En el extremo sur peninsular
Jorge Rejón Díez
Máster en Edición por la UCM
Ocio y cultura
En el extremo meridional de la península Ibérica, donde la geografía del continente europeo toca a su fin y mira de cerca las tierras africanas, existe un enclave privilegiado, espectador en primera fila de la unión entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico: Tarifa, una de las localidades más singulares de la provincia gaditana. Debido a su excepcional ubicación se ha convertido en lugar de paso de muchos viajeros que necesitan coger impulso antes de dar el salto a las tierras marroquíes, y, a su vez, es puerto de llegada de numerosos barcos procedentes de Tánger, que hacen de Tarifa un destino preferente.
Pero lo que da renombre hoy a esta población es algo que llega en esta ocasión preferentemente del levante: el viento, seña de identidad de la ciudad, que desde que pones los pies en ella te da la bienvenida, y que ya no se despegará de ti en ningún momento, recordándote de manera permanente dónde te hallas. Esta singularidad climatológica ha hecho que Tarifa sea un lugar ideal para el establecimiento de parques eólicos, que jalonan sus alrededores, pero sobre todo que sea zona de peregrinación de todos aquellos que practican deportes que necesitan de la fuerza del viento, como el windsurf o el kitesurf, cuya presencia otorga a la ciudad un cierto aire de rebeldía y mantiene en ella un espíritu joven.
Aunque antes de llegar a despertar el interés por sus “bondades aéreas”, Tarifa ya fue punto de atención mucho tiempo atrás, algo que se refleja en su patrimonio monumental, que tiene como hito identificativo su castillo medieval, conocido como el castillo de los Guzmanes o, más concretamente, el castillo de Guzmán el Bueno.
El castillo de Guzmán el Bueno
Tenemos que retornar a la época del califato omeya peninsular para situar la construcción de esta plaza fuerte, erigida por Abderramán III en el año 960 como bastión defensivo ante posibles incursiones procedentes del norte de África. Una construcción que ha logrado sobrevivir a su uso militar nada menos que mil años, hasta convertirse, hace unas pocas décadas, en un edificio civil.
Sin embargo, su fama y renombre llegarán a finales del siglo XIII, cuando el rey de Castilla Sancho IV el Bravo conquiste la plaza y entregue su custodia a Alfonso Pérez de Guzmán, que ha pasado a la historia como Guzmán el Bueno. El flamante alcaide enseguida sufrirá el asedio de las tropas musulmanas, que capturaron como rehén a su hijo, amenazándole con sacrificarlo si no entregaba el castillo. Y es aquí donde la leyenda nos dice que el propio Guzmán lanzó desde lo alto de las almenas su propio puñal para que dieran cuenta de él, pero que el castillo no se rendiría, como a la postre así fue, pagando por ello ese alto precio.
Desde los romanos hasta Napoleón
El valor estratégico de la punta peninsular llamó ya antes la atención de otras civilizaciones que también ha dejado su huella en el lugar, siendo los primeros más significativos los propios romanos, que construyeron una ciudad de nueva planta, que aún hoy es reconocible y visitable: Baelo Claudia, en el propio término municipal de Tarifa, todo un ejemplo de la grandiosidad del Imperio romano.
"En las playas más australes del continente europeo el viento es el auténtico protagonista"
Mucho tiempo después otra oleada, esta vez procedente del norte de los Pirineos, intentó hacerse con el control del lugar, nada menos que las tropas napoleónicas, pero en esta ocasión la alianza de españoles y británicos frenó su tentativa y la ciudad se salvó de ser tomada, acontecimiento histórico recordado a los visitantes por una estatua conmemorativa del episodio.
Hoy ya Tarifa no tiene que preocuparse de defender su apreciado y deseado espacio, punto estratégico para europeos de occidente y africanos del norte. Son ahora otros los protagonistas que llegan a sus playas desde todo el mundo que, ataviados con coloridos y aparatosos artefactos, ya no buscan asentarse, sino poder “volar” empujados por la fuerza de los vientos.