Manchester o la revolución industrial

Viajes

Eduardo De Torre Solano
Alumno de Periodismo de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)

Manchester o la revolución industrial
Imperial War Museum

El tiempo es una imagen móvil de la eternidad”. (Platón)

Algunas ciudades deciden, indudablemente, quedarse ancladas en un tiempo pasado, y ejemplos los hay por todas partes: en París se respira aún el aroma del siglo XIX, con los grandes bulevares que la convirtieron en la ciudad más moderna en su época dorada; Roma se quedó anclada mucho antes, cuando dominaba todo el mundo conocido; Venecia se decidió por un tiempo impreciso, en el que la decadencia campa a sus anchas y a caballo entre Occidente y Oriente; Ávila, con su muralla medieval, hace creer al visitante que el románico aún no ha pasado de moda; y en Córdoba, un paseo por la medina o una visita a la mezquita bastan para retroceder al tiempo en que era la ciudad más poblada, culta y opulenta del mundo.

No obstante, hay ciudades que optan por quedarse vinculadas a una época no tan romántica y lujosa, pero igualmente muestra del paso de los siglos y de los constantes cambios a los que la humanidad está ya más que acostumbrada. Éste es el caso de Manchester, una ciudad en la que la Revolución Industrial se hace presente con un simple vistazo a sus calles y sus edificios.

Llegamos a la tercera ciudad más visitada por turistas extranjeros en el Reino Unido en los últimos días de 2011 y con el simple objetivo de recibir allí el nuevo año, pero muchos de sus recovecos y esquinas nos despistaron, como si por un momento el vuelo nos hubiera conducido entre la segunda mitad del siglo XVIII y los albores del XIX, cuando esta ciudad recibió el apodo de Cottonopolis y se convirtió en una abanderada de los cambios que azotaron todo el mundo moderno.

Sin embargo, el viaje no terminaba allí, pues ya los romanos, compañeros de la mayor parte de los periplos al pasado, construyeron en lo que ahora es un entramado de calles brumosas con imponentes edificios de ladrillo un fuerte llamado Mamucium (“colina con forma de pecho”) cuyos restos aún pueden visitarse. El pasado romano de Manchester apareció ante nuestros ojos casi por casualidad, como un pequeño paréntesis entre el humo perdido de las viejas fábricas abandonadas.

El pasado romano de Manchester apareció ante nuestros ojos casi por casualidad, como un pequeño paréntesis entre el humo perdido de las viejas fábricas abandonadas

Sin desmerecer su imponente ayuntamiento, cuya plaza iluminada en Navidad resulta preciosa por su sobriedad y su calma, o la catedral y sus estrechas calles aledañas, donde se evidencia cómo las guerras no respetan lo más mínimo el arte, lo mejor de Manchester está en la red de canales y molinos construidos cuando se convirtió en la primera ciudad industrial del mundo y un ejemplo para todo el mundo occidental. Muestra de su valor es que el centro de la ciudad se encuentre en una lista provisional del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, un reconocimiento que ya tiene Córdoba, a la que Manchester está hermanada.

Paseamos por la zona en la que las antiguas fábricas, en su mayoría textiles, sobreviven entre la humedad de esta urbe gris, y las superpuestas líneas de tren nos hicieron viajar a un tiempo de cambio. Sin duda optamos por el mejor modo de llegar a Manchester y también de marcharse de allí, el tren, aunque la desaparición de la máquina de vapor haga del trayecto algo menos realista. La importancia del ferrocarril se evidencia también con otro dato: la primera línea férrea del mundo unió Manchester con Liverpool, una ciudad con la que Manchester ha vivido grandes rivalidades por su proximidad y su similar tamaño que parece que el Bridgewater Canal, que une a ambas, ha ido calmando con el transcurrir de los siglos.

Manchester o la revolución industrial
Worsley Bridgewater

Manchester nos parece una ciudad de carboncillo, pero su escaso color, contrastado sólo a veces con los ocres del ladrillo, no la hace menos interesante. Es una ciudad de tranvías, en la que el asfalto se funde con el agua de los canales, y que resulta abrumadoramente plana, como si estuviera hecha para recorrerse andando con la mayor facilidad posible y para que los grandes edificios pudieran verse siempre desde lejos, a modo de faros urbanos.

Sin embargo, no todo en Manchester son máquinas y olor a tiempos pasados, pues se trata de una ciudad comercial ideal para quien disfrute de las compras y pueda permitirse adquirir productos con un cambio de moneda tan poco favorable para nosotros. Lo que no sabe el visitante es que esta impresionante área comercial, que incluso choca con el escaso perímetro de ciudad antigua que ofrece la ciudad, vino provocada por una regeneración del centro urbano tras la gran carga explosiva que detonó el IRA en 1996. Como pudimos comprobar, tampoco el terrorismo entiende de arte.

Para los que quieran cultura, por último, la ciudad de la que han surgido muchos grupos musicales, y que es también sinónimo de buen fútbol, ofrece muchas posibilidades. El Lowry, la Manchester Art Gallery, el Urbis o el Manchester Museum, con abundantes piezas del antiguo Egipto, son sólo algunas de las salas en una ciudad que conserva además, como curiosidad, el manuscrito más antiguo de los evangelios que aún sobrevive: parte del evangelio según San Juan.

Continuamos nuestro viaje hasta Chester, una ciudad anclada en la Edad Media, y con la que el museo viviente de la Revolución Industrial en principio sólo comparte la rima consonante. Sin embargo, nada más partir en uno de los trenes de gasoil, paradójicos en un país abanderado de la electricidad, nos envuelve una bruma que nos demuestra que no nos vamos tan lejos. Está, como siempre, a punto de llover en Manchester.

Fotografías por cortesía de Visit Britain