Serrat: camino al cantar
Javier de la Nava
Profesor de Macroeconomía y Gestión de Riesgos del Grupo Educativo CEF.- UDIMA.
Ocio y cultura
Domingo, 18 de febrero de 1965. Estudio Toreski de Radio Barcelona. Programa matinal Radioscope (plataforma de difusión de la incipiente nova canço), dirige y presenta Salvador Escamilla. Canción: Una guitarra, interpretada por su autor Joan Manuel Serrat, el “Noi del Poble Sec”. Voz tímida y cara de buen chico.
Joan Manuel vino al mundo dos días después de la Navidad de 1943. Tiempos en blanco y negro bajo un régimen que se deslizaba lentamente hacia su casilla de salida. Desde su diminuto balcón en la empinada calle Poeta Cabanyes, tapiado con ropa tendida por su madre, la señora Ángeles, aragonesa de pura cepa, Juanito distinguía el desgastado mono con peto de su padre, el señor Pepe, empleado de la Compañía del Gas, y bajaba veloz las desgastadas escaleras. En su barrio del Poble-Sec transcurrió su infancia y juventud, la patria de los poetas, junto a barquitos de papel, álbumes de cromos, cigarrillos a escondidas y novietas en flor, alguna tal vez de nombre Lucía.
Aquella generación trataba de mudar la piel y construirse un futuro. Cronistas de lo cotidiano, con sencillas palabras entendidas por todos trasmitían esperanza y conectaban con el sentir de un país que ansiaba despertar de una pesadilla. Los nuevos compositores intentaban recomponer una identidad cívica hecha pedazos. Se les conoce y sigue.
Serrat unía popularidad y calidad sin renunciar a sus raíces. El mercado lo mimaba. En los primeros puestos de las listas de ventas alternaba discos en castellano y en catalán. Se convierte en icono juvenil de la mano de Lasso de la Vega, manager de artistas que lo proyecta para representar a España en el festival de Eurovisión de 1968. Serrat propuso El titiritero, pero se eligió La, la, la compuesta por el Dúo Dinámico. Ante las presiones para interpretar la canción en catalán cedió y renunció a ir al festival.
Pocos meses después su capital ético se realza y consolida definitivamente con su adaptación musical de poemas de Antonio Machado. El disco salió en mayo de 1969, con arreglos de Ricard Miralles. Los humildes y sencillos mensajes del poeta sevillano encontraron un magnífico vehículo de expresión con Serrat. Igual ocurrió con La paloma de Alberti, poemas de Salvat-Papasseit o de Miguel Hernández.
Lasso de la Vega lo lleva a Latinoamérica. En Argentina, Chile y México es aclamado y reconocido como una voz comprometida en tiempos convulsos y su figura enmarca el camino político de la libertad. Las dictaduras le cierran el paso, pero el público llena sus recitales en donde siempre mencionaba a los “maltratados y olvidados pueblos”.
Convertido en galán desenfadado, acapara portadas en las revistas. Entre discos, giras y películas vivía en la vorágine. La marabunta del espectáculo le agota. En mayo de 1971 se retira a la Costa Brava de donde saldrá Mediterráneo, disco cumbre del pop español. Su reconocido arranque y cuidada letra interiorizan una forma de sentir que aún hoy cautiva y emociona y coloca a Serrat entre los mejores cantautores modernos.
No olvidaré sus recitales de verano en el Parque de Atracciones de Madrid. Fiel a su cita derramaba poesía entre sus seguidores que volvíamos a casa tarareando sus canciones.
Los fusilamientos de septiembre de 1975 desataron, dentro y fuera de nuestras fronteras, las protestas frente a un régimen que agoniza. El búnker periodístico desató en su contra una campaña y se exilió un año en México. A su vuelta, sin buscarlo, se convierte en referente democrático del progresismo, papel que asume sin impostura. Recibe amenazas contra su vida y tuvo que esconderse una temporada. Tiempo que utiliza para componer nuevas canciones memorables.
La lealtad a sus principios ha preñado de valores sus canciones y concedido el rango de eterno a su cancionero. Criticado por un sector de la cultura catalana por ser artista bilingüe, siempre buscó la reconciliación, nunca el enfrentamiento. Ahora, tras casi seis décadas de entrega a la canción y a la poesía se baja de los escenarios quien mejor relató celebraciones populares con olor a pólvora y coloridas guirnaldas al viento, nos hizo reparar en la frustrada espera en un andén de una mujer a su amante viajero y vimos tardes vestidas de otoño y melancolía. Describió el sonido de la lluvia tras los cristales, “a veces como un murmullo, a veces como un lamento”. A una generación que tenía prohibido casi todo, la metió en Temps era temps, donde se cuelan la política Temps d'Una, Grande y Libre, el cine Metro Goldwyn Mayer, el sexo penalizado Gomas o lavajes, la radio, el fútbol o el flamenco, como en el Romance de Curro, el Palmo.
Serrat identificó al pueblo blanco colgado de un barranco “que por no ver nunca el mar se olvidó de llorar”. Apreciamos pequeñas y delicadas cosas y pasamos de puntillas por los recuerdos. Nos habló de Naturaleza amenazada. Con transgresora osadía nos trajo su saeta al Cristo de los Gitanos, visitamos el casino provinciano, nos fijamos en el revoloteo de las moscas o envidiamos al Tío Alberto al toparse con una juvenil risa fresca. Muchos descubrimos que “hace tiempo en este lugar, se oyó la voz de un poeta gritar” y la obra de un pastor que hacía nanas a la cebolla y a un niño yuntero. Años después, reparamos que “el sur también existe” de la mano de Mario Benedetti.
Desde aquel lejano febrero del 65, sus textos sacan a la luz aspectos que pasan desapercibidos, excepto para los poetas. Por él sabemos que “decir amigo es decir vino, guitarra, trago y canción” y que cada mañana “al descorrer el velo que oscurece el cielo” asumimos que “puede ser un gran día”. Este cantautor y poeta, español y catalán, catalán y español, ha hecho “camino al cantar”.