sus cuadros aluden a sensaciones palpables como la cabellera con la que juega y enreda sus manos la modelo, toallas que cubren un cuerpo al salir del agua, una madeja de lana, la costura o la anárquica naturaleza de un jardín.
Tres años de trabajo y recopilación de obras procedentes de colecciones particulares y grandes pinacotecas como la National Gallery de Londres, Metropolitan Museum de Nueva York o Museo Pushkin de Moscú, permiten exponer 78 obras organizadas en torno a seis apartados: Impresionismos. Lo público y lo privado; Retratos de encargo; Placeres cotidianos; Paisajes del norte y del sur; La familia y su entorno; y Bañistas. El conjunto permite descubrir cómo Renoir se servía de sugerencias táctiles de volumen, materia o texturas como vehículo para plasmar la intimidad en sus diversas formas –amistad, familiar o erótica- y su vinculación con la sensualidad de la pincelada.
Nacido en Limoges, a diferencia de otros grandes impresionistas, procedía de una familia humilde: su padre era sastre y su madre operaria textil. Sexto de siete hermanos, conoció más épocas de miseria y necesidad que de bonanza. Cuando pudo disfrutar de un acomodado estatus económico, una artritis reumatoide fue aniquilando su masa muscular y deformando su cuerpo. Únicamente superaba el dolor al colocar su silla de ruedas frente al caballete. Con 13 años comenzó como decorador de porcelanas para más tarde trabajar en el estudio del pintor Gleyre, entre cuyos discípulos estaban Monet, Bazille o Sisley, con quienes estableció una profunda amistad que determinó su común desarrollo artístico. Este se centraba en el creciente interés por los efectos producidos por la luz en el paisaje y la representación de los efectos del agua, a través de una innovadora técnica entonces, de trazos rápidos y pinceladas breves y cursivas. Se rechazaba cualquier tradición académica y establecía la base del Impresionismo. Renoir madura como artista y desarrolla un estilo más personal que se escapa del patrón del artista típico. Es anticonceptual y transgresor, con profundos prejuicios contra los intelectuales, a los que consideraba “tarados y a quienes los sentidos no funcionaban”.
En 1881 tras realizar varios viajes a Italia y al Norte de África declara que el impresionismo le ha agotado, “Se trata de un tipo de pintura que obliga al artista a continuos compromisos consigo mismo. La luz, en un lugar abierto es mucho más variada que en el estudio, donde permanece inalterable para cualquier objetivo y propósito”. A partir de entonces, integra ejemplos de pintura realista con temas de tradición clásica, en perfecto equilibrio entre la nitidez de las líneas del contorno y la luminosidad de los pocos colores utilizados. Le encargan gran número de retratos, principalmente figuras femeninas vestidas de manera moderna y elegante. Con el reuma en progresivo avance, en 1900 se instala cerca de Niza, en plena Costa Azul. Con una pincelada móvil y fluida desarrolla la numerosa serie de bañistas, al principio retratadas con ropa de ciudad a su lado, pero con el tiempo privadas de cualquier elemento que estorbara la correspondencia íntima con el paisaje.
A pesar de su fama de antifeminista, su hijo el cineasta Jean Renoir en un libro sobre el pintor habla de la empatía de su padre con sus modelos, humanos o no (paisaje, flores, etc.). No concebía la pintura sin esa cercanía. Cuanto más se observa a Renoir, más profundidades se observan en él tras velos de sutileza. Fórmula plástica sencilla e ingenua que propicia el disfrute de un cuadro como metáfora del disfrute de la vida.
Sensaciones corporales que los responsables del Thyssen llevan a su grado sumo en la última sala de la exposición, la denominada Un hermoso jardín abandonado. Se trata de una experiencia sensorial que busca ser detonante de una relación más íntima entre la obra de arte y el espectador. Tomando como partida el cuadro Mujer con sombrilla en un jardín, con una única luz sobre la composición, se recurre a sutiles referencias táctiles, olfativas y auditivas para recrear la experiencia de estar en el paisaje pintado por Renoir. Las sensaciones táctiles se exploran mediante la reproducción en relieve del lienzo, que permite apreciar la riqueza de sus texturas. Una locución, a través de auriculares, invita a despertar el sentido del tacto en la percepción de la obra. Las sensaciones olfativas se evocan mediante diversos recipientes que contienen fragancia de flores y plantas que aparecen en el cuadro de Renoir: hierba, amapolas, margaritas y rosas silvestres. Para completar la experiencia, se reproducen los sonidos propios de este paisaje estival: la suave brisa, el zumbido de las abejas, el canto de los pájaros o las voces de los niños. Con todo ello, Renoir es un disfrute para los sentidos.
(Fotografías cortesía del Museo Thyssen)
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