Todos merecemos una Navidad
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Era el 23 de diciembre, las nubes y la oscuridad inundaban la ciudad. Yo estaba en un solitario parque junto a mi amigo, Miguel. El frío de la noche le daba la oportunidad de excusar el cigarrillo que se estaba consumiendo en su mano. Quizás, presentado de esta manera, parezca que es un fumador compulsivo, pero esta no es la realidad. Él solo consumía estas sustancias dañinas cuando estaba conmigo. Sus padres estaban atravesando una compleja crisis matrimonial que, en unas semanas, acabó desembocando en un divorcio poco amistoso. La razón por la que empezó a tomar alucinógenos.
La razón por la que él solo consumía conmigo supuse que era porque conmigo era el único momento en el que se sentía libre, sin juicios. Aunque esto nunca me lo llegó a confirmar. Aunque, en verdad, ahora me doy cuenta del terrible error que cometí dejándole introducirse en ese mundo, siempre creí que era bueno para él que olvidase sus problemas, aunque fuera por unos minutos.
Y ese día no era distinto, bajo la luz de una simple farola, Miguel olvidaba sus problemas y yo me centraba en que no hiciese ninguna tontería de más. Todo era como de normal hasta que tras los efectos de los alucinógenos, y ya vuelto en sí, me suplico casi llorando venir a dormir a mi casa, no quería reencontrarse con su familia, ya que se sentía un obstáculo en lo acontecido en su casa. Yo, por supuesto, accedí.
Al llegar a casa mi madre seguía despierta, me lanzó una mirada asesina al momento de ver a Miguel, pero le recibió con los brazos abiertos y le ofreció una bebida caliente. Miguel con, únicamente, ganas de dormir declinó amablemente su ofrenda y me siguió hasta mi cuarto donde en, apenas unos segundos, nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente, cuando me desperté Miguel ya no estaba en la habitación. Me vestí rápidamente y me dirigí directamente al baño. Tras un breve paso por el retrete, fui hacia la cocina donde me encontré con Miguel desayunando churros y una taza de chocolate caliente. Me miró sosteniendo un churro en su mano ofreciéndomelo, obviamente, lo cogí de su mano agradeciéndoselo. Desayunamos juntos y me contó que se había levantado hace una hora y mi madre se había ofrecido a comprarle unos churros para el desayuno.
Mi madre no estaba en casa, había ido a comprar la cena de Nochebuena, ya era mediodía y Miguel seguía en mi casa, estábamos jugando a hundir la flota cuando, sin previo aviso, Miguel me miró y me preguntó si podía pasar la Nochebuena con nosotros, se sentía arropado conmigo y mi familia, no como en su casa, que iban a ser todo reproches y discusiones. Yo le contesté que por mi parte no había problema, pero tenía que valorarlo mi madre. Él lo entendió perfectamente.
En unos minutos, cuando mi madre llegó a casa le planteé la posibilidad y ella accedió a preguntárselo a mis abuelos, con quienes íbamos a cenar. Ellos no mostraron ningún problema en su visita. Y, por curioso que parezca, sus padres tampoco, ya que ellos intentaban alejar a su hijo de sus problemas familiares, aunque con poca eficacia.
La cena se desarrolló normal, Miguel estuvo tranquilo y participó como cualquier otro en las conversaciones y labores de la cena. Tras la cena Miguel me agradeció de todas las maneras posibles y me recalcó que, sin mi ayuda, él hubiese sido incapaz de tener una buena y divertida Navidad.
Al día siguiente, me comentó que gracias a la Nochebuena que tuvo con mi familia había estado reflexionando sobre la suya, y aunque era conocedor de que sus padres se iban a divorciar, no quería perderlos y seguir con su relación con ellos como antes de esta crisis, así que iba a hablar con ellos y presentarles su malestar para intentar solucionarlo, también me dijo que iba a intentar dejar los estupefacientes que, tras varios años e intentos, finalmente lo logró, y todo por una cena de Nochebuena.
Julio Salgado de Aguirre
Categoría D (de 15 a 17 años)